El Hijo de Dios ha querido tener, como todos los niños, el calor de una familia.

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Pocos días después de la Navidad, la liturgia nos invita a contemplar a la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Es hermoso pensar en el hecho de que el Hijo de Dios ha querido tener, como todos los niños, la necesidad del calor de una familia.

Precisamente por esto, porque es la familia de Jesús, la de Nazaret es la familia-modelo, en la que todas las familias del mundo pueden hallar su sólido punto de referencia y una firme inspiración. En Nazaret brotó la primavera de la vida humana del Hijo de Dios, en el instante en que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María. Entre las paredes acogedoras de la casa de Nazaret se desarrolló en un ambiente de alegría la infancia de Jesús, rodeado de la solicitud maternal de María y los cuidados de José, en el que Jesús pudo ver la ternura de Dios (cf. Carta apost. Patris corde, 2).

A imitación de la Sagrada Familia, estamos llamados a redescubrir el valor educativo del núcleo familiar, que debe fundamentarse en el amor que siempre regenera las relaciones abriendo horizontes de esperanza. En la familia se podrá experimentar una comunión sincera cuando sea una casa de oración, cuando los afectos sean serios, profundos, puros, cuando el perdón prevalezca sobre las discordias, cuando la dureza cotidiana del vivir sea suavizada por la ternura mutua y por la serena adhesión a la voluntad de Dios.De esta manera, la familia se abre a la alegría que Dios da a todos aquellos que saben dar con alegría. Al mismo tiempo, halla la energía espiritual para abrirse al exterior, a los demás, al servicio de sus hermanos, a la colaboración para la construcción de un mundo siempre nuevo y mejor; capaz, por tanto, de ser portadora de estímulos positivos; la familia evangeliza con el ejemplo de vida. Es cierto, en cada familia hay problemas, y a veces también se discute. “Padre, me he peleado…”; somos humanos, somos débiles, y todos tenemos a veces este hecho de que peleamos en la familia. Os diré una cosa: si nos peleamos en familia, que no termine el día sin hacer las paces. “Sí, he discutido», pero antes de que termine el día, haz las paces. Y sabes ¿por qué? Porque la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa. No ayuda. Y luego, en la familia hay tres palabras, tres palabras que hay que custodiar siempre: “Permiso”, “gracias”, “perdón”. “Permiso”, para no entrometerse en la vida de los demás. Permiso: ¿puedo hacer algo? ¿Te parece bien que haga esto? Permiso. Siempre, no ser entrometidos. Permiso, la primera palabra. “Gracias”: tantas ayudas, tantos servicios que nos hacemos en la familia: dar siempre las gracias. La gratitud es la sangre del alma noble. «Gracias”. Y luego, la más difícil de decir: «Perdón”. Porque siempre hacemos cosas malas y muchas veces alguien se siente ofendido por esto: “Perdóname”, “perdóname”». No olvidéis las tres palabras: “permiso”, “gracias”, “perdón”. Si en una familia, en el ambiente familiar hay estas tres palabras, la familia está bien.

Al ejemplo de evangelizar con la familia nos invita precisamente la fiesta de hoy volviéndonos a presentar el ideal del amor conyugal y familiar, tal y como quedó subrayado en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, cuyo quinto aniversario de promulgación tendrá lugar el próximo 19 de marzo. Y habrá un año de reflexión sobre la Amoris laetitia y será una oportunidad para profundizar en los contenidos del documento [19 de marzo 2021-junio 2022].

Estas reflexiones se pondrán a disposición de las comunidades eclesiales y de las familias, para acompañarlos en su camino. A partir de ahora invito a todos a sumarse a las iniciativas que se impulsarán durante el Año y que serán coordinadas por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Encomendamos este camino con las familias de todo el mundo a la Sagrada Familia de Nazaret, en particular a San José, esposo y padre solícito.

Que la Virgen María, a la que ahora nos dirigimos con la oración del Ángelus, obtenga a las familias de todo el mundo sentirse cada vez más fascinadas por el ideal evangélico de la Sagrada Familia, de modo que se conviertan en levadura de nueva humanidad y de una solidaridad concreta y universal.

 

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos vosotros, familias, grupos y fieles, que seguís la oración del Ángelus a través de los medios de comunicación social. Mi pensamiento va en particular a las familias que en estos meses han perdido a un familiar o han sido puestas a dura prueba por las consecuencias de la pandemia. Pienso también en los médicos, los enfermeros y todo el personal sanitario cuyo gran compromiso en primera línea en la lucha contra la propagación del virus ha tenido repercusiones significativas sobre su vida familiar.

Hoy encomiendo al Señor todas las familias, especialmente las más probadas por las dificultades de la vida y por las heridas del malentendido y la división. Que el Señor, nacido en Belén, les conceda a todas la serenidad y la fuerza para caminar unidas por el camino del bien.

Y no olvidéis estas tres palabras que ayudarán tanto a vivir la unidad en la familia: “permiso» —para no ser entrometidos, respetar a los demás—, “gracias” —agradecernos mutuamente en la familia— y «perdón» cuando hacemos algo malo. Y este “perdón” —o cuando se discute— por favor decirlo antes de que termine el día: hacer las paces antes de que termine el día.

Os deseo a todos un feliz domingo y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

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