«Vindictas. Cuentistas latinoamericanas», de la UNAM
Gracias al encuentro entre escritoras de distintas generaciones, se recuperan grandes novelas y memorias escritas por mujeres en una colección literaria que se ha extendido a todas las disciplinas artísticas, en busca de aquellas mujeres desplazadas de un canon casi siempre masculino.
Por Roberto Ponce
(apro).-
La antología «Vindictas. Cuentistas latinoamericanas» (Editorial Páginas de Espuma / Publicaciones Fomento Editorial de la UNAM, 278 páginas) nació en el seno del proyecto “Vindictas” de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Gracias al encuentro entre escritoras de distintas generaciones, se recuperan grandes novelas y memorias escritas por mujeres en una colección literaria que se ha extendido a todas las disciplinas artísticas, en busca de aquellas mujeres desplazadas de un canon casi siempre masculino.
“Vindictas” proviene del participio del verbo latino vindico, “vengar”, “castigar”, “entregar”, “proteger”. Es el momento de cuestionar que hemos leído el mejor cuento del siglo XX, de “vengar” y “castigar” modelos que marginan, es el momento de proteger y entregar a los lectores y lectoras nueva luz. Luz vindicta, conforme leemos en este volumen con prólogo de Jorge Volpi.
Los relatos incluidos en Vindictas incluye una autora española y fueron escritos por María Luisa Puga (México), Mimí Díaz Lozano (Honduras), Mirta Yáñez (Cuba) Gilda Holst (Ecuador), Marvel Moreno (Colombia), Armonía Somers (Uruguay), Mercedes Gordillo (Nicaragua), María Luisa Elío (España), Hilma Contreras (República Dominicana), Susy Delgado (Paraguay), Silda Cordoliani (Venezuela), Rosario Ferré (Puerto Rico), Magda Zavala (Costa Rica), Marta Brunet (Chile), Bertalicia Peralta (Panamá), María Luisa Luján Campos (Argentina), Mercedes Durand (El Salvador), María Virginia Estenssoro (Bolivia) e Ivonne Recinos Aquino, cuentista guatemalteca de quien presentamos su relato “Desparecida”.
El prólogo consta de “Exhumar la luz”, la transcripción de una charla vía Zoom sostenida entre los editores de esta magnífica edición femenina, Socorro Venegas y Juan Casamor, el 21 de agosto de 2020, en Madrid, España y la Ciudad de México. Si, como solía decir a sus alumnos la excelente narradora y adorada maestra de la UNAM, Beatriz Espejo (Puerto de Veracruz, 19 de septiembre de 1939), en sus talleres de la Facultad de Filosofía y Letras, “una de las características del buen cuentista es que siempre debe culminar cada relato con un final que sorprenda al lector justo con las últimas palabras”, es de nuestro anhelo que el siguiente cuento elegido de Ivonne Recinos Aquino (Guatemala) cumpla con las expectativas de nuestra bienamada autora jarocha.
“Desaparecida”
Ivonne Recinos Aquino
Es un amplio cuarto cerrado, la ventana con una cortina vaporosa, deja pasar la luz tenuemente.
Ella, recién bañada y parada desnuda frente al espejo, observa su figura reflejada. El perfume de jabón inunda el ámbito. Los ojos se detienen en los pies blancos y delgados que se unen a las piernas por unos fuertes tobillos. Las rodillas, redondas y de piel tersa, resaltan unos muslos gruesos y duros. La piel se refleja en el espejo con tonos de luz celestes, blancos y amarillos. El perfume del jabón inunda el ámbito. Ella mira su vientre semi convexo cubierto por un vello fino, casi transparente, lo siente tibio, unido a una cintura angosta que remata las caderas redondas cuyos límites se difuminan con la luz y los objetos reflejados en el espejo frío. El perfume del jabón inunda el ámbito. El pecho y los dos senos anudados por una rosa, van pasando del suave mate de la piel, a un brillante liso casi plano, poco sonoro. Los ojos buscan oquedades en el cuerpo y se detienen en los hombros y en los brazos tersos que se han tornado fríos, y pareciera que no hay límite entre ellos y la luz y los reflejos. El perfume del jabón casi no se siente.
El cuerpo es ahora luminoso y se puede reflejar la luz, los colores y los otros cuerpos. El cuello es plano y el perfume ha quedado fuera de él. La boca es dura y la nariz solo líneas. Los ojos ven el cuarto: la cama deshecha, las flores, el libro y el reloj sobre una mesa, una lámpara apagada en otra, los tapetes, las cortinas que se mueven. La luz casi no alcanza ya a herir la imagen del cuerpo en el espejo. El perfume del jabón ya no se siente. Una toalla que se deslizó de un cuerpo, ha quedado sobre la alfombra frente al espejo. Los objetos del cuarto se ven poco claros, los ojos miran con angustia que la luz va haciéndose más tenue. La cortina se mueve, la imagen del espejo va tonándose difusa. El perfume no se siente. La luz se va desvaneciendo más y más, y cuando todo ha quedado a oscuras y el espejo es solo una sombra opaca, se escucha un grito dentro de él