Cuatro minutos
Carlos Bonfil
Lo viejo y lo nuevo. Filmada cinco años después de La pianista (Die Klavierspielerin, 2001), del austriaco Michael Haneke, Cuatro minutos (Vier Minuten, 2006), segundo largometraje del realizador alemán Chris Kraus (Tanzscherben, 2002), es, de nueva cuenta, la exploración incisiva y áspera de una neurosis.
Esta vez se trata de la obsesión perfeccionista de una maestra de piano, la sexagenaria Traude Krueger (Monica Bleibtreu), quien durante largo tiempo ha intentado, con temeridad y empeño, descubrir algún talento musical en la cárcel de mujeres en la que imparte sus clases. El rollizo Mutzi (Sven Pippig), guardián de celdas, fue un aventajado alumno suyo, pero su suerte final fue ver su talento degradado en concursos televisivos de trivia musical. Con el tiempo, soportando frustraciones propias y ajenas, la estricta maestra Traude desarrolló un carácter irritable y seco. La llegada al penal de la joven Jenny (Hannah Herzprung), una reclusa con cargos de asesinato, pero dueña de un talento pianístico nato, seduce de inmediato a la vieja profesora avinagrada. Lo que sigue es un intenso duelo de voluntades en el que afloran los rencores y las sordas frustraciones que comparten las dos mujeres. Una lucha de poder con tintes de un deseo erótico soterrado. Más que un rutinario relato carcelario, un drama sicológico a puerta cerrada.
A pesar de la dureza dramática que sugiere el guion, los reiterativos apuntes sicológicos relacionados con el pasado desdichado de Jenny (abuso sexual por su padre, imperativo de revancha que conduce a la joven al crimen), aludido todo a través de bruscos y rápidos saltos temporales, van en detrimento de la fluidez del relato. Otro tanto sucede con las referencias a la juventud de la maestra de música, antigua pianista, la cual transcurre en un sórdido ambiente carcelario nazi, centro de vejaciones y torturas contra opositores políticos, donde ella trabajaba como enfermera.
El encuentro de estas dos existencias lastimadas, parecidas en desgracias pero opuestas entre sí en su manera de enfrentarse al mundo, sólo puede tener un punto de reconciliación y un asomo de afecto en la pasión que ambas manifiestan por el piano. Al abordar con detenimiento esa afición compartida y los temperamentos contrastantes de las dos protagonistas, la película obtiene sus mejores aciertos dramáticos, volviéndose el relato un largo y ríspido enfrentamiento generacional. La anciana Traude venera la tradición de los clásicos musicales, en especial a Schumann, y exige de su alumna humildad, respeto y culto a esos valores trascendentes. Jenny, por el contrario, es el talento espontáneo que brilla en su arte y por ello se permite las mayores transgresiones, como interpretar improvisaciones de jazz americano (música de negros, sentencia la desdeñosa Traude) o exhibir el inaudito virtuosismo de tocar el piano de espaldas y con las manos esposadas. Traude representa así el laborioso esfuerzo por dominar un arte; Jenny, la insolente maestría musical del genio precoz. Salieri versus Mozart, todo en clave femenina y en una escenografía penitenciaria.
Lo que en La pianista de Haneke era pulsión sexual explícita y devastadora, en Cuatro minutos se vuelve el perfil muy bajo de la frustración sexual de una mujer madura, marcada por la culpa de haber sobrevivido a su pareja romántica femenina, víctima del nazismo por su orientación comunista. Apenas sorprende entonces su identificación y empatía con la joven Jenny, ese temperamento autodestructivo y belicoso que a su manera busca también expiar viejas faltas suyas que a sus 18 años sólo comprende a medias. Cuatro minutos es la historia de un tenso relevo generacional, y a su vez una radiografía más de un país en revisión constante y crítica de su pasado.
Con un ímpetu mayor que el de otras cinematografías, como la francesa y la española, y sin duda por apremios de conciencia más poderosos, el cine alemán ha insistido en los temas de la redención y de la culpa, tanto a nivel personal como en lo colectivo. Esa reiteración que a muchos pudiera parecer excesiva y rutinaria, o simplemente un lugar común fastidioso, en realidad ha sido un elemento de vitalidad y renovación artística para ese cine. Esta película de Chris Kraus, muy popular en su momento, es una muestra discreta y a la vez elocuente de esa necesaria revisión histórica.
Cuatro minutos está disponible en la plataforma Netflix.
Twitter: CarlosBonfil1