Chaplin y El chico: cien años de una obra maestra

Chaplin y El chico: cien años de una obra maestra

Quiso el azar, más de una ocasión, que los primeros días de febrero fuesen de particular importancia para Charles Chaplin, icono, símbolo y leyenda de la cinematografía mundial: hoy hace exactamente cien años y un día que se estrenó El chico (1921), su primer largometraje; siete años antes, el 7 de febrero de 1914, se estrenó Kid Auto Races at Venice: es decir que hoy mismo se cumplen 107 años desde que el público vio por primera vez a Charlot, el celebérrimo y entrañable personaje que habría de inmortalizar a su creador; finalmente, Tiempos modernos, esa otra obra maestra de Chaplin, fue estrenada el 5 de febrero de 1936, y sería la última vez que Charlot protagonizara una historia.

La carrera fílmica de Chaplin llegó hasta la década de los años setenta y la muerte del director, actor, productor, editor y compositor inglés, ocurrida en 1977, lo consolidó en donde ya se encontraba desde mucho antes: en lo más alto del firmamento fílmico, artístico y cultural de todos los tiempos.

El chico

Otros títulos: El pibe.

The Kid. Charles Chaplin. EUA, 1921.

Resulta un lugar común decir que Charles Chaplin fue un genio del cine. No obstante, vale la pena recordar que se están cumpliendo cien años desde su primera aparición en el personaje de Charlot en Kid Auto Races at Venice1 (1914). Allí debutó ese vagabundo, de caminar y gestos inconfundibles, vestido desde siempre con pantalones grandes, zapatos largos de payaso, saco, sombrero de bombín e inseparable bastón, que llevaba con dignidad y elegancia, totalmente contrastante con la dura vida de su personajes, pobres y tramposos, pero siempre extremadamente divertidos y finalmente sabios. Como iba a suceder en muchas de sus películas, en Kid Auto Races at VeniceChaplin asume el protagonismo simplemente por su presencia que se atraviesa en el funcionamiento del mundo, perturbando acá y allá, pero él mismo, imperturbable.

En El chico, Chaplin se atrevió con una película de larga duración, en la cual pudo combinar la comedia con toques de tragedia, recordando su propia vida, iniciada artísticamente en salones musicales de su nativa Inglaterra, oficios mal pagados que luego de su viaje a Estados Unidos se convertirán en actuaciones de una estrella famosa, la mejor pagada del cine. Chaplin, que tuvo una infancia de abandono, diría después que cuando estaba en los orfanatos o vagaba por las calles en busca de comida, ya creía que iba a ser el mejor actor del mundo.

El chico es una película sobre la vida en los callejones y en los inquilinatos de las grandes ciudades. Allá va quedar tirado en cualquier basurero de barrio, a merced de los azares del destino, un niño abandonado por su madre en un arrebato de desesperación. Ella se arrepiente, pero ya es tarde para detener la cadena de eventos imposibles que llevan a que el niño caiga en manos de Charlot, el vagabundo, quien se resiste a recibirlo, en una secuencia de escenas y de pases clásicos que culminan en una en que el niño, vivaracho y despierto, ya instalado en casa del vagabundo, mama con voraz ternura desde una chocolatera su primer biberón. Acomodos imposibles que nos hacen pensar en los malabarismos que deben hacer las criaturas pobres y abandonadas para sobrevivir y nos hacen caer en la cuenta, aunque sea en un ambiente de situaciones humorísticas, que la vida es más fuerte y más persistente que la muerte.

Pasan entonces cinco años, que no narrados en la cinta, nos ahorran otras elucubraciones y consideraciones sobre la tragicomedia de lo imposible. Pasamos más bien a disfrutar de una de las parejas más divertidas de niño-hombre vividores y vagabundos que ha ofrecido el cine. Son el uno para el otro, Chaplin y Jackie Coogan. A Coogan lo había conocido Chaplin como pequeño actor y bailarín de vaudeville, quedando asombrado con sus mímicas, movimientos y capacidades histriónicas. Además de su actuación clásica como el niño de El chico, Coogan actuó como Oliver Twist en la cinta de Frank Lloyd de 1922, personajes ambos que guardan muchas cosas en común. En El chico luce como un hombre-niño desarrollado a la fuerza, pero encantado con su vida de aprendiz de vagabundo, haciéndole el cuarto, literalmente, a Charlot en todos los aspectos de la curiosa existencia de tramposos inocentes en que viven estos dos.

Chaplin desempeña en esta cinta todas las funciones, desde guionista hasta director y productor, pasando por la de co-protagonista. Pero habiendo encontrado en Coogan a un niño actor verdaderamente chaplinesco, le cede actuación y permite así que, en esta cinta, el chico sea en verdad un protagonista de alto nivel, como sucede en aquellas imágenes inolvidables: las escenas en las cuales el niño es arrebatado de la casucha de su padre adoptivo vagabundo y aquella en la que llora suplicante, en la parte trasera del camión del servicio social que lo lleva al orfanato público.

En El Chico hay unas secuencias que nos hacen recordar al pionero francés George Méliès cuando usaba toda su creatividad y sus recursos técnicos para hacer que experimentáramos la magia del cine, a través de sus increíbles efectos especiales. Charlot tiene un sueño. Cae dormido y triste en la puerta de su casa de callejón y por su mente desfilan todos los vecinos de su barrio convertidos en seres angelicales, vestidos de blanco y dotados de alas de plumas abundantes. Él mismo es un ángel volador que desafía con sus vuelos todas las inclemencias, mientras hace y recibe guiños de una angelita maliciosa. Como en las películas de Méliès, entre los ángeles rondan divertidos demonios vestidos de negro, que susurran a los oídos de los seres angelicales en modo tentador.

Hacia el final, se van deshaciendo los pasos de la historia y aparece la mujer que abandonó a la criatura, personificada por la pareja clásica del cine de Chaplin, Edna Purviance. La mujer es ahora rica, sensible y poderosa, y  habiendo triunfado como actriz, hace obras de caridad con la infancia, en los callejones, que la llevan a toparse con el chico y a reescribir el pasado. Pocos chicos modernos de la calle pueden contar estas historias, muchos caerán en la drogadicción en estos tiempos.

Vale la pena visualizar este clásico del cine, aprovechando que lo tenemos a la mano con entera facilidad en muchas versiones de la virtualidad. Como bien lo dice en sus cartelones iniciales, es una cinta para sonreír y quizás, para llorar, cargada de mensajes y de significados, pero también de vida y de entretenimiento.

 

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