Andrés León, hacedor de libros y lectores
Iván Restrepo
“Yo era el lleva y trae de don Juan Grijalbo, fundador de la conocida empresa librera. Lo mismo entregaba dinero a varios exiliados españoles (como León Felipe) que iba por textos de autores, los llevaba con el revisor de estilo, luego con el linotipista; después, una impresión de las galeras para la revisión del autor. Finalmente, a la imprenta.”
Así solía contar don Andrés León a sus amigos cómo, cuando tenía 15 años, aprendió en Grijalbo el oficio editorial. Pronto ascendió a vendedor en las principales ciudades de la República. Por sus logros, fue designado gerente para América Latina. En este cargo no solamente tuvo éxito, sino que se las ingenió para que textos subversivos llegaran a las naciones sometidas por dictadores militares.
En Grijalbo fue notable promotor de libros de autores consagrados, de literatura escrita por mujeres para mujeres y de lectores de literatura light, que alborotó a reprimidas amas de casa con los escritos de Xaviera Holander, la Madame. La que trajo a México a presentar uno de sus libros con más ventas. Organizó también la del primer libro de Uri Geller, el que torcía cucharas con el poder de la mente, y quien deslumbró a la ostentosa primera dama de entonces. Otro título con ventas millonarias fue Mi cama no es para dormir, de Gerty Agoston. Con parte de las utilidades de esos best sellers se imprimían las obras de los pensadores de izquierda.
En busca de nuevos horizontes, don Andrés fundó en 1982 Océano México y estableció la mayor red de distribución de libros a crédito en el país. Revolucionó el diseño de las portadas, atrajo a nuevos autores, como Ángeles Mastretta y su Arráncame la vida. En su catálogo figuraron Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Adolfo Sánchez Vázquez, Jorge Ibargüengoitia, Heberto Castillo, Francisco Martínez de la Vega, Cristina Pacheco, Ricardo Garibay, José Fuentes Mares, Olivier Debroise, Miguel Ángel Granados Chapa, Elí de Gortari, Héctor Aguilar Camín y José María Pérez Gay, entre otros. Editó varios libros con columnas de Manuel Buendía. Dos de ellos, La CIA en México y La santa madre, abordan temas de actualidad: la presencia de agentes del vecino país aquí y la intervención del clero en la política nacional. En esos logros contó con el talento de Carmen Gaitán.
Por tres años patrocinó a los investigadores que, bajo la conducción de Humberto Musacchio, elaboraron el Diccionario enciclopédico de México. Fue el primer editor en arriesgarse a publicar libros sobre ecología. En 1988 cedió el catálogo de Océano a una nueva empresa, Cal y Arena, de la que se retiró pronto.
Ese año fundó su propia casa editorial, especializada en libros y sistemas educativos para estudiantes y profesores de diversas disciplinas. Creó librerías rodantes adaptando nueve autobuses que visitaban las universidades estatales y los tecnológicos del país con dichos materiales, idea que años después establecería la red de librerías Educal.
Poco saben de su mecenazgo, en especial con Carlos Monsiváis. De Puebla mandaba traer las maravillosas obras de Teresa Nava, la artesana que, en miniatura, recreaba una pulquería, una librería, una mercería o una biblioteca de su ciudad natal. Le pagaba a doña Tere los encargos del insaciable coleccionista sin que éste se enterara. Además, le obsequió una joya que Monsiváis buscó por décadas: la invitación a la primera exposición de Rufino Tamayo, firmada por los grandes de la época. También becó por un tiempo en Inglaterra y España a la que sería directora del Fondo de Cultura Económica y presidenta de Conaculta, para que supiera más sobre el oficio editorial.
No sobra reiterar su papel fundamental en la creación de La Jornada. Logró vender casi la mitad de las acciones que permitieron obtener recursos para la aparición del diario; además, como integrante del consejo de administración, aportó sus conocimientos financieros. Cuando en 2017 una huelga intentó evitar la edición del periódico, hizo los estudios contables que mostraron la imposibilidad de atender demandas sindicales fuera de la realidad.
Lamento que las editoriales a las que ayudó a encumbrar no publicaran ni una línea sobre la muerte de quien fue un editor distinguido y tanto contribuyó a crear nuevos lectores. La cámara que reúne a los editores, apenas incluyó una discreta condolencia en su boletín semanal.