Interactividad y nuevas tecnologías: la literatura digital
La Jornada Semanal
José Rivera Guadarrama
A contrapelo de cierta postura que teme y hasta rechaza la escritura y, en consecuencia, la literatura que se produce en internet, aquí se hace una apología, muy bien documentada y con perspectiva histórica, de las grandes posibilidades que ofrece este medio tecnológico que, quiérase o no, es indetenible, no sólo en lo que concierne a la literatura, sino a las artes y la creatividad humana en general.
Durante todos los siglos precedentes al nuestro, el acto de escribir se limitó a formatos o materiales tangibles como papiro, cera, arcilla, papel, cuero, etcétera. Esta práctica venía exigida, además, por la cuestión de los elevados costos y lo oneroso que resultaba labrar aquella actividad. Ahora, sin embargo, con la digitalización de las nuevas técnicas, da la impresión de que se han superado estos márgenes. Con el desarrollo de internet ya no hay impedimentos que restrinjan la extensión de la escritura como actividad literaria.
Para poner en relieve lo anterior, citemos la Divina comedia, de Dante. Ahí, en los últimos versos del Purgatorio, Dante escribe: “Si yo, lector, tuviese más espacio para escribir, ahora cantaría de aquel dulce beber que nunca sacia, pero se han acabado ya las hojas a esta segunda cántica asignadas, porque el freno del arte me retiene.” No hay duda, aparecen aquí los límites materiales a la imaginación o la actividad creativa desde la época del arte medieval y el Renacimiento. El escritor florentino está apelando a las limitantes materiales y espaciales a las que se enfrentaba, insuperables por muchos motivos, incluidas la censura y las distancias geográficas.
Por eso es necesario resaltar muchas de las posibilidades que tenemos en esta etapa de multimedia interactiva. La literatura, junto con todas las artes, debe explorar y aprovechar las diversidades en sus dinámicas creativas y exponenciales. De alguna manera, este notorio avance es lo que Manuel Castells definirá como “la convergencia creciente de tecnologías específicas en un sistema bien integrado”.
Recordemos que, durante muchas décadas, el control de la literatura y en general de buena parte del arte occidental, estuvo a cargo de la Iglesia católica. Para detentar este dominio, muchas veces se valieron de la función de los copistas o amanuenses conventuales. No cabe duda de que, con esas actividades, monopolizaron la cultura escrita y la circulación de las letras. De esta manera, buena parte de las obras literarias, que iban de convento en convento, entre un puñado selecto de humanistas, no escapaban a su minuciosa inspección.
La expansión del conocimiento: divulgación y censura
Hasta antes de finales del siglo xv occidental, los papas y monarcas no se habían preocupado por la circulación de diversos escritos, ya que todos estaban bajo su control. Sin embargo, un siglo después, con el uso eficiente de imprentas y el aumento de escritos de diversa índole, comenzaron a censurar centenares de libros. Había comenzado, sin duda, la divulgación de la lectura más allá del confín de los dominios institucionales. Así, leer aquellas obras profanas y en lenguas vulgares podría ser motivo suficiente para ser condenado a diversos castigos. Haciendo un poco de analogía y sin forzar los términos, podemos apuntar a que todo ese control quizá nos haya dejado secuelas que no nos permiten, a estas alturas de la historia, innovar o proponer otros derroteros.
Ya durante la segunda mitad del siglo pasado, en su obra Kafka. Por una literatura menor, pensadores como Deleuze y Guattari afirmaban que “la expresión debe romper las formas, marcar las rupturas, y las nuevas ramificaciones. Al quebrarse una forma, reconstruir el contenido que estará en ruptura con el orden de las cosas. Arrastrar, adelantarse a la materia”.
Sin duda, para romper o superar tal paradigma, necesitamos repensar las artes, esto es, los modos expresivos característicos de la actividad humana. Si bien la historia del arte da cuenta de las oposiciones y rupturas conceptuales de las nuevas corrientes frente a las anteriores, no hay por qué situarnos en una actitud pasiva ante las herramientas contemporáneas que rigen nuestras actividades cotidianas. El arte siempre ha avanzado a la par de los desarrollos sociales y científicos de su época. La nuestra es tecnológica y digital. Adaptarla es cuestión impostergable.
El meta-medio es el mensaje
A estas alturas tecnológicas, las posibilidades de internet se enmarcan en una especie de meta-medio que favorece la ampliación y amplificación de la actividad escritural, lo cual configura una nueva dinámica de sentido a la creatividad o a las capacidades adaptativas de la imaginación humana. Esta renovación deberá resultar de las combinaciones de técnicas o estilos clásicos con la organización arborescente surgida de internet, que resultará en una especie de forma mutante de múltiples narraciones.
Aunque las herramientas multimedia son variadas no deben estropear la lectura, tampoco distraerla. Para lograr el dinamismo que se requiere, tienen que ser una especie de acompañamiento que colabore con la total comprensión de lo que se narra. El relato debe prevalecer siempre como la ruta más importante, una senda incierta y siempre diferente si se quiere, pero que el lector deberá trazar, de forma arbitraria o no, respondiendo a esas guías ofrecidas a los lectores del entorno digital.
También debemos dejar de lado la idea de que
en internet todo debe ser breve, rápido, instantáneo. Internet no es un templo de lo efímero. Al contrario, en él caben todas estas otras posibilidades. Por ejemplo, la de ofrecer a los lectores aspectos ilustrados de lo que se narra, ya que no hay límite de espacio como sucede en las revistas, los periódicos y los libros.
Aquellas limitantes obedecen, más bien, a un acto reflejo que de manera negativa aún permanece en nuestra memoria, y que Aristóteles ya había pensado en su “ley de contigüidad”, esto es, que “cuando dos cosas ocurren juntas, la aparición de una traerá la otra a la mente”. Empero, un autor más contemporáneo, Roland Barthes, pensando más en la actividad escritural, afirmaba que “un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura”. Además, el pensador francés está cuestionando el concepto de originalidad, un tema ya superado a estas alturas, pero que durante mucho tiempo fue tomado como una exigencia dentro de la actividad creativa.
Uno de los movimientos artísticos y literarios que hizo mofa de aquel concepto fue el dadaísmo. También, dentro de las letras mexicanas, con sus poemínimos, Efraín Huerta aportó ideas para dejar de lado aquellos impedimentos creativos, al afirmar que “quien esté libre de influencias, que tire la primera metáfora”.
Ni extinción ni desaparición: convivencia
Este temor de incorporar las posibilidades multimedia a la literatura, o los descubrimientos tecnológicos al arte, no es gratuito. Décadas atrás ya se habían generado ciertas polémicas al respecto. Por ejemplo, con la aparición de la fotografía, se pensó que la pintura iba a desaparecer. Lo mismo sucedió con la invención del cine: se pensaba que el principal afectado sería el teatro. Luego le siguió la televisión, cuando se aseguraba que el afectado sería aquel último, etcétera.
Las discusiones respecto a la desaparición de los otros formatos, fue recurrente. Al final de todas aquellas controversias, o supuestos, hemos comprobado que ninguno desapareció. Lo que provocaron, en realidad, fue la diversificación de sus públicos, y que éstos lograron obtener más o mejores alternativas para su disfrute y aprendizaje.
Por lo tanto, el tema de la amplitud en internet no debe circunscribirse sólo a la literatura. Al contrario, se puede aplicar a todo. Lo que pasa es que, sólo en este caso, estamos ejemplificando con el ejercicio de la escritura a este ámbito de la cultura, por ser el más reconocido para esta actividad.
No hay duda de que, para lograr lo anterior, el cerebro tendrá que evolucionar para adaptarse a estos formatos digitales y deberá explotar en todas sus variantes y posibilidades. Ejemplos ya los hemos visto, incluso los hemos leído. Las enormes novelas de Tolstoi, Dostoievski, Marcel Proust, Balzac, etcétera, bien podrían ser ejemplos de que las extensiones creativas no tienen límites, o no deberían tenerlos.
Sin lugar a dudas, Julio Cortázar estaría emocionado y expectante ante la idea de hacer más dinámica e interactiva su novela más conocida, la experimental Rayuela, dándole pasajes multimedia y dotando de mayor vitalidad y contexto a sus personajes principales. O La divina comedia, de Dante, recreando las escenas y los lamentos de las almas, sin que se interrumpa el goce de la lectura. O El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Marcha, de Cervantes. Además, todos esos escritores estarían encantados de tener mucho espacio disponible para escribir sin límite de extensión. Mediante esa correspondencia estructural se pueden lograr y descubrir otras formas de expresión, capaces de desorganizar sus propias formas y de desorganizar las formas de los contenidos, para liberar nuevos temas que se confundirán con las expresiones en una misma materia intensa.
Las virtudes del purgatorio virtual
Es cierto que ya hubo algunos intentos por adaptar a la literatura a algunos descubrimientos tecnológicos, a esos nuevos formatos. Así, por ejemplo, tenemos las radionovelas, las telenovelas, las novelas ilustradas, las novelas cinematográficas, etcétera. Con estos antecedentes, ¿por qué no adaptar ahora las novelas literarias a internet? De esta manera, no se perdería la continuidad de personajes, tampoco la amplitud de sus mundos posibles. Al contrario, la diégesis estaría dotándose de vastedad potencial con todas las herramientas multimedia.
Internet y sus posibilidades pueden ser una especie de purgatorio dantesco en el cual la literatura estará expiando todos los males históricos de la crítica y la censura que le han cerrado las posibilidades para, de ahora en adelante, llegar a otras rutas guiada por las experimentaciones tecnológicas de nuestros tiempos.