de cristal
generación de cristal(siendo nosotros para ellos una despreciable
generación de concreto).
Si en la Prepa 9 miles quisieron colarse en claro fuera de lugar, en los alrededores del Centro Médico Nacional, o Siglo XXI, congestionado de suyo, lo que se arma es una larga y lenta caminata como para inscribirse en la universidad más grande del mundo o algo así. Obedeciendo a la demografía, los viejitos y las viejitas nunca juntamos tantos miles ni formamos culebras humanas tan kilométricas, con rizos y vueltas dobles y triples, como corresponde hoy a los chavos desde la esquina mágica de avenida Cuauhtémoc y el Eje 3 Sur, donde los recibe un racimo de colas que pronto se revelan una sola; los vacunantes se incorporan con naturalidad congénita y caminan las fachadas del Centro Médico en su cara sur.
Siempre me impresionó que el hospital de Oncología diera a un cementerio que los pacientes miran desde sus pabellones. Uno bonito, nuestro pequeño Père Lachaise. Pero aún así es una imagen fuerte para los enfermos. ¿Ironía o realismo descarnado? La cosa es que la hilera de jóvenes camina a pasos cortos y constantes a lo largo de los nosocomios a un costado del viejo panteón Francés, para virar a la izquierda sobre Doctor Jiménez, casi llegar a Doctor Márquez y va de vuelta al Eje 3, y por ahí volver a la esquina mágica de Cuauhtémoc, donde convergen Metro, Metrobús, microbuses y embotellamientos crónicos que hoy resultan un estacionamiento para automovilistas desesperados.
Procede entonces el trayecto final que introduce la hilera humana al Centro de Convenciones convertido en vacunadero público. La misma eficiencia logística que vimos antes. Los chavos, papelito en mano, milagrosamente resistieron la tentación del celular a lo largo de la caminata, que equivalió a más que una vuelta a todo el perímetro de los hospitales en el inmenso bloque nosocomial, viejo orgullo del desarrollo estabilizador
y modelo mundial de medicina pública de excelencia. Sólo adentro lo usan.
Las nuevas generaciones ya no escriben a mano, así que llegada la hora de la verdad muchos no traen pluma para llenar su formato, a pesar de que a lo largo del culebrón que hicieron el ambulantaje ofrecía bolígrafos baratos a grito pelado. Si la vacunación de adultos medianos tuvo el aspecto de un trámite de ventanilla un tanto engorroso, y los ruquitos resucitamos con susto sagrado, la vacunación juvenil equivale a una mañana perdida en esta agotadora inmovilidad de más de un año.
Hubo intentos de convertirlo en un cotorreo festivo. Por redes se convocó a asistir vestidos como semáforo. De rojo anunciabas estar en una relación. Amarillo, salgo con alguien, pero no es en serio
. Verde igual a disponible
. De negro, tengo el alma muerta
. En los hechos no hubo tiempo ni espacio para el ligue ni la diversión, todos formaditos con la cara tapada pisándole los talones al tedio y la insana distancia.
Las secuelas inmediatas de la vacunación resultan una agonía y una lata por las que nadie dice gracias. Como les tocó la Sputnik V, para la tarde miles se reportan flotando en el espacio. Para la noche, escalofríos, cefaleas, vómitos, dolor de huesos. Miseria propia de organismos vivaces que reaccionan rápida e intensamente al desafío inmunológico. Muchos amenazan con no volver por su segunda dosis, ínguesu. Diluvio de memes.
A punto de culminar la primera vacunación general en la historia, y ante el incremento de contagios en la tercera ola
de la pandemia, no queda claro si se logrará la inmunidad de rebaño en un futuro próximo. Una cosa es segura: a las millones de personas inmunizadas no les salieron cuernos ni jorobas, no se volvieron fosforescentes, no son más capitalistas que antes ni le vendieron el alma a Bill Gates. No murieron ni se volvieron locos. A diferencia de tantos sobrevivientes del bicho
(sin contar a los centenares de miles de fallecidos), los vacunados, aún los sufrientes chavos, no tendrán secuelas importantes.
Ahora siguen los niños. A ver con qué botargas y golosinas los entretienen. La pandemia sigue, pero también la vida, así que gracias a las vacunas podemos continuar hablando mal de los otros, echándoles la culpa de todo y colgándoles gratis etiquetas infamantes. Qué alivio.