Padre de tigre, pintito
Leonardo García Tsao
Hay pocas cosas tan atractivas en la cultura popular como el concepto del ídolo caído. Hay un placer morboso por parte de la sociedad entera al observar cómo, quien antes fuera objeto de ensalzamiento e idolatría, desciende a niveles insólitos de ignominia. Así lo evidenció el estupendo documentalista Asif Kapadia en Diego Maradona (2019), contundente testimonio del ascenso y caída del futbolista argentino recién fallecido.
Ahora le tocó el turno al golfista Tiger Woods, cuya errática trayectoria es examinada por Matthew Hamacheck y Matthew Heineman en el documental Tiger, que se está exhibiendo en dos partes por HBO. Lo que preocupa a ambos cineastas de manera insistente es cómo fue determinante la influencia del padre Earl Woods en moldear el talento de su hijo para el golf, así como para que heredara sus defectos.
Con pietaje casero, Hamacheck y Heineman muestran cómo el pequeño Tiger fue enseñado a utilizar los palos de golf en cuanto aprendió a caminar. En efecto, el niño demostró un talento innato para ese deporte y pronto estaba compitiendo y triunfando en diversos torneos. El que Tiger se haya convertido en una especie de robot programado para ganar no le preocupa a Earl, quien en una entrevista expone su fantasía de que su hijo se transforme en un símbolo equiparable a Nelson Mandela o Gandhi.
Con el testimonio de varios amigos, familiares y colegas de Woods, fotografiados de frente y de perfil, Hamacheck y Heineman van construyendo su conocido relato. Uno de los amigos sufre para contar que el padre también le transmitió a su hijo el ejemplo de ser un coscolino. Tiger atestiguó las múltiples infidelidades de Earl y eso, según los realizadores, lo llevó a comportarse de la misma manera. Aunque casado con la bella sueca Elin Nordegren, con quien procreó dos hijos, el golfista no tardó en procurarse otras rubias, su debilidad, en sus escapadas en Las Vegas.
Y en una sociedad puritana como la estadunidense, eso no se perdona. El pasquín sensacionalista The National Enquirer pronto expuso su amasiato con Rachel Uchitel a quien los documentalistas presentan, con el rostro deforme por demasiadas intervenciones quirúrgicas, como si fuera la puta de Babilonia. Ese moralismo compartido hizo que Tiger Woods se convirtiera en víctima de un linchamiento público –en tiempos previos a la picota que ahora representan Twitter y los memes–, objeto de escandalosos reportajes periodísticos y las burlas de los cómicos televisivos.
Aquejado por diversos problemas con sus rodillas y su espalda, además de la presión sicológica, el otrora prodigioso juego del golfista se fue al caño. La desgracia fue total. Tiger fue incluso arrestado por abuso de medicamentos opioides y todo parecía perdido.
Contra los peores vaticinios, Tiger Woods consiguió su redención. Tras operaciones cruciales de la espalda y un periodo de rehabilitación, el golfista volvió a sus viejas glorias, según el documental, en una versión más humana de sus capacidades robóticas. ¿Quién dice que no hay segundos actos en la vida de los americanos?
Tiger D: Matthew Hamacheck, Matthew Heineman/ G: Jeff Benedict, Armen Keteylan, inspirado por el libro Tiger Woods, de Benedict y Keteylan/ F. en C: Matt Porwoll/ M: H. Scott Salinas/ Ed: Nicholas Biagetti, Matthew Hamacheck, Daniel Koehler, Monica Yuen/ P: HBO Documentary Films, HBO Sports, Jigsaw Productions, Our Time Projects. EU, 2020.
Twitter: @walyder
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