La escritora más fuerte: Fernanda Melchor / Elena Poniatowska
Lo primero que se me ocurre es pedirle su opinión sobre la marcha multitudinaria al Zócalo del lunes 8 de marzo.
“Hace ya varios años que tomé la decisión de no acudir a manifestaciones de ningún tipo. A lo mejor algún día me animo a decir por qué, pero creo que todavía no estoy lista. Pero aunque no participo, tengo amigas y colegas escritoras, artistas y periodistas que sí lo hacen, y cuando miro las imágenes que comparten en redes sociales, me lleno de emociones contradictorias. Me da mucha alegría ver a tantas mujeres, tan distintas, tan jóvenes, unidas por una causa común, pero también siento muchísimo enojo, sobre todo cuando las marchas se convocan para protestar por los feminicidios impunes y demás crímenes. También siento mucha esperanza cuando miro estas imágenes. Hay algo bellísimo en el rostro de una mujer indignada, gritando, grafiteando, expresando su descontento, rebelándose contra el orden que las oprime; algo sublime en los abrazos colectivos de mujeres que han perdido hijas, hermanas, madres, amigas por la violencia feminicida. Es una belleza que no todos ven, que no todos aprecian. Y para ser sincera, cuando veo las imágenes de las marchas también siento ansiedad por ellas, por las que protestan, siento miedo por verlas expuestas a más y más violencia en un ciclo que parece no tener fin.”
Lenguaje con poder
Lo que más llama la atención de Fernanda Melchor es la fuerza de su lenguaje que rompe todos los esquemas, acaba con tabúes y, por eso mismo, atrae a los chavos.
“Con las inquietudes de la adolescencia, a los 14 o 15 años hice mis primeros intentos de contar historias. Pasé mucho tiempo, en la década de mis veintes, tratando de escribir mi primera novela y muchas veces fallé en el intento, pero siempre animada por modelos literarios y tal vez por películas. En realidad, nunca me propuse cambiar o modificar la literatura, porque me siento muy cercana a algunos autores mexicanos y extranjeros, y me siento su continuadora.
“Publiqué en Almadía una novela, Falsa liebre, y un libro de crónicas para denunciar la violencia que vivíamos en el puerto de Veracruz. Ya tenía yo un poco de callo cuando escribí Temporada de huracanes.
“Antes tenía la impresión de que la literatura mexicana sólo hablaba de la Revolución, pero encontré en Rulfo algo totalmente distinto. Leí Macario en uno de esos libritos chiquititos de Alianza 100. Costaban mil pesos antes de la devaluación. También leí a Ibargüengoitia; me fascinó su combinación de registros –entre lo coloquial y lo elevado–, y me impactó su sentido del humor. Otro autor de mi adolescencia fue José Agustín, La tumba y Se está haciendo tarde (final en laguna), que me cambió por completo, porque yo quería hacer eso, contar las cosas desde muchas perspectivas e incluir el lenguaje coloquial, los albures. Quería escribir acerca de lo que es ser joven.
“¿Por qué me aboqué mucho a los hombres? No tengo una respuesta sencilla. Creo que desde muy niña viví muy rodeada de hombres y mis mejores amigos siempre fueron varones. Son un misterio y me fascinan. Hasta las cosas malas que hacen me fascinan en el sentido de que trato de entender por qué somos tan diferentes nosotras, las mujeres, y al mismo tiempo por qué los entiendo tan bien.
“Soy la mayor de dos; tengo un hermano. Mi mamá es chilanga, se fue a Veracruz muy jovencita y mi papá, de Baja California Sur, también vivió en Veracruz desde joven. Cuando me tuvieron eran una pareja muy dispareja, gente muy sencilla. Mi papá es ingeniero, mi mamá llegó hasta la secundaria y después se hizo paramédica; fue la primera mujer en conducir una ambulancia en Veracruz. Era muy práctica, muy pragmática, de comercio, de ventas, no de letras.
“La vida de mis padres era trabajar y en la tarde ver tele, y el domingo ir a misa o, si acaso, a dar una vuelta en el malecón. No era gente sofisticada ni pertenecía al ámbito intelectual.
