Hace 200 mil años, en algún lugar de África, surgió nuestra especie

La luz que alumbra el camino

Hoy, gracias a la ciencia, todo el mundo habla del coronavirus y de las vacunas; y, si bien, la gente en general, no conoce estos temas con profundidad, tiene una idea clara sobre lo que es un virus y el beneficio que puede tener la vacunación.

Por Héctor Mayani*

Hace 200 mil años, en algún lugar de África, surgió nuestra especie, Homo sapiens. El ser humano comenzó a caminar en este mundo. Un mundo complejo y fascinante, maravilloso y fértil, misterioso y hostil.

Durante miles de años caminamos en medio de la oscuridad, a tientas, sin entender nuestro entorno. Sobreviviendo gracias al gran desarrollo de nuestro cerebro, a nuestra gran capacidad de comunicación y a nuestra imaginación. Durante miles de años vivimos haciéndonos preguntas sin encontrar las respuestas.

¿De dónde venimos? ¿Cómo se creó todo lo que existe? ¿Qué es esa masa incandescente que sale todas las mañanas por el oriente y que alumbra y calienta nuestras tierras? ¿Qué son esos cuerpos luminosos que brillan en el cielo nocturno? ¿Por qué enfermamos? ¿Por qué envejecemos? ¿Por qué morimos?

Entonces creamos historias, mitos y leyendas para tratar de explicar todo aquello que no entendíamos. Creamos dioses, ritos, costumbres. Comenzamos a desarrollar remedios basados en plantas para tratar de aliviar el dolor físico.

Aprendimos a cultivar la tierra, a domesticar animales, construimos aldeas y luego ciudades, aprendimos a comerciar, creamos normas y leyes, desarrollamos sociedades y comenzamos a dominar a la naturaleza. Durante siglos aplicamos un conocimiento empírico, cada vez más complejo, pero siempre supeditado a las creencias de la época.

Creamos nuevas historias, más elaboradas y convincentes, basadas en la vida cotidiana, en la experiencia y en mitos. Avanzamos mucho en nuestro camino. Pero seguíamos a tientas, viviendo del ensayo y el error. La oscuridad seguía a nuestro alrededor.

Hace unos 500 años, comenzamos a ver nuestro mundo de una manera diferente. Comenzamos a dudar acerca de lo establecido, empezamos a cuestionar aquellas cosas que nos fueron impuestas y aquello que seguíamos sin poder explicar. Nos dimos cuenta de que las respuestas no podían venir de las creencias, de las leyendas o de la superstición. Entonces, decidimos crear nuevas formas de analizar, de estudiar.

Empezamos a observar de una manera diferente, a hipotetizar, a experimentar. Creamos una forma de entender en la que las evidencias y el razonamiento lo eran todo, no había lugar para creencias. Y nuestra vida cambió. Comenzamos a caminar más deprisa, con mayor firmeza, con dirección. La oscuridad dejó de ser un obstáculo, porque ahora nuestro camino estaba alumbrado. Alumbrado por una luz poderosa que había llegado para no extinguirse. Una luz que nos permitió explorar y conocer más allá de lo que podíamos ver. Una luz a la que llamamos ciencia.

La ciencia nos llevó a explorar y a comprender lo que había más allá del cielo, desde el sol y los planetas del sistema solar, hasta las galaxias más lejanas y los misteriosos hoyos negros. Nos permitió adentrarnos en la estructura de la materia y descubrir a las partículas que la conforman: protones, neutrones, electrones y los diversos elementos subatómicos. Nos demostró que el tiempo comenzó hace 14 mil millones de años, y no hace 6 mil años, como se nos había dicho.

Entendimos con más claridad los fenómenos climáticos ocurridos durante las estaciones del año, pudimos explicar la erupción de un volcán y el porqué de los terremotos. Construimos naves que nos permitieron viajar al espacio, pisamos la luna y pusimos robots y vehículos en marte. No solo navegamos por todos los ríos y mares del mundo, sino que nos sumergimos en las profundidades de los océanos.

Gracias a la ciencia fuimos capaces de conocer a seres vivos más pequeños que lo que nuestros propios ojos consideraban pequeño. Descubrimos el material del que está hecha la vida, desciframos las leyes y los mecanismos de la herencia, clonamos animales, secuenciamos nuestro propio genoma, y entramos a nuestro cerebro, a nuestras ideas, a nuestra conducta. Desarrollamos vacunas y antibióticos, trasplantamos células y órganos de personas sanas a personas enfermas, creamos un sinfín de medicamentos y terapias. Curamos enfermedades. Nuestra esperanza de vida se triplicó. Y la ciencia nos trajo nueva tecnología. Llegó la radio, el televisor, el teléfono, el microondas, la computadora y el internet. ¡Vaya si nuestra vida cambió!

