Censo 2020: la decadencia católica
Bernardo Barranco V.
El Inegi acaba de publicar un primer registro de la diversidad religiosa en México. El censo 2020 plasma la caída cada vez más dramática de la religión católica. En su comunicado de prensa del 26 de enero, el instituto resumió en estado actual las religiones en México: 77.7 por ciento de la población se dice católica; 11.2 se declara protestante o cristiano evangélico; 0.2 se dice de otra religión; 2.5 afirma ser creyente sin tener una adscripción religiosa, y 8.1 por ciento se declara sin religión.
Llama la atención el descenso sostenido e implacable de los católicos en términos porcentuales en México. En 1895, 99.1 por ciento se decía católico; ya en 1980 el censo muestra una baja a 93 por ciento; esta tendencia se acentúa en 1990, con 89.7 por ciento; en 2010 cae a 82.7 por ciento. Ahora en 2020, 77.7 por ciento.
Hasta la década de 1950 la tendencia en el país se empezó a caracterizar por la pérdida del lugar central de la religión católica como elemento estructurador de la vida social, una constante en el mundo occidental; sin embargo, a partir de 1970 sobresale la reconfiguración del factor religioso, marcado por el signo de una creciente diversidad cada vez más notoria que el censo 2020 pone de manifiesto de manera contundente. Desde fines del siglo pasado se ha venido imponiendo una notoria pluralidad religiosa. La Iglesia católica resiente los errores cometidos durante el pontificado de Juan Pablo II y está pagando caro aquel periodo llamado por Hans Kung el invierno eclesial. Por ahora se ve realmente difícil que se vaya a remontar el número de los católicos. No se ve por dónde. Y la tendencia seguirá en una caída más o menos suave. A diferencia de otros países latinoamericanos, el desplome católico no ha sido abrumador como en Brasil en menos de 60 por ciento o el derrumbe en Chile, a 50 por ciento en poco más de una década, debido al descrédito por la pederastia clerical, entre otras razones. O miremos el panorama desolador en la región centroamericana, en diferentes países, los católicos rondan también 50 por ciento.
El problema no son sólo los números ni sólo porcentajes, porque el sentido de pertenencia a la religión mayoritaria en la región, sigue siendo católica, pero su identificación puede variar mucho. A diferencia de los protestantes y evangélicos, donde predomina un fuerte sentido de identidad religiosa, la adscripción en los católicos está más vinculada a pertenencias culturales, familiares y de costumbres. Por tanto, el censo refleja una crisis no necesariamente del catolicismo, sino de la Iglesia católica en México. La religión popular sigue siendo robusta. ¿Será cierto que hay más guadalupanos que católicos? El censo pone de manifiesto una aguda crisis de la institución eclesial que está rebasada tanto por la sociedad moderna secular como de las nuevas ofertas religiosas de grupos e iglesias evangélicas que han logrado articular prácticas e identidades religiosas muy fuertes y cohesionadas entre sus feligresías.
La Iglesia mexicana está muy dividida, ha sido su sello desde hace lustros. La confrontación reciente entre las huestes del cardenal en retiro Norberto Rivera, encabezadas por Hugo Valdemar, contra el arzobispo primado cardenal Carlos Aguiar muestra las profundas fracturas por las que pasa la institución. Justo hace cinco años el papa Francisco, con tono severo, amonestó a los obispos mexicanos, reclamando que la Iglesia no requiere de príncipes, sino de pastores. Estas fisuras eclesiásticas y enfrentamientos internos no son distintivos del arquidiócesis de México, también son patentes en otras diócesis del país. La arquidiócesis de Guadalajara arrastra conflictos y de lucha sorda entre sus cardenales. El tosco cardenal en retiro Juan Sandoval Íñiguez contra el actual titular, el cardenal Francisco Robles.
Las caídas de fieles son reflejo, entre muchos otros factores, de una crisis institucional que no sólo está asentada en México, sino encumbrada a escala internacional. Resaltan los escándalos por pederastia clerical y encubrimientos institucionales, actitudes medrosas de los obispos que prefieren resguardarse en la zona de confort con los resortes del poder; un triunfalismo conservador que mira el pasado, y desde hace lustros, divisiones agudas dentro de la Iglesia conforman parte de esta crisis institucional.
A cinco años de la visita de Francisco a México, aún resuenan sus advertencias ante una jerarquía dividida y sin rumbo. En catedral les dijo: Los exhorto a conservar la comunión y la unidad entre ustedes. También los invitó a tratarse con lealtad, sentenciando: Si tienen que pelearse, peléense, si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la cara y como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir juntos y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal. La comunión es la forma vital de la Iglesia y la unidad de sus Pastores da prueba de su veracidad. En el fondo Francisco hace un llamado a la pastoralidad. A ser solidarios con los pobres y excluidos y ser una Iglesia en salida. Sin embargo, los obispos están muy lejos del Papa, se han atrincherado y, peor aún, siguen con una visión clericalista que les impide dialogar e interpelar la realidad.
En otro espacio se debe abordar el crecimiento riguroso de los evangélicos. Con sus luces y sombras. Así como resaltar la creciente secularización de la sociedad mexicana. La progresión de agnósticos y ateos a 8.1 por ciento, amerita no un artículo, sino un seminario.