Fray Isidro Félix De Espinosa, O.F.M.
Natural de Querétaro, en donde nació el 16 de noviembre de 1679, y en donde murió el 14 de febrero de 1755.
Ingresó al Colegio de la Cruz en 1696, habiéndose ordenado en 1703, año en que inició su actividad misionera en Tejas, Río Grande y otros sitios, habiendo sido compañero de Fray Margil.
Dominó varias lenguas indígenas.
Fue Guardián del Convento de Querétaro.
En 1726 se le nombró cronista.
Entre muchas otras obras escribió:
El Cherubin custodio de el árbol de la vida
la Santa Cruz de Querétaro
Vida del Venerable siervo de Dios Fr. Antonio de los Ángeles Bustamante… (1731).
Compendio de la vida maravillosa del gloriosísimo Padre S. Francisco de Asís, Patriarca y fundador primero de la orden de los menores: deducido de la Chrónica Seraphica y entresacado de lo que escribió el ilustrísimo Sr. D. Damián Cornejo (1735).
El Peregrino Septentrional Atlante: delineado en la exemplaríssima vida del Venerable Padre Fr. Antonio Margil de Jesús… (1737).
Nuevas empresas del peregrino americano septentrional Atlante, descubiertas en lo que hizo cuando vivía, y aún después de su muerte ha manifestado el V.P.F. Antonio Margl de Jesús .. (1747).
Chrónica Apostólica y Seráphica de todos los colegios de Propaganda Fide de esta Nueva España, de misioneros franciscanos observantes… (1746).
Crónica de la Provincia Franciscana de los Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán (publicada en 1899 y en 1964.
Otras obras de él son:
Derrotero de la entrada que hizo a Tejas el año 1709, acompañando al P. Fr. Francisco Hidalgo; Diario derrotero de la nueva entrada a la Provincia de los Texas, año de 1716.
Origen del ilustre Colegio de Sta. Rosa de Viterbo (1752).
Entre otras.
De estas últimas algunas han quedado inéditas.
«La Crónica de la Provincia Franciscana de los Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán», la editó Nicolás León en 1899, acompañada de unos Apuntamientos bibliográficos; una reedición de la misma con los mismos apuntamientos y Prólogo y notas de José Ignacio Dávila Garibi, se hizo en México, D. F., Editorial Santiago, 1945 con ilustraciones y mapas.
«La Crónica de los Colegios de Propaganda Fide de la Nueva España» ha sido reeditada con un excelente y definitivo prólogo y notas de Fr. Lino Gómez Canedo, O.F.M., Washingt’on, D. C. Academy of American Franciscan History, 1964, con ilustraciones y mapas. (Publications of the Academy of American Franciscan History. Franciscan Historical Classics, volume two).
«El Diario derrotero. de 1716», ha sido publicado en inglés por el Rev. Gabriel Tous, T.O.R., bajo el título: Ramon’s Expedition: Espinosa’s Diary of 1716. Preliminary Studies of LECTURAS HISTORICAS MEXICANAS 595 the Texas Catholic Society, vol. l. no. 4. April 1930. Reprint from Mid-America, vol. XII, no. 4. April 1930.
Fuente: Fr. Isidro Félix de Espinosa, O.F.M.
«La Crónica de la Provincia Franciscana de los Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán», 2a. ed. Apuntamientos bibliográficos por el Dr. Nicolás León. Prólogo y notas de José Ignacio Dávila Garibi. México, D. F., Editorial Santiago, 1945. con ilustraciones y mapas.
FRAY JUAN DE SAN MIGUEL, CIVILIZADOR
Vino este admirable varón a este reino de las Indias’ después de los doce atlantes de esta conversión indiana y todos los escritores de estas partes no señalan la santa provincia de donde vino, siendo así que todas podían pelear con noble codicia sobre la posesión de joya tan preciosa; pero mientras no se descubra la mina de donde se sacó este oro aquilatado, puede enriquecerse con él toda la santa provincia de Michoacán que lo incorporó entre sus hijos y se gloria de contarlo entre sus primeros padres y fundadores.
