Murió ‘El Guaymas’ Cartagena, testigo clave de la guerra sucia
Cartagena falleció ayer cerca de las 10 de la mañana durante una riesgosa operación de urgencia en el Instituto Nacional de Cardiología. Horas antes había sufrido un aneurisma. Tenía 69 años, ocho hijos, nietos, una guitarra, una historia fuera de lo común y muchos planes, sobre todo para avanzar en las investigaciones judiciales y demostrar los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en los sótanos del Campo Militar en los tiempos de la represión contrainsurgente.
Su nombre pudo haber quedado en la lista de los cientos de detenidos-desaparecidos de los 70 si no hubiera sido por la rápida acción de su madre, Chela López de Cartagena, y Rosario Ibarra de Piedra, madre de otro desaparecido, que lanzaron una campaña internacional para la presentación con vida del guerrillero de la Liga 23 de Septiembre. Se sabía que había sido atacado a tiros el 5 de abril de 1978 y, después de ser atendido en la Cruz Roja, a punto de ser intervenido quirúrgicamente, fue secuestrado por elementos de la Brigada Blanca y llevado al Campo Militar.
En cuestión de días, más de 3 mil 500 telegramas aterrizaron sobre el escritorio del entonces Presidente, exigiendo la presentación con vida del detenido.
Dos años antes fue uno de los seis guerrilleros que lograron fugarse del penal de Oblatos, en Jalisco, en un espectacular operativo que quedó registrado recientemente en el documental El vuelo que surcó la noche.
Apenas el lunes por la tarde tomó sus muletas y salió una vez más a una manifestación, esta vez para patentar su respaldo a la revolución cubana. Dos de sus hijos se graduaron como médicos en la isla.
Alicia de los Ríos, abogada, catedrática en la Universidad Autónoma de Chihuahua, hija de la detenida-desaparecida en 1978, expresa: “Mi familia y yo jamás vamos a terminar de agradecer la enorme valentía de El Guaymas. Desde el primer momento, y a pesar de que ya había sufrido en carne propia la tortura más salvaje y que sabía que se iba a repetir, aseguró haber visto a mi mamá, viva y bien. La Susan era su nombre en la L-23”. A lo largo de los años repitió su testimonio, incluso en declaraciones judiciales.
“La justicia le quedó a deber”, dice Alicia. Sus torturadores, comandados por Salomón Tanús, jefe de la policía secreta del Distrito Federal, nunca fueron juzgados. Se levantó un acta por “abuso de autoridad”.
Apenas el año pasado, por sentir confianza de que con la nueva administración se podía lograr reclasificar el delito demandado como tortura e intento de desaparición forzada –y por tanto crimen de lesa humanidad– presentó un nuevo testimonio ante la Fiscalía General de la República.
En este nuevo proceso de investigación quedaron pendientes los peritajes donde él iba a participar como testigo principal dentro de las instalaciones del Campo Militar. La intención era identificar el sótano y las celdas donde lo tuvieron de manera ilegal, al igual que muchos otros que nunca aparecieron.
Eso ya no va a poder ser.
“Para nosotros, las hijas e hijos de los desaparecidos de esa generación, Cartagena fue mucho más que un ejemplo de congruencia. Fue el testigo que nunca tuvo miedo a decir la verdad. Nunca se quiso definir como víctima, siempre como combatiente. Pero además cercano y solidario. Fue un pedacito de nuestros papás y mamás”, expresa Alicia.
Mario Cartagena nació en Guay-mas, Sonora, pero su familia se mudó a Guadalajara cuando él era adolescente. De joven se integró al Frente Estudiantil Revolucionario que le hacía contrapeso a la poderosa FEG de la universidad tapatía. Poco después pasó a la clandestinidad y se integró a la Liga 23 de Septiembre.
En febrero de 1974 cayó su célula y seis fueron recluidos en el penal de Oblatos. Dos años después, en 1976, planearon y realizaron una espectacular fuga, con el apoyo de una célula externa en la que participaron Alicia de los Ríos y Enrique Pérez Mora, El Tenebras, padres de Alicia. Muchos libros y documentales han narrado este episodio.
Cartagena tuvo una primera compañera, también de la L-23, Lorena, quien fue asesinada.
En 1978, por una delación, cayó la casa que compartían Alicia de los Ríos y Cartagena. “Ahí El Guaymas había construido un polígono de tiro para entrenar. A mi mamá la detienen el 5 de enero. A Mario lo balacean en la calle un mes después”.
Cuando en 1982 Cartagena salió del Reclusorio Norte, amnistiado, en una entrevista con el periodista José Reveles narró cómo era torturado por Tanús, que le removía las heridas de bala y le decía: “Soy quien te puede dar o quitar la vida”.
Como consecuencia de la tortura, la pierna herida de El Guaymas se gangrenó y fue amputada. Él, que era un joven robusto, de más de 80 kilos, ingresó con 40 kilos al reclusorio.
Apenas salió de la cárcel dedicó su vida a denunciar lo que vio en el Campo Militar. Esa historia aún no recibe justicia. Es un pendiente con el cual, hace apenas un mes, el presidente Andrés Manuel López Obrador se comprometió, cuando un grupo de víctimas de la guerra sucia se reunió con él en Palacio Nacional. Cuando a Cartagena le tocó el uso de la palabra no habló de su caso. Habló de todos los demás. “Así fue él”, concluye Alicia.