En tres salas se pueden apreciar 47 obras, de 20 localidades, de 13 estados del país que deslumbran con su belleza y elaborado trabajo: rebozos, cotones, quexquémitl, huipiles, carpetas, chales, guayaberas, sarapes y atuendos tradicionales.
No deja de asombrar la manera cómo estas finas piezas de algodón, manta, lino y lana reflejan artísticamente la vida diaria, la fantasía y el ritual. Mantienen una herencia ancestral que guarda su memoria histórica y cobra vida en el presente. Provocan una profunda emoción.
Una gran noticia es que las obras también están a la venta y se van a entregar cuando termine la exposición el 5 de septiembre. El antiguo convento se encuentra a un lado del templo del Carmen, que está en avenida Revolución 4 y 6, en San Ángel. Lo identifica fácil por sus hermosas cúpulas recubiertas de azulejos.
El barrio recibió su nombre del templo que inicialmente fue dedicado a San Ángelo Mártir y luego a Santa Ana. Sin embargo, la población había asumido el primer nombre y así permaneció.
Recordemos un poco de su historia: la zona tenía el nombre de Tenatitla hasta que llegó la orden de los carmelitas descalzos a la Nueva España en 1585. Se estableció en la Ciudad de México desde donde se esparció por todo el continente. El acelerado desarrollo de fundaciones creó la necesidad de establecer una escuela para preparar frailes. Así nació en 1601 el Colegio de San Ángel, con un primer apoyo económico del cacique indígena de Coyoacán, don Felipe de Guzmán Itzolinque, quien donó terrenos. Ahí se edificó una hermosa construcción con su templo adjunto y vastos huertos, cuyos árboles frutales dieron a los carmelitas fama y dinero.
Por las Leyes de Reforma, a mediados del siglo XIX las huertas, hortalizas y jardines fueron fraccionados y vendidos, parte del colegio fue entregado a la Secretaría de Educación Pública, que lo dedicó a museo. Años más tarde, el INAH ocupó una fracción con oficinas y otra se volvió casa particular. Hace una década todas las edificaciones se recuperaron y ahora ya se pueden recorrer las antiguas instalaciones conventuales, lo que permite revivir lo que eran en sus momentos de gloria.
Una huella de esa añeja grandeza es la capilla doméstica, que increíblemente quedó intacta, no obstante los usos en ocasiones viles que tuvo el inmueble a partir de que dejó de pertenecer a la orden carmelita. Asimismo, se recreó una de celda de los frailes que permite apreciar la frugalidad con la que vivían; marcado contraste con el lujo de las pinturas, azulejos, mobiliario y demás primores que ornamentaban las instalaciones.
Uno de los espacios más bellos es el área que precede a las criptas. Conserva cuatro lavabos de azulejo con sus jaboneras, que son una auténtica belleza. De ahí se bajan unos escalones y se llega al osario y a las criptas que se encuentran debajo de la nave de la iglesia. En este sitio se enterraban a los frailes principales y a los donantes más generosos, muchos de los cuales al paso de los siglos habrían de convertirse en las famosas momias tan visitadas.
En el patio posterior se aprecia lo que queda del acueducto, hermosa construcción de piedra con la particularidad de tener tres conductos, uno de los cuales surtía de agua al colegio, que le permitía el exclusivo lujo de contar con agua corriente.
A unos pasos, en avenida de La Paz 57, está el restaurante Cluny, un clásico de la zona desde 1974. La especialidad son las crepas, de las que ofrece una gran variedad saladas y dulces, todas deliciosas. La carta es amplia, incluye sopas, ensaladas, carnes y recetas de la casa muy apetecibles, como las papitas napolitanas, la quiche niçoise o la crepa Bombay, con curry. Su amplia terraza garantiza seguridad para la tercera ola del Covid-19. Así, vacunados y bien protegidos, la vida tiene que seguir.