La Guía ética
Pedro Miguel
Cuando Andrés Manuel López Obrador llegó a Palacio Nacional, impulsado por el voto insurreccional, lo último que se habrían imaginado las derechas que hasta entonces gobernaban era que les fueran a quitar los símbolos presidenciales para demolerlos. Los Pinos, el Estado Mayor Presidencial, el avión y el recubrimiento blindado y hermético del Presidente fueron borrados de un plumazo y se conservó únicamente lo esencial del conjunto de facultades del cargo para emprender la transformación profunda que estamos viviendo.
Ahora hay que ponerse en los zapatos de los conservadores autoritarios y observar desde allí a un jefe de Estado que pronuncia, desde la tribuna presidencial, la consigna prohibido prohibir –revolucionaria, jipi, anarquista, chaira– y la asume como uno más de los reiterados lemas de su gobierno. Para esa clase de espectadores eso es algo así como si se le apareciera Satanás en persona.
Bien. Este Satanás ha ido revirtiendo una a una las miserias de una administración pública que servía a los intereses particulares en detrimento de los sociales, ha emprendido una inmensa tarea de redistribución de la riqueza, ha ido cimentando la recuperación de la soberanía nacional en diversos ámbitos y se encuentra en pleno proceso de restituir a los poderes de la Unión su capacidad de legislar y ejecutar políticas públicas, facultad que les fue amputada por la proliferación programada de organismos autónomos, entidades descentralizadas y demás oficinas de nombres largos y pomposos, presupuestos injustificables y utilidad más que cuestionable. Empujado por una implacable presión popular, el gobierno de López Obrador ha abierto el cauce para que la Fiscalía General de la República realice su trabajo de esclarecimiento y procuración ante la monumental corrupción de los gobiernos anteriores.
Por si lo anterior no fuera suficientemente exasperante y desolador para la oligarquía desplazada del Ejecutivo federal, la Cuarta Transformación se ha empeñado en una tarea de educación cívica sin precedente que va desde las conferencias mañaneras hasta el impulso a la organización autónoma de comunidades con programas como La escuela es nuestra. Ayer, en el espíritu de esa tarea educativa, se presentó en Palacio Nacional la Guía ética para la transformación de México, con lo cual se cumple uno de los compromisos asumidos por AMLO en el Zócalo capitalino la tarde del primero de diciembre de 2018: la elaboración de un conjunto de preceptos para una vida satisfactoria y el comportamiento adecuado, armónico y beneficioso en sociedad.
La necesidad de una obra de esa naturaleza era evidente si se considera el grave daño causado al tejido social por las machaconas y ubicuas prédicas neoliberales que la gente recibió durante décadas, lo mismo en la publicidad comercial que en los discursos oficiales: lo más importante en la vida es que triunfes; compite hasta el límite de tus fuerzas (y más allá de tus escrúpulos) para lograr el éxito; sé emprendedor, sé líder, consume todo lo que puedas y al final del camino únete a la magna celebración en la que los winners hacemos escarnio de los losers. Exhibe tus riquezas sin pudor y si te sobra una patita de pollo, dásela a los pobres. Si sientes que el mundo está muy jodido, recuerda que el cambio está en uno mismo.
Ante la evidencia de los frutos podridos de semejante siembra de egoísmo, es claro que el país necesita fortalecer principios como el respeto a la diferencia, a la vida y a la dignidad de los demás, la libertad, el amor, la gratitud, el perdón, la redención, la igualdad, la verdad, la confianza y la fraternidad, y que debe plantearse actitudes constructivas en el trabajo, el ejercicio del poder, la participación económica, las relaciones familiares y el medio ambiente.
La Guía ética para la transformación de México se distribuirá, en una primera etapa, entre beneficiarios de la pensión universal para adultos mayores, pero puede descargarse desde ahora en este sitio: https://is.gd/WijDeV. Desde luego, no se trata de imponer nada a nadie, sino de provocar la reflexión colectiva y el debate para la construcción de nuevos consensos éticos. Cabe esperar que quienes han visto con escepticismo y hasta con horror la elaboración de un documento de estas características lo lean y lo debatan con argumentos y no se atrincheren en descalificaciones in toto del gobierno de López Obrador o alegatos ad hominem; eso no haría sino reafirmar el vacío de ideas, propuestas y proyecto de nación que ha caracterizado a individuos y organizaciones de la oposición en estos dos primeros años del gobierno de la Cuarta Transformación.
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