La muestra
Carlos Bonfil
Periódico La Jornada
Uno de los títulos más esperados en la actual Muestra en la Cineteca es Los hijos del sol (Khorshid, 2020), del director iraní Majid Majidi (Los niños del cielo, 1997; El color del paraíso, 1999). Hace dos décadas el cine iraní vivía ya un momento inusitado de plenitud artística y sus mejores realizaciones tuvieron una vigorosa recepción internacional. Las narrativas sencillas, límpidas, de Majidi, interpretadas de modo recurrente por actores infantiles no profesionales, procedían en intención y estilo de una fuente de inspiración, el neorrealismo italiano, que también marcó el trabajo de otros cineastas iraníes, en particular Jafar Panahi (El balón blanco, 1995) y el veterano Abbas Kiarostami (¿Dónde está la casa de mi amigo?, 1987).
En Los hijos del sol se elabora nuevamente el retrato de una pequeña comunidad infantil, incorporando, como novedad narrativa, elementos de una cinta de acción. El título alude a un recinto privado, la escuela del sol, cuyo propósito altruísta es atender a niños de la calle, huérfanos en su mayoría. El adolescente Alí (carismático Roohollah Zamani), es miembro de una pequeña banda de delincuentes de poca monta que trabajan para el anciano Heshem (Alí Nasirian). Este último planea recuperar con ellos un misterioso tesoro escondido en los acueductos subterráneos accesibles a través del sótano de la escuela.
Alí y cuatro camaradas de su banda solicitan así inscribirse en el colegio, haciéndose pasar por estudiantes en busca de apoyo, y comienzan a excavar túneles de modo clandestino, como en una trama de robos a bancos o museos. Para quienes aún asocian el cine iraní de autor con un estilo narrativo eminentemente lírico y contemplativo, el ritmo trepidante de Los hijos del sol, con sus dosis de suspenso y sus esporádicos momentos de humor, será toda una sorpresa, como en su momento fue el cambio de estilístico de Jafar Panahi en su película de acción Sangre y oro (Crimson Gold, 2003).
Naturalmente el también realizador de Baran (2003) no propone aquí un simple thriller rutinario. La composición dramática de sus personajes infantiles, sobre todo el protagónico Alí, es particularmente compleja. Tampoco se descuida un contexto social que alude a la situación de algunos niños extranjeros, como el pequeño Abolfazl, que con sus familias tienen una condición más vulnerable en tanto refugiados afganos en busca de asilo. A Los hijos del sol se le ha comparado en festivales con Los olvidados (Luis Buñuel, 1950), en parte porque muestra, además de una marginación infantil extrema, la buena voluntad irónicamente contrariada de los maestros del plantel humanitario. La película está en efecto dedicada “a los 125 millones de niños obligados a trabajar y a quienes defienden sus derechos”. No hay nada especialmente buñueliano en esta declaración de buenas intenciones, aunque lo que el cineasta iraní rescata aquí, de un modo característico en él y muy emotivo, es la soledad y la inocencia lastimada de sus nuevos protagonistas marginados.