Todo este conocimiento científico nos llevó a conocernos mejor, a saber de dónde venimos y cómo llegamos hasta aquí. Pero no solo eso, la ciencia nos puso en nuestro justo lugar, ni más arriba ni más abajo. Nos enseñó que no fuimos creados a partir del barro, sino que somos producto de una extraordinaria y compleja evolución que inició hace 3,600 millones de años. Nos demostró que estamos hechos de la misma materia prima de la que está hecha una lombriz, una rosa, una lagartija, un roble o un delfín. La ciencia nos ha hecho más conscientes acerca de nuestro planeta y de la interacción tan delicada que existe entre la naturaleza y nosotros; del daño que le hemos hecho y del peligro que corremos en consecuencia.

Desafortunadamente, la humanidad siempre ha visto a la ciencia como un elemento secundario en el quehacer de la sociedad; como un asistente que trabaja tras bambalinas mientras la gran obra transcurre bajo la mirada del director y las aclamadas actuaciones de los actores.

Para la gran mayoría de las personas del mundo, la ciencia ha sido una actividad que no se conoce del todo y que se entiende menos; esa actividad que para muchos resulta aburrida y para otros tantos, incomprensible, inalcanzable.

La gente argumenta que puede ver el fruto del trabajo de un ingeniero, de un arquitecto, de un médico, de un chef o de un peluquero, pero que lo que hace un científico no es tangible para ellos. Lo más triste y preocupante es que esa no es solo la percepción del ciudadano común; en muchas partes del mundo, líderes y tomadores de decisiones piensan igual. La ciencia ha sido soslayada en muchos países, con presupuestos escasos y con sueldos tan bajos, que se vuelven irrisorios si se les compara con los sueldos que perciben los empresarios, los artistas de la televisión o los deportistas.

Sin embargo, 2020 fue el año en el que el mundo entero vio con sus propios ojos el valor de la ciencia. COVID-19 puso a los científicos y al personal de salud en el centro del escenario y fueron los políticos, las estrellas de cine y televisión, los deportistas, los empresarios y los líderes religiosos, quienes ocuparon los papeles secundarios. En un tiempo extraordinariamente corto, científicos de diversos países identificaron al agente causal de esa mortal enfermedad (el virus SARS-CoV-2), secuenciaron su genoma, determinaron su estructura y descifraron su mecanismo de acción. A partir de estos hallazgos, se establecieron estrategias de salud pública, como el incrementar el aseo personal, el quedarse en casa, el guardar una sana distancia entre personas y el uso de cubrebocas.

Se pusieron en práctica diversos esquemas profilácticos y terapéuticos, basados en el conocimiento y la experiencia adquirida en epidemias previas. Y algo que no deja de ser sorprendente: en menos de un año desde que comenzó la pandemia, se desarrollaron varias vacunas contra SARS-CoV-2, empleando tecnología que se había desarrollado a lo largo de varios años de investigación básica.

Covid-19 nos enseñó que, en tiempos de pandemia, un deportista nos puede emocionar, un actor de Hollywood nos puede entretener, un político nos puede prometer y un sacerdote nos puede confortar; pero ninguno de ellos es capaz de salvarnos de la peste. Hoy, gracias a la ciencia, todo el mundo -los empresarios, los comerciantes, los abogados, los periodistas, los meseros y los estudiantes de primaria- habla del coronavirus y de las vacunas; y, si bien, la gente en general, no conoce estos temas con profundidad, tiene una idea clara sobre lo que es un virus y el beneficio que puede tener la vacunación.

Es cierto que la pandemia de covid-19 ha afectado a todo el mundo de una manera considerable. Justo un año después de que se detectara el primer caso de infección, esta enfermedad ha provocado la muerte de cerca de 3 millones de personas.

Y, sin embargo, en esta ocasión el número de muertes no alcanzó la magnitud observada en el pasado: recordemos la peste bubónica del siglo XIV, en la que se calcula que murieron alrededor de 200 millones de personas (una cuarta parte de la población mundial), o la mal llamada “gripa española” de 1918-1919, en la que hubo alrededor de 45 millones de defunciones. Esta vez, la ciencia impidió que el impacto de covid-19 fuera aún mayor. La ciencia impidió que la oscuridad se volviera a apoderar de este mundo. En esta batalla mundial contra la enfermedad, los científicos han marchado al frente de la humanidad, portando la antorcha encendida que nos ha guiado hacia adelante.

*Héctor Mayani es Biólogo y Maestro en Ciencias (Biología) por la Facultad de Ciencias de la UNAM, y Doctor en Biomedicina por la Universidad de Alberta en Edmonton, Canadá. Realizó estancias posdoctorales en la Universidad de Gales (Reino Unido) y en el Centro de Investigación en Cáncer de Columbia Británica (Canadá). Actualmente es el Jefe de la Unidad de Investigación Médica en Enfermedades Oncológicas del Centro Médico Nacional Siglo XXI, del IMSS. Es miembro (nivel 3) del Sistema Nacional de Investigadores.

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