Desde que pasó de España fue destinado para el reino de Michoacán y luego que llegó a él, viendo que para aprovechar las almas de los naturales de este reino era necesario saberles hablar en su idioma nativo, aprendió su lengua con toda perfección y en ella les predicó muchos años con gran fruto y aprovechamiento de los indios. Se empleó con tanto esmero en aquella conversión, que se levantó con la universal aclamación de los tarascos, substituyendo el lugar de su primer fundador en la vida, ejemplo de observancia y juntamente en propagar y
extender lo comenzado.
Fue muy penitente, casto y de mucha abstinencia, con que su predicación hería cuando enseñaba y en ella conocieron todos los gentiles los motivos de su conversión.
Como verdadero ministro del Señor, se mostraba siervo de todos con una humildad muy profunda y de este centro se levantaba a buscar a Dios en la contemplación y en ella era confortado para emprender pasmosas hazañas en servicio de Dios y bien espiritual de sus prójimos.
Estaban en aquellos primeros tiempos los gentiles dispersos en lugares ásperos y entre la maleza de las montañas, y llevado de los fervores de su celo trasegaba los montes y se arrojaba a los despeñaderos para buscar almas que convertir y muchas veces como tuzas acosadas quisieron despedazarle; pero era tanta la eficacia y suavidad de sus palabras, que amansaba sus iras, y los convertía en mansos corderos y al retirarse a su convento le salían a buscar balando por aquellas sierras.
Tuvo la palabra de este nuevo legislador la eficacia de su espíritu, pues como luz fogosa no le quedó gruta, peña, ni monte en donde no penetrasen los rayos de su predicación apostólica.
Es constante que el santo fundador Fr. Martín de Jesús fundó las primeras iglesias y destruyó los templos de los ídolos dejando extinguidos sus ritos y diabólicas ceremonias; pero no tuvo lugar de fundar los pueblos y darles leyes de política, porque harto hizo en introducir la fe, dejando lo que faltaba por hacer, a este venerable padre que fue su sucesor y lo cumplió tan exactamente que fue el primero que puso todos aquellos pueblos en política.
Para. mejor efectuar el celo grande que tenía de la conversión de aquellas gentes, lo persuadió el que dejasen los lugares ásperos y montuosos en que vivían y los hizo bajar a tierras más llanas, fértiles y frescas, donde fundó pueblos muy ordenados; haciendo a sus moradores dignos del nombre de hombres, porque carecían de él en las montañas donde vivían, por estar muy dispersos y apartados unos de otros, en lo cual padeció muchos trabajos.
Y lo que más se debe encarecer en este hecho, es la eficacia que su palabra tuvo en aquellas bárbaras gentes, pues pudo persuadirles cosa tan dificultosa a los que se habían criado como brutos, haciéndoles dejar los lugares de su nacimiento y venirse a otros, que, aunque muy amenos eran para ellos desconocidos.
Luego que los tenían congregados, emprendía la fundación, dividiéndola en calles, plazas y edificios, que, aunque no eran muy costosos, eran de mucha decencia y servían de ornato al nuevo pueblo.
Les instruía en el modo que habían de observar en su gobierno, componiendo sus repúblicas y trayendo maestros de todos oficios para que los aprendiesen y así salieron los tarascos tan grandes oficiales.
Ordenó que los niños se juntasen a la doctrina y de ellos escogiesen las mejores voces para la capilla y para que aprendiesen a tocar órgano y con esta diligencia quedaron en todos los pueblos muchos maestros de música y muy diestros organistas; por su industria se introdujeron los instrumentos que sirven para cantar en los coros y los mismos indios los labraban con tanto primor como se ve hasta los tiempos presentes.
Puso para estas cosas fiscal, mayordomo y demás oficiales, que conservaban los aranceles que les dispuso para su gobierno y estos son los mismos que han seguido después acá todos los ministros de Michoacán.
Fue este siervo de Dios el legislador, como el que pedía el santo rey David, para que estas gentes indómitas supiesen que eran hombres y no del número de las bestias. Lo que más le costó fue el reducir muchas naciones de bárbaros chichimecos, gente bruta y montaraz y que el sacarlos de los montes es reducir una fiera a la quietud de la cadena.
Sólo podrá hacer digno aprecio de le costoso de esta reducción el que considerare la dificultad con que cada uno deja su patria y natural asunto: porque privar a uno de su gusto no lo sabe bien, sino el que se ve forzado a hacer lo que naturalmente. le repugna. Tan natural es en todas las criaturas buscar su nativo centro, que hasta una insensible piedra si la tira a lo alto, luego que se acaba la fuerza del impulso se vuelve a la tierra de donde se arrancó con violencia.
De aquí conoceremos las grandes dificultades que este venerable varón tendría para arrancar estos indios de su natural asiento y de aquellos brutales gustos y delicias que gozaban en su barbarismo, sin sujetar su libertad a una ley que le quitaba las libertades de su apetito y que forzosamente se habían de sujetar al gobierno de una cabeza los que jamás supieron tenerla.
Volviendo a la narración de lo que trabajó el venerable padre le fue muy costoso el reducir a los bárbaros a que se contentasen con tener sólo una mujer, que es lo que permite la ley de Cristo, repudiando la multitud de ellas con que los tenía embelesados el demonio. Cosa fue ésta que apuró más la paciencia de los ministros, que toda la conversión; porque ya el amor en ellos como había echado raíces se estaba inmoble, cuando oía que el evangelio no admitía muchas mujeres sino una, no miraba su barbaridad sino las conveniencias de su apetito y así no acababan de resolverse, luchando el espíritu con la carne sin determinarse a lo que les era tan conveniente.
En fin, las palabras de este predicador evangélico fueron llamadas abrasadoras que destruyeron todas las dificultades que se les oponían y convirtió tantas almas como pinos tiene la montaña y repudiando todas las mujeres que tenían en su gentilidad, se casaban con una
según el rito de la santa romana iglesia.
A las dificultades que se les ofrecían preguntándole si era válido el matrimonio contraído con mujer estéril uno, respondía con la autoridad del gran padre San Agustín, que debía mantenerse, pues, aunque fallara la fecundidad, se podían verificar los honestos fines para que se instituyó el matrimonio, que son la unión, gracia matrimonial y la propagación de la naturaleza, que si por accidente falta, no puede anular lo válido
del matrimonio.
Vencidas estas primeras dificultades, prosiguió en la demanda de su ministerio corriendo personalmente las cumbres de toda la sierra de Michoacán en busca de los indios, siendo el caudillo que abría el camino por aquellas serranías y desiertos a pie, desnudo y hambriento, ayunando casi todo el año, sin perder un punto las horas del Oficio Divino, aunque fuese entre tigres y leones y en los mismos bosques donde habitan estas fieras, hacía sus disciplinas ordinarias todos los días, pidiendo a nuestro Señor el acierto de sus designios.
Muchas veces iba rompiendo la nieve en tierras tan frías como hay en la sierra que era menester el espíritu de nuestro padre San Francisco para caminar adelante; otras veces experimentaba los bochornos de la tierra caliente sin yedra que lo albergase, como al profeta Jonás, sino un roto sombrero que le defendía para no quedar más tostado de los rayos del sol.
Quien le viera en estos momentos correr como sierva amorosa al socorro de los hijos, diría que era violencia y rapto de un espíritu celestial y no de un hombre descalzo, desnudo y falto de toda conveniencia humana.
A su incansable trabajo atribuye la crónica la mayor parte de todo lo que se pobló en Michoacán, que fue el principal ministro que pobló las cabeceras de los pueblos y a su imitación se fueron poblando y congregando todos los demás con la misma política y observando el mismo estilo en la fábrica de las iglesias, en la doctrina y asistencia de los niños para aprenderla y en todas las demás cosas temporales.
En donde dejó más señaladas las huellas de su fervoroso espíritu y en lo material más perpetuas memorias de su aplicación a lo político, fue en el pueblo de Uruapan. Fundada ya gran parte de la sierra, llegó el siervo de Dios a este sitio y viéndolo tan ameno, fecundo y vistoso, le pareció que el mismo cielo con su alegre semblante miraba aquel paraje con especial agrado.
Hizo alto allí el colono seráfico, caudillo del pueblo, apóstol de su iglesia y tiró las líneas para fundarlo en el mejor lugar que contenía todo aquel valle, y que tiene todo el reino de Michoacán, repartiendo la población en sus calles, plazas y barrios, con tan linda disposición que pudiera emular la aristocracia de Roma.
Dio a cada vecino su posesión, mandando que desde luego hiciesen casas y que en cada una pusiesen su huerta, plantando todo género de frutas, plátano del muy pequeño y exquisito, ate, chicozapote, mamey, lima, naranja, limón real y ordinario, y no sé si desde entonces se plantó un limón grande y exquisito que tiene dentro otro. limón pequeño con corteza y pepitas como el mayor, que a cuantos lo han visto les ha causado curiosa admiración.
No hay casa de indio, que no tenga de todas estas y otras muchas frutas de Castilla y agua de pie para la verdura, con tan linda disposición y arte que todo el pueblo parece un país flamenco, de frutales tan levantados que compiten con los pinos para subirse al cielo.
A un lado del pueblo está un ojo de agua de doce varas poco más o menos de’ circunferencia, tan profundo y corpulento, que discutiendo hacia el poniente a tiro de piedra es ya un río tan caudaloso, que impide el vadearse y sirve de cinta o muralla a la población.
De allí a dos leguas enfrena su curso en una montaña tan espesa que como esponja sedienta se bebe todo el raudal y no despide gota hasta verse harta. Lo que causa admiración a la vista, es el que desmenuzándose toda la copia de agua por entre los pinos, riscos y peñascos se despide gota a gota por la otra parte de la montaña, y parece como lluvia de aljófar, o un grande copo de nieve, que pudieran enriquecer
a los poetas de sus fingidas perlas, aljófar y cristales.
Apenas gana pie de agua y recoge sus desperdicios cuando vuelve a formarse hermoso río que corre hacia el poniente y cría en sus cristales muchas truchas y otra variedad de pescado. Demás de este río hay dentro de Uruapan otros muchos ojos de agua, con que le fue fácil al siervo de Dios encañarla por todas las calles y casas del pueblo, sin que ha ya alguna que no tenga: y así todo el año se ve fruta y verdura por ser la tierra tan fértil en tanto grado, que en todo su circuito se está sembrando, cogiendo, espigando y naciendo el trigo en todos los tiempos del año: con que siempre está dando fruto Y. es cosa bien de notar que en aquel terreno a quien el cielo hizo tan fecundo, se ven a un mismo tiempo unos segando, otros sembrando y otros aventando el trigo en las eras.
La razón de esta hermosa fecundidad es porque a las cinco de la tarde se levanta una marea tan suave y fresca, que, estorbando las inclemencias del cielo, dura hasta las cinco de la mañana y así nunca hiela; con qué se ha conservado el pueblo con la misma abund11ncia que en su primera fundación. Antiguamente se mantenían más de mil fuegos que eran otras tantas familias; aunque con las pestes que después han sucedido se han minorado los habitadores; pero no el comercio, que como es de todo el reino, no cesa la contratación de todos los géneros de la provincia y de la tierra.
Es tan numeroso el concurso que hay de todas partes, no sólo de la sierra, sino de tierra afuera, que obligó al pueblo a que introdujera todos
los días el tianguis a quien nosotros llamamos feria, donde se compra y vende desde las cinco de la tarde hasta las nueve de la noche.
Para evitar la confusión de la obscuridad que trae consigo la noche y poder libremente comerciar y volverse los indios e indias a sus casas, usan el atar en unos quiotes, que. son como maderos huecos y largos, manojos de ocote, o tea que encendidos hacen una llama muy hermosa y son tantos que parece todo el pueblo estar como en fiestas iluminado y con esta claridad compran y venden y se pueden volver con mucha facilidad a sus casas. Fundado el pueblo y repartido con la disposición que hemos visto, trató el siervo de Dios de fabricar una iglesia a todo costo, pues la que antes tenían, aunque era muy capaz, era toda de tablas y madera.
Como los indios eran tantos y la devoción que profesaban al venerable padre era mucho mayor, apenas lo propuso cuando comenzaron a juntar materiales y a poner por obra una iglesia muy grande, suntuosa, como para concurso tan crecido, siendo su labor de calicanto y tan costosa, que pudiera consumir un patrimonio, si el del venerable padre no fuera el de Cristo. Concluida la fábrica la adornó de retablos, órgano, ornamentos, como pudiera un gran potentado.
Después de esto, emprendió la obra de un hospital para la curación de los indios enfermos y lo concluyó a toda satisfacción, que por sí solo
· bastaba a hacer memorable su nombre y hasta hoy en día se mantiene mucha parte del edificio antiguo, de que pude ser testigo ocular cuando hice misión en aquel pueblo.
Les puso un retablo y órgano, fundándole su renta, como hizo en los demás hospitales, de que hablaré después.
Fundado el pueblo, hecha la iglesia, y acabado el hospital, repartió él la población en sus barrios, dándole a cada uno de ellos su capilla con
el retablo del santo, para que todas las noches se juntasen todos los del barrio, después de la oración, a cantar la doctrina y parecía coro de religiosos.
Como cada capilla está en los remates de las calles, unas a otras se están mirando y hermoseando la disposición del pueblo; y como está dividido en nueve barrios, son nueve las capillas, cada una con sus ornamentos y órgano, menos una que no lo tiene.
Hecho ya todo lo material de la fundación, puso sus conatos en lo espiritual y político asistiendo en persona al examen de la doctrina, criando alcaldes, mayordomos y fiscales, adornando el pueblo dp todos los oficios y poniendo en ellos a los muchachos de la doctrina para que los aprendiesen: y juntamente escuelas de canto y música, para que siempre en la iglesia hubiese cantores y organistas.
Este ejemplo lo siguieron después todos los ministros de Michoacán en la educación y aumento de sus iglesias.
Fundado este pueblo y otros a que asistía el venerable padre, dejó hechos conventos, vivían ya los indios con aquel consuelo que goza el
que después de una larga noche ve rayar el día; y así esta tranquilidad conmovía aun a los que estaban en los montes a que bajasen y se avecindasen en los pueblos, porque veían en ellos el orden y concierto que ellos en su gentilidad jamás tuvieron.
Como eran muchos, venían entre ellos bastantes enfermos, que habitando con los demás en sus casas les ocasionaban grandes pestes. Lastimado el caritativo padre de la mortandad que iba experimentando, discurrió, ayudado de Dios, hacer en todos los pueblos hospitales junto a los mismos conventos para que así el extranjero como el morador hubiese recurso en sus enfermedades; quien hubiere visto y experimentado la pobreza de los indios y la cortedad de sus ánimos echará de ver el fondo de este acuerdo, que fue el más acrisolado empleo que pudo inventar la caridad para el mayor servicio de Dios y mayor consuelo de los prójimos, dando a los enfermos alivio en sus enfermedades y que tuviesen a mano los santos sacramentos los que morían y entierro de limosna a quien no tenía con qué costearlos y a los sanos dio margen
para la caridad asistiendo a los enfermos.
El orden que tuvo el siervo de Dios fue edificar una iglesia o capilla capaz para administrar los santos sacramentos y después unos salones con sus patios y cocinas: ordenando que cada semana entrasen por su turno los oficiales así hombres como mujeres ocupándose cada uno en su ministerio.
En llegando la enfermedad a declararse de peligro se confesaba el enfermo y en la iglesia del mismo hospital se le daba la comunión, juntamente con la extremaunción, ~con la decencia que en su parroquia iglesia. Dispuso que todos los semaneros a prima noche se juntasen en la iglesia y repartiéndose a coros las mujeres en uno y los hombres en otro, cantasen la doctrina en el tono que la iglesia canta sus himnos y lo mismo al amanecer, añadiendo el himno de Ave Maris Stella y Pange Lingua, dando la alborada con estas alabanzas divinas. Concluida la doctrina salían de la iglesia y se iban cada uno a su oficio.
Instituyó que los sábados se hiciese procesión con una imagen de la purísima concepción de María santísima señora nuestra llevándola en hombros cuatro indios de los más principales, con coronas o guirnaldas en las cabezas a la iglesia principal y allí se le cantaba solemnemente su misa, adornada la iglesia con verdes ramos y flores, como si cada sábado fuese la fiesta titular.
Acabada la misa daba vuelta la procesión al hospital cantando las letanías de la Señora.
Y porque costumbre tan loable y negocio de tanta importancia no desfalleciera con el tiempo, dispuso que en cada un año se juntase toda la comunidad del pueblo sin escusarse alguno y que beneficiasen una sementera de trigo, maíz y otras semillas y que recogidas, en el pueblo las vendiese para medicinas, ropa y sustento del hospital.
En otros hospitales fundó la venta en ganados mayores y menores, que con el tiempo se fueron criando hasta llegar algún hospital, a tener tantas reses como pudiera un hombre bien asentado.
Hasta ahora se conserva esta orden, que con tanta prudencia dispuso este bendito religioso y es de mucho consuelo para los que ven su
permanencia después de tantos años.