Los Castro, Díaz-Canel, Joe Biden, López Obrador y todos nosotros habremos muerto y con un afecto comprometido México y Cuba seguirán siendo hermanos.
Conquistada Cuba en 1511, una década después de ella partieron expediciones de exploración y conquista hacia México. Por siglos Cuba fue punto de escala obligado para cualquier comunicación e intercambio entre España y sus intereses en México.
De Cuba partieron hacia México europeos para participar en la Guerra de Independencia de México, recibió refugiados cubanos que huían del poder español en su patria. Por su parte la isla recibió refugiados mexicanos que huían de los numerosos cambios de gobierno que sufrió ese país durante el siglo XIX, uno de ellos Benito Juárez.
Los años de José Martí en México, 1875-1877, dieron profundidad a su pensamiento político. Convivió con liberales juaristas con huella profunda donde se nutriría de ideas para la independencia de su país. Así selló un vínculo histórico de las dos repúblicas.
De siempre la conexión mexicana con sus hermanos latinoamericanos continentales ha sido más que nada formal, declarativa, poco material. Los estimamos, pero los sentimos ