Es probable que la virtud principal del libro sea que, además de gran escritor, Haruki Murakami es un melómano de altos vuelos, conocedor profundo no sólo de la música de concierto, sino también del jazz; a esto hay que añadir el hecho, evidente en las 329 páginas del texto, de que el escritor se preparó minuciosamente para sus encuentros con Seiji Ozawa, de manera que el lector-melómano encontrará aquí una serie de diálogos en los que, de manera simultánea, se percibe el rigor en el abordaje de los tema tratados y la fluidez discursiva de los interlocutores. Los seis grandes capítulos del libro están dedicados a Beethoven, Brahms, la década de 1960, Mahler, la ópera y la enseñanza de la música. Estos bloques nucleares de Música, sólo música están separados por breves interludios, en cinco de los cuales Murakami ha decantado sintéticas reflexiones suyas y de Ozawa sobre el coleccionismo de discos, la relación entre la música y la escritura (quizás el más interesante de ellos), la figura del legendario director húngaro Eugene Ormandy, el blues que se hace en Chicago y el cantante popular japonés Shinichi Mori. En el último interludio, Murakami habla sobre su experiencia como espectador de los trabajos de la Academia Internacional Seiji Ozawa que se lleva a cabo en Rolle, Suiza.
Sobre todo en la primera de las seis conversaciones, dedicada centralmente al Tercer concierto para piano de Beethoven, Murakami y Ozawa abordan un modus operandi muy preciso, que consiste en escuchar fragmentos de diversas grabaciones y después intercambiar percepciones, opiniones y puntos de vista al respecto. El lector melómano irá descubriendo, en éste y en los demás capítulos del libro, la presencia importante de numerosos músicos a los que aluden Murakami y Ozawa, compositores, pianistas, directores de orquesta, cantantes, etcétera. Por estas páginas desfilan Herbert von Karajan, Glenn Gould, Rudolf Serkin, Kurt Sanderling, Carlos Kleiber, Mirella Freni, y muchos otros. Es particular el énfasis que Ozawa pone en sus recuerdos y reflexiones sobre Leonard Bernstein, de quien fue asistente, y sobre su ilustre paisana, la excelente pianista Mitsuko Uchida. Aquí se habla por igual de temperamentos artísticos, de estilos interpretativos, de las cualidades y manías de los músicos, del tempo en la música, de la calidad de las grabaciones, de la acústica de las salas de conciertos, de las reacciones de públicos diversos y de muchas otras cosas. Si bien el escritor y el músico tienden a apegarse en principio al tema planteado en cada conversación, derivan fácilmente hacia otros asuntos, van y vienen de una materia a otra, lo que enriquece notablemente el contenido del libro y hace que su lectura fluya como una especie de caudaloso río sonoro que transita por numerosos y diversos paisajes. Una presencia que recorre insistentemente estas páginas es la de la Orquesta Saito Kinen. Se trata de un ensamble estacional fundado por Ozawa en memoria de su admirado maestro Hideo Saito, que se reúne específicamente para el Festival Saito Kinen en Matsumoto.
He aquí, pues, el perfil general de este rico y enriquecedor diálogo entre un escritor en la cima de sus poderes creativos y un director de orquesta en el ocaso de su carrera y su vida. Dos cabezas llenas de música, dos almas llenas de pasión por la música, una conversación entre pares que se respetan, una reflexión a dos voces que fluye con sabiduría, conocimiento de causa, capacidad de asombro y no pocas pinceladas de sentido del humor. Música, sólo música: lo recomiendo ampliamente.