Por su fuerza, la escritura de mujeres ya no es acto casero: Poniatowska
Mónica Mateos-Vega
Elena Poniatowska destaca las oportunidades que existen en la actualidad para el género femenino.
Ciudad de México.
Desde la época de Emily Dickinson (1830-1886), escribir había sido un acto casi casero y secreto para las mujeres, señala la periodista Elena Poniatowska (París, 1932), quien observa que aquella suerte de dia-rio colectivo íntimo “donde las autoras juzgan y hablan de los demás, se ha hecho público” ante la fuerza de su literatura.
Una precursora de esa libertad, continúa, “con una originalidad poco común en la literatura mexicana”, es Elena Garro (1916-1998), quien aparece convertida en uno de los personajes centrales de su novela Paseo de la Reforma, escrita hace 25 años.
Para celebrar la efeméride, el sello Planeta lanza una nueva edición del relato del joven adinerado Ashby Egbert, quien sufre un accidente y es internado en un hospital público donde conoce y se enfrenta a ese otro México opuesto a la aristocracia.
El personaje está inspirado en Archibaldo Burns, cineasta mexicano que enloqueció de amor por Garro y perdió todo su dinero al apoyarla en sus luchas sociales, se explica en la presentación del libro.
En entrevista, Poniatowska señala que a diferencia de hace 25 años, ahora hay más oportunidades para las mujeres, a las que vemos ya “en el Senado, en la Cámara de Diputados, y hay más posibilidades de que una llegue a la Presidencia, cosa que entonces ni se soñaba.
Las “hay en El Colegio Nacional, en la Academia Mexicana de la Lengua, muchas que han destacado en muchos campos, y Elena Garro es una precursora, luminosa y sumamente original”, reitera.
“La poeta y diplomática Rosario Castellanos me decía que le tenía miedo a Garro porque era un vendaval. También le tenía miedo a Pita Amor porque nunca se sabía qué iba a hacer, decir o cómo iba reaccionar. Pita y Elena fueron seres sorpresivos; de sí misma, Garro dijo que era una partícula revoltosa, le causaba gran cantidad de problemas a Octavio Paz y finalmente a su hija, a quien nunca soltó la rienda.”
Todas esas características están presentes en Amaya, personaje de Paseo de la Reforma a través del cual Poniatowska critica “desde las contradicciones políticas de Diego (Rivera) y Frida (Kahlo) hasta la corrupción petrolera, pasando por la pretensión estética que quiere hacer de México un país del primer mundo, sin dejar de hacer una oda a un momento muy especial en la vida intelectual mexicana”, indica Gabriela Jáuregui en el prólogo de la nueva edición del libro.
La escritora comenta que del mundo que describe en su novela ahora “ya no hay nada, todo está muy en paz, las aguas calmadas, mientras en aquella época te enterabas que había pasado tal o cual cosa, y Elena Garro era la fuerza de la naturaleza, muchísima gente se enamoraba de ella.
“Por ejemplo, la poeta Margarita Michelena, que era muy crítica y escribía editoriales en el periódico Excelsior, quería muchísimo a Elena, le parecía una aparición milagrosa, fuera de serie, y cuando Garro se enfermaba de gripa, Margarita iba a ponerle inyecciones.
“Carlos Monsiváis me dijo que a través de Paseo de la Reforma había aprendido más de Elena Garro que en sus biografías. Elena no era una persona de masas, hablaba muy bajito, para escucharla tenías que sentarte casi sobre ella, nunca habló a grandes voces, contrario de lo que se cree, hablaba muy en secreto.
“Fue una figura extraordinaria en el sentido de que era una mujer muy creativa, aunque nunca sentí que fuera específicamente feminista, a pesar de que los personajes de sus libros son siempre mujeres, pero casi siempre son ella misma.
“Ella pensó que la perseguían, pero yo no lo percibía así, al contrario, siempre hubo y hay un ambiente en México de mucha admiración hacia Garro, en vida recibió mucha atención, los jóvenes siempre querían escucharla.
“Ella, con Rosario Castellanos, entre muchas otras, son las pioneras de todo este gran movimiento literario hecho por mujeres.”
Poniatowska dice que no ha dejado de chambear en el confinamiento, terminó la segunda parte de su novela El amante polaco, hace entrevistas, crónicas, cuida a sus hijos y nietos, sale a caminar “a un parque donde no hay nadie, en sana distancia y, como decía Octavio Paz, a veces la felicidad es una sillita al sol”.