Entrevista con un priísta de antes
José M. Murià
¡Yo sigo siendo priísta. El que dejó de serlo es el PRI! Este es el comentario que ha repetido varias veces en los recientes días un viejo militante de dicho partido, al que se sintió obligado a renunciar hace poco con motivo de que el instituto político reiteró su abandono de manera flagrante a sus antiguas y principales banderas, para abrazar principios e intenciones más propios del PAN e, incluso, de agrupaciones aún peores.
Su inconformidad llegó a la cúspide cuando el gobierno de Enrique Peña Nieto atentó arteramente contra lo que él consideraba un elemento fundamental del espíritu nacionalista y revolucionario de los tricolores que lo llevaron al gobierno: esa nueva ley de energía que traicionaba por completo a lo que él llama el PRI verdadero, impuesta además, como se hizo, de una manera tan cochina.
En ese tiempo, el hombre todavía se resistía a creer que fuera cierta la existencia del mentado Prian, del que hablaba a cada rato Andrés Manuel López Obrador, aunque parecía confirmarlo el hecho de que se repitieran los mismos desatinos en política exterior que se habían cometido durante la docena trágica del PAN.
Ya con cierto desgano respaldó la candidatura del PRI a la Presidencia de la República de un personaje de filiación abiertamente panista y que ocuparan la presidencia del PRI, con grandes desatinos ambos, un hombre y una mujer que nada tenían que hacer ahí.
Asimismo, ya manifestó su franca inconformidad cuando se habló de la posibilidad de ser convocado a votar por el candidato del PAN, con tal de evitar que López Obrador ganara la Presidencia.
Preferir a un pillastre como Ricardo Anaya que, aparte de haber exhibido su calaña, se había pasado dos años de su vida denostando e insultando al PRI, le pareció demasiado, máxime que El Peje le parecía mucho más cercano que cualquier otro candidato a la plataforma ideológica que había esgrimido el PRI desde sus orígenes. Dicho de otra manera: López Obrador era el más priísta de todos.
Incluso, varias veces revisó el famoso discurso de Luis Donaldo Colosio, cuando éste rindió su protesta como candidato, en el monumento a la Revolución, en 1994. El hombre no me quiso decir por quién votó en 2018, pero estoy seguro de que lo hizo por ese gran contingente, que se hizo notar sobremanera, que cruzó las casillas del PRI en todas las boletas menos en la de Presidente de la República.
Como muchos, se hizo la ilusión de que la plana mayor del tricolor reaccionaría después de la elección, pero nunca supuso que sería adhirién- dose, todavía más, a las fuerzas contrarias a la Revolución Mexicana, y acabaría con una campaña que carece de propuestas serias y sí, en cambio, está rellena de ataques irracionales a toda la política del jefe del Ejecutivo federal, incluyendo su repudio a una nueva ley de energía que pretende volver a la vieja ruta patriótica, y hacerlo con puros calificativos peyorativos: sin un solo planteamiento teórico bien razonado y con buen fundamento.
¡Bien claro se deja ver que su única preocupación es ganar chambas!
Fue ese el momento en que el hombre llegó al cabal convencimiento de que, para seguir siendo un priísta de verdad, tenía que mandar al PRI a freír espárragos o, para ser más precisos, a chiflar a su mauser.