“Yo siempre fui muy rara, me gustaban mucho los libros. De niña, me decían La Pequeña Larousse, porque leía todo. Cuando alguien no sabía algo yo salía de la nada y respondía. Tenía muy buena memoria y me gustaba mucho el lenguaje.
“Vivo en Puebla desde hace ocho años, porque estudié una maestría en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, me gustó y me quedé. Mi familia sigue en Veracruz.
“Nunca quise estudiar Filosofía y Letras porque tenía la impresión de que si lo hacía me iban a obligar a leer lo que yo no quería, y eso me caía muy gordo. Para mí las letras siempre fueron un espacio de libertad absoluta. Me leí La insoportable levedad del ser a los 13 años, porque un tío compraba libros, los traía a la casa y nadie se fijaba en lo que yo leía. Me dieron mucha libertad. Jamás le enseñé a nadie lo que escribía.
“Empecé Sociología en la Universidad Veracruzana (UV), en Xalapa, pero me salí a los 18 años. En ese entonces yo era muy vaga, me gustaba mucho la fiesta, el alcohol, el desmadre. Mis papás me dijeron: ‘Tenemos que vigilarte: estudia algo en Veracruz’. Entonces me metí a periodismo en la UV, en Veracruz.
“En Puebla hice una maestría en Estética y Arte. Estuvo padre, porque analicé la fotografía de nota roja desde Álvarez Bravo hasta Nacho García. Mi formación en filosofía se dio mediante la estética.”
La literatura como religión
“Escribí Temporada de huracanes en el último año que viví en Veracruz. Tenía 28 años y salió en 2013, a los 31. Me costó mucho escribirla, porque entré al área de comunicación social de la UV y, aunque ganaba muy buen dinero y eso me permitió mantenerme, el trabajo era muy repetitivo y no me dejaba escribir. Intuía que para escribir una novela tenía que dedicarme sólo a ella, pero no me daban las becas del Fonca; concursaba y nunca me saqué nada. Al final, decidí darme mi propia beca. Ahorré todo el dinero que pude y me dediqué un año a escribir. ‘Si sale bien, me dedico, si no, renuncio a la mafufada de escribir y me olvido de todo’.
“El triunfo fue muy significativo porque no tuve quien me mantuviera. El éxito fue un aliciente, porque me permitió comprar tiempo. No es que quiera el éxito por el éxito, pero vivir de los libros es un sueño que hice realidad. Temporada de huracanes lleva más de 12 ediciones. De ese libro vendimos unos 35 mil sólo en la Ciudad de México. Paradais va muy bien; tuvieron que reimprimirlo tanto en México como en España.
“Atribuyo el éxito al perfil de los lectores. Creo que mi estilo le habla mucho a generaciones de veinteañeros. Eso es muy bonito. La verdad es como un milagro. Lo normal es que uno saque un libro y no pase nada.
“Lo más religioso o espiritual que tengo es el acto de escribir. A lo mejor lo niego porque me da vergüenza, pero no creo en Dios, y por eso trato de entender qué es el mal.
“Creo que el mal lo ha hecho la naturaleza humana que engloba a hombres, mujeres e intermedios, indefinidos, un tema polémico. Me asumo feminista; antes me costaba mucho, pero ahora sí lo hago, porque quiero darle mucha visibilidad a la violencia contra las mujeres.
“Hemos dejado de hablar de la violencia que las mujeres ejercemos, y me parece importantísimo desterrarla. En mis libros siempre hablo de violencia y del daño que hace, y también de la violencia de las mujeres hacia otras.
“El machismo en Temporada de huracanes y en Paradais está interiorizado en la mente de mis personajes; ya es una institución. En mi casa me decían: ‘Lo tienes que hacer porque eres mujercita’. Yo leía a Tom Sawyer o a Huckleberry Finn y quería ser como ellos, porque les pasaban cosas interesantes por ser hombres y me costó mucho trabajo encontrar otros modelos para ser mujer. Lo logré cuando empecé a criar a mi hijastra (la hija de mi pareja entonces), de los seis a los 12 años. Ser mamá postiza me cambió, porque me di cuenta de lo injusta que era yo conmigo misma y con ella. No quería que mi hija creciera pensan-do que por ser mujer era una ciudadana de segunda. En Temporada de huracanes analicé de qué manera he ayudado al machismo y repetido estereotipos injustos hasta para hombres y mujeres.