Pandemia y derecho a la educación
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La Jornada
Editorial
Hoy se conmemora el Día Internacional de la Educación, instituido hace apenas tres años por la Asamblea General de Naciones Unidas en reconocimiento a la importancia de este ámbito en cualquier esfuerzo para alcanzar los ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible adoptados el 25 de septiembre de 2015.
Como no podía ser de otra manera, la presente edición de esta efeméride se encuentra marcada por la emergencia sanitaria que ha venido a trastocar todos los aspectos de la vida humana, con un impacto acusado en las actividades escolares. Con el lema “recuperar y revitalizar la educación para la generación Covid-19”, la ONU alerta que un tercio de los mil 600 millones de estudiantes en el mundo no tienen acceso a la enseñanza a distancia y que, como suele suceder con todo tipo de males, éste afecta de manera diferente a las sociedades con menores recursos: mientras en los países de altos ingresos los estudiantes han perdido seis semanas de escolarización a consecuencia de la pandemia, en las naciones de ingresos bajos la pérdida asciende a cuatro meses.
En México, considerado un país de ingresos medios, la suspensión de las clases presenciales puso al descubierto las enormes brechas existentes en el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación. Una conexión de Internet de banda ancha, una computadora personal, un mínimo de habilidades digitales, un espacio adecuado para el estudio y otros insumos básicos para recibir educación a distancia, pueden estar al alcance de las clases medias urbanas, pero resultan incosteables para las clases populares y están simplemente fuera de las posibilidades de millones de personas del mundo rural. En mayo pasado, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes reportaba que 13 millones de personas, equivalentes a 10 por ciento de la población nacional, no contaban con ningún punto de acceso a Internet, ya fuera porque sus ingresos no se los permiten o porque en sus localidades no existe la infraestructura necesaria.
Los estudiantes, sus familias y los educadores han tenido que realizar significativos desembolsos a fin de suplir estas carencias y proveerse de las herramientas necesarias para sumarse a las nuevas modalidades educativas, pero el problema dista de agotarse en el acceso a la tecnología. Jóvenes entrevistados por este diario manifestaron que incluso cuando tienen la posibilidad de recibir clases a distancia, éstas suponen una experiencia muy pobre frente a la enseñanza presencial; lo cual es lógico si se atiende al hecho de que la educación es un fenómeno eminentemente social: una computadora o un smartphone abren posibilidades que antes de la era digital resultaban inimaginables, pero nunca podrá sustituir la vivencia de un salón de clases.
En suma, el que ha transcurrido bajo el signo de la pandemia es un año con grandes pérdidas para la educación, pero este escenario lamentable puede y debe servir para revalorar el imprescindible papel de los docentes, así como para cerrar las brechas –digitales o de otro tipo– que niegan este derecho humano a millones de niños y jóvenes.