Simon Winchester y la fascinación por los relojes
Alejandro García Abreu
La Jornada Semanal
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La evolución de la ingeniería
En Los perfeccionistas. Cómo la precisión creó el mundo moderno (traducción de Joaquín Díez-Canedo, Turner, Madrid, 2021) el escritor, periodista y locutor británico Simon Winchester (Londres, 1944) narra la evolución de la ingeniería a través del recuerdo y del análisis de acontecimientos singulares.
Winchester ahonda en el problema de James Clerk Maxwell; se expresa sobre el manejo de materiales nucleares; evoca a John Wilkinson, cuya fama pública era la de ser “un loco entrañable”, debido a su pasión por el hierro metálico; recuerda a Joseph Bramah, diseñador de una alabada cerradura y dueño de la empresa fabricante; menciona los fallos dentro de Rolls-Royce; celebra los instrumentos que nos legaron Galileo y Van Leewenhoek; encomia al telescopio espacial Hubble y, entre otras cosas, habla de aprovechar el grafeno para fabricar chips, sustancia que “tiene el grosor de una molécula, una forma bidimensional.” Pero uno de sus dispositivos predilectos es el reloj, al que le dedica un sinnúmero de páginas.
Encantamiento y relojes
La fascinación de Simon Winchester por los relojes proviene de la infancia. Recuerda que las fábricas de su padre producían dispositivos que formaban parte de automóviles, barógrafos, cámaras fotográficas y “relojes; no relojes de pulso, decía mi padre con desconsuelo, pero sí relojes de mesa, cronómetros de navíos y relojes de péndulo, en los que sus engranajes seguían con paciencia las fases de la Luna y las mostraban en lo alto de la carátula en miles de vestíbulos”.
Winchester encomia el funcionamiento de los trenes: en tierra, los ferrocarriles definieron esmeradamente cómo se empleaba el tiempo. Los relojes de las estaciones atraían todas las miradas; la imagen del conductor del tren consultando su reloj de bolsillo –Ball, Elgin, Hamilton o Waltham– era un icono de la época. “El concepto de las zonas horarias y su aplicación a la cartografía se derivó de la manera de llevar la cuenta del tiempo que los ferrocarriles implantaron en la sociedad.”
Navegación y cotidianidad
Antes de abordar los relojes del GPS, Winchester estudia el grado de exactitud de los navegantes: los océanos resultan esenciales para el comercio. El conocimiento preciso de la ubicación de un navío en cualquier momento era primordial para navegar una ruta. Una parte del conocimiento para navegar depende de saber a bordo del barco cuál es la hora exacta y, más importante, de conocer la hora exacta en otro punto de referencia fijo en el globo. Los minuciosos relojeros fabricaban los guardatiempos marinos. Realizaban los aparatos más precisos y sofisticados. El autor confiesa un ritual cotidiano:
Pero lo que me gusta particularmente de los relojes antiguos es que, aunque puedan haber sido fabricados con precisión (sus engranajes maquinados con tolerancias de algunas milésimas de pulgada, sus muelles susceptibles de darse cuerda hasta torques específicos, precisamente calculados, las pesas del péndulo con el peso exacto y el largo de la varilla del péndulo medido con exactitud), son casi siempre todo menos exactos. El placer de mi ritual matutino de los domingos es ponerlos todos en hora, moviendo esta manecilla un poco hacia delante, aquella otra más o menos un minuto atrás, retrasando el de pie (que se adelanta inmoderadamente) hasta diez minutos o más.
Celebra los relojes mecánicos “de calidad envidiada por otros países que hacen de la precisión una consigna –Alemania y Suiza, destacadamente–” y recuerda la reverencia filosófica de Seiko por el oficio del relojero.
Los orígenes de la precisión
Pienso en algunos de los orígenes de la precisión mientras admiro un gnomon egipcio del siglo I ac, de la colección del Deutsches Museum de Munich, cuya reproducción está en El saber griego, de los historiadores de la filosofía Jacques Brunschwig y Geoffrey Lloyd. Antepasado del reloj de sol, el gnomon servía principalmente a los astrónomos y geógrafos para construir una representación geométrica del universo. Eratóstenes lo utilizó para medir el meridiano terrestre.
Simon Winchester concluye: “Los relojes hacían tictac o andaban con un leve murmullo, siempre hacia delante sus manecillas, nunca al revés, cada preciso segundo.”
En Diccionario de símbolos, el poeta y crítico de arte Juan Eduardo Cirlot analizó el reloj de arena: es un símbolo de la inversión de las relaciones entre el mundo superior y el inferior, y que Shiva, dios de la creación y de la destrucción, invierte periódicamente. El transcurso del tiempo implica la cercanía de la muerte. El reloj de arena es el emblema de la fugacidad de la existencia.