El Siglo de Oro de los mexicanos
Elena Poniatowska
Miguel Sabido, (Salvador de la Tierra, como lo decretó la Organización de Naciones Unidas al concederle el premio Earth Saver), le tira siempre a lo grande: los proyectos de largo aliento, las divas, los intérpretes que son diosas, las obras casi imposibles de montar por sus dificultades técnicas, los encuentros Mundiales de la Comunicación en 1974 y en 1979 (trabajo endiabladamente difícil), los programas de alfabetización para medio millón de adultos mayores, los 3 mil años de representaciones sagradas mexicanas tal como las concibió en su tesis universitaria.
Si desde niño Miguel le tiró a lo grande, también ahora prepara un proyecto ambicioso. Desde muy joven decidió que educaría a las masas mediante programas de gran envergadura y lograría convencer a los zares del entretenimiento en México. Miguel Sabido, director, logró que cupieran en la pequeña pantalla de la televisión hordas de hombres y mujeres que caminan hacia la tierra prometida, sangrientas batallas, tormentas que parten el cielo, inundaciones que acaban con pueblos enteros, pero también las glorias de nuestro planeta Tierra, su heroísmo y su generosidad.
Para ilustrar la historia de México y resucitar nuestro pasado, nadie como Miguel Sabido. ¿Quién de nosotros ha olvidado La Constitución o Los Insurgentes?
Además de lo grandioso, el dramaturgo Sabido recurrió a lo íntimo y mostró a varios intelectuales mexicanos en su salsa. Imposible desligarlo no sólo de Pita Amor, cuyos desplantes supo torear mejor que nadie, sino de las telenovelas a lo Cecil B. de Mille, en las que aprendí mucha historia de México: La Constitución, La tormenta, Senda de gloria, Los caudillos, películas tan aleccionadoras como los libros de historia que nos tenían prendidos a la pantalla del Canal 9 que dirigía el propio Miguel Sabido.
Esos fueron los años floridos de la difusión de la historia de México, la de los de los muralistas, los volcanes, Xochimilco y sus chinampas, las pirámides y la aparición de fenómenos como Tin Tan, Cantinflas, El Indio Fernández, Palillo, María Victoria, Tongolele, el gran cine mexicano con sus divas, Dolores del Río, María Félix y los cielos de Gabriel Figueroa, que ganaron todos los premios en el Festival de Cannes.
No sólo eso, Miguel Sabido dio a conocer en homenajes televisivos la intimidad de poetas de la talla de Pellicer, Novo, Jorge Cuesta, Octavio Paz y Jaime Sabines, cuya obra impactó a los jóvenes. Gracias a él, novelistas como Martín Luis Guzmán, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Rosario Castellanos y Elena Garro, así como bailarines y coreógrafos extraordinarios, entre ellos Guillermo Arriaga y su Zapata, Amalia Hernández y su ballet folclórico, aparecieron en televisión.
–Yo creo, Elena, que el siglo XX fue el Siglo de Oro de la cultura mexicana, y tú y yo tuvimos la fortuna de vivirlo porque crecimos en la panza del siglo XX y tratamos a todo el mundo, los escuchamos discutir, cantar, los vimos bailar, enamorarse, gritar, enojarse… ¡Qué gran privilegio! Ahora, para agradecerlo, recojo testimonios de los que todavía quedamos, 20 o 25, y grabo el testimonio de Eduardo Matos Moctezuma, López Austin, Beatriz Espejo, Margo Glantz, que me permiten analizar por qué México tuvo ese momento de gloria cultural parecido al del siglo XVI con el teatro indoeuropeo, que primero fue evangelizador y luego político.
“En el XVII sólo tuvimos a Sor Juana; el XVIII un páramo; el XIX, quizás el Idilio salvaje, de Manuel José Othón, pero el XX es una explosión de creatividad: ahí tienes la novela de la Revolución, que llega hasta Pedro Páramo y La muerte de Artemio Cruz. Ahí tienes al muralismo, la música de Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, la danza en la que irrumpen creadoras como en la literatura Nellie Campobello con sus novelas Cartucho y Las manos de mamá, cuentistas como Inés Arredondo y Guadalupe Dueñas; novelistas como Josefina Vicens, Rosario Castellanos y Elena Garro.
No olvidemos a las actrices, la Fábregas, la Montoya, quienes encumbraron con su enorme talento a Rodolfo Usigli, Emilio Carballido o Luisa Josefina Hernández.
–Miguel, ¿crees que la gloria del siglo XX cultural de México ha vuelto a repetirse?
–No, para nada. Tuve la suerte de pertenecer a una familia excepcional. Mi madre fue maestra misionera de Vasconcelos, la mejor amiga de Antonieta Rivas Mercado; actuó dirigida por Salvador Novo. Un detalle muy conmovedor: la familia de Rodolfo Usigli y la mía vivían en la misma vecindad en el barrio de San Miguel, y Usigli y mi madre fueron los mejores amigos. Rodolfo, imaginativo, se picó el dedo índice para juntarlo con el de mi madre: Ahora sí ya somos hermanos de sangre. Lo fueron durante toda su vida. Tío Rodolfo, llamé yo a Usigli.
“Al mismo tiempo, mi padre fue un indígena que aprendió español a los 13 años y mi abuela paterna nunca lo aprendió, mientras mi abuela materna recibió la Medalla Altamirano como maestra distinguidísima, ya que fundó la carrera de Trabajo Social en México y fue de las primeras sufragistas al lado de Eulalia Guzmán. Hacían mítines feministas en la plaza pública y los bomberos las bañaban. No tenían miedo a nada; ya en su casa preparaban el próximo mitin.
“Tuve el privilegio infinito de tener en mi casa a los dos Méxicos de Bonfil Batalla: el México profundo, el indígena, y el México criollo, el del Olimpo cultural del siglo XX. Mi madre representó al cultural, pero mi padre me llevó a los seis años a bailar a Chalma y a cantar los Alabados. Bailé la Danza de los 12 pares de Francia, porque decían que yo tenía cara de turco. También bailé la danza de Los tres colores en el carnaval de Huejotzingo y con los chinelos en Morelos, y las pastorelas de Hidalgo y Oaxaca. ¡Fíjate qué fortuna la mía! Por eso agradezco el privilegio de vivir los dos Méxicos desde dentro y pertenecer a las dos culturas.”
–Seguramente en esas peregrinaciones te aficionaste a las masas…
–Sí, pero también tuve la suerte de dirigir a Ofelia Guilmain, María Douglas, Carmen Montejo, Isabela Corona y a Alma Muriel…. He sido muy afortunado y tú también, porque vivimos una vida muy plena en una ciudad maravillosa, muy diferente a la que es ahora.
“Vivir una vida de teatro fue una decisión que tomé desde que estudié literatura dramática en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fui fanático de la lectura hasta que me llamaron a la televisión. Durante años dirigí el Canal Cultural Nueve, en el que yo hacía de todo: producción, dirección, diseño de la obra, escenografía, todo, pero lo que siempre deseé hacer fueron mis pastorelas en Tepozotlán, y te digo mis, porque nada en la vida he sentido tan mío como mis pastorelas.”
Miguel Sabido, quien supo introducir el gran teatro en Televisa, recuerda con emoción:
–Mi vida fue muy rica hasta llegar al homenaje a Pita Amor, que causó un escándalo. Pita me pidió con esa voz rotunda que conociste: “Quiero hacer una entrada espectacular, que todos se queden pasmados al verme descender del cielo del Palacio de Bellas Artes en un carro alegórico triunfal, digno de mi linaje y de mi genio…” “Sí, Pita…” “Quiero que el carro sea de oro y que en el momento en que aparezca, los espectadores expresen la reverencia y el asombro que provoca una aparición celestial, divina, como la mía…” Sí, Pita. “Quiero que Manuel Méndez me haga gratis un vestido de reina, blanco y oro que deslumbre, enceguezca y deje mudos de admiración a todos. Quiero que el aplauso opaque el claxon de todos los coches…”
Alejandro Luna fabricó un hermosísimo corazón que convirtió en carro triunfal que bajó muy lentamente al centro del escenario. Pita, envuelta en tules con su corona y su cetro en la mano, nos sonrió. Su amigo Manuel Méndez la vistió de zarina, la recargó sobre pieles de armiño, le puso una tiara muy aparatosa. El aplauso duró 18 minutos. ¿Tú sabes lo que es un aplauso de 18 minutos, Elena?
Pocos habrían tenido la generosidad y la paciencia de Miguel Sabido al complacer a Pita, quien declaró que ya estaba destinada a la posteridad.