Para una fiesta
Mario Luzi
Traducción de Marco Antonio Campos y Emilio Coco
Mario Luzi
La Jornada Semanal
Mario Luzi (1914-2006), “el mayor poeta en lenguas romances de la segunda mitad del siglo xx”, se afirma aquí, fue introducido en México por Guillermo Fernández y Marco Antonio Campos lo entrevistó en dos ocasiones en su casa de Florencia. El poema que sigue, “Para una fiesta”, en versión del mismo Marco Antonio Campos al alimón con Emilio Coco, nos ofrece un atisbo a su mundo y el tono de su voz.
Sería hacia finales de los años setenta cuando conocí a Guillermo Fernández. Acababa de volver de Italia, y más concretamente de Florencia, donde estuvo casi un año gracias a una beca que le consiguió Hugo Gutiérrez Vega, entonces Director de Difusión Cultural de la unam. Guillermo fue un italiano que tuvo la ocurrencia de nacer en México. En Florencia había conocido a Mario Luzi (1914-2006), y recuerdo, en una caminata que hicimos por Chapultepec después de una conferencia en Casa del Lago, el entusiasmo con que hablaba del gran poeta florentino. Él lo dio a conocer en México y juzgó que era el mayor poeta en lenguas romances de la segunda mitad del siglo xx. Gracias a Guillermo me adentré en la poesía de Luzi y nunca he dejado de agradecérselo.
Tuve oportunidad de entrevistar a Luzi un par de ocasiones en su casa de Florencia en 1988 y 1999. Fue un privilegio conversar con él. La primera se publicó en el libro de entrevistas Literatura en voz alta (1999). Altísimo, delgado, ya un poco cargado de hombros, de cara angulada, era un caballero en su trato y de una lucidez excepcional. Con perspicacia y exactitud parecía adentrarse en los misterios de la poesía.
En sus inicios, en los años treinta, Luzi perteneció al grupo de los Herméticos en aquella bella Florencia abierta al mundo, entre ellos Tommaso Landolfi, Leone Traverso, Renato Poggioli, Carlo Bo. Fue amigo de Vittorio Sereni, Attilio Bertolucci (padre del cineasta Bernardo) y, más lejanamente, de Giorgio Caproni. En esos años treinta, cuando empieza a publicar, ya eran vistos como maestros Giuseppe Ungaretti y Eugenio Montale. Luzi vio a ambos y a Saba, Cardarelli y Quasimodo como los grandes poetas modernos en Italia. Admitía similitudes de su poesía con la de Montale, pero en la forma, no en los contenidos, porque, decía, Montale era un hombre oscuro, sin esperanza, aunque “en el fondo, creo, poseía la llave angélica”. Desde que Luzi publica su libro La barca en 1935, según declaró, está anticipado todo lo que ha escrito: la observación abierta, la escucha del mundo, y el deseo de conocimiento y de espera, religiosos o no.
La poesía de Luzi tiene elegancia y encanto. Su discurso en los poemas lleva una relación un tanto enigmática, oscura, y de pronto hay versos que brillan como relámpagos o caen en el corazón como lápidas. Magistralmente en los poemas juega con la realidad y la irrealidad, las dudas de lo que en el momento mismo se ve o cree verse, los engaños de la memoria…
Entre sus libros se hallan La barca, Avvento Notturno, Un brindisi, Quaderno Gotico, Primizie del deserto, Dal fondo delle campagne, Nel magma, Al fuoco de la controversia. Mario Luzi vio su espléndida obra como un solo libro con numerosos capítulos.
Para una fiesta
El mismo viaje hacia el mismo pueblo.
¿Verdad o recuerdo?
El piélago de dunas, que atravesada Arbia,
se rompe en un calvario
de agujas cenicientas,
nada tiene de cierto, solamente su disipación,
deja el corazón en manos de ese mar abierto.
¿Verdad o recuerdo? ¿Recuerdo o verdad?
Verdad demasiado símil al recuerdo
que anula el tiempo
pero multiplica su tormento –suena
una punzada de remordimiento
que hiela la sangre, coagula el mundo.
*
¿Reina del pasado o de su olvido?
Esperadas en la larga ceremonia, os espero
impecablemente.
No tuvo clara –me parece–
mi presencia entre los huéspedes.
Me observaba, además, de tanto en tanto.
¿Me veía, veía el hombre
en quien me cuesta a mí reconocerme? Tal vez,
pero nada cierto –pienso,
ya lejos muchas millas
en las curvas del retorno,
alargando en eternidad aquel tiempo, aquella duda, perdiéndome en ella.
*
Es y no es la misma de siempre.
Miro el radiante vegetal
de aquellos ojos sin tiempo,
y “vivido, sí, pero creído,
creído hasta el fondo”, me digo,
ni sé bien lo que entiendo,
la historia entera acaso, el entero acontecimiento.
Y ella escribe nuevamente su indemostrable
teorema
ya escrito en pergamino
y en papel, ya escrito minuciosamente,
estudiado con pasión,
examinado con arte,
puesto en duda por expertos, creído inexistente
si no fuera por la evidencia de las lágrimas. Y aún más convincente, la sangre.
*
¿Qué quieres decirme ahora, aún hacerme
conocer?
Cerrado en su piel de sombra,
mucho, es verdad, debe concluir
pero otro debe desgranarse a pleno sol y cocer–
en el fuego del deseo
o de su extinción, ¿en qué?
o es uno solo, una sola brasa…
*
No está dada, acaso,
y sin embargo parece allí, podemos tocarla,
a veces una felicidad sin sombras,
rectilínea,
que no pasa por el dolor de los otros.
Pero es lo mismo en el punto de luz y de altitud
donde subir es difícil
y quedarse es imposible… o yo no soy digno
de ello–
¿Quién en el sueño toma mi sitio
y canta esta perdida lengua
a los pies de un monte dilapidado
donde la sola felicidad está en no buscarla?
¿y qué canta?, ¿el augurio, el deseo
o una no resignada autosentencia?–
como si importara saberlo
y no aguzar los sentidos al crepitante despertar
en lo vivo de la pelea, en pleno siglo.
Traducción de Marco Antonio Campos y Emilio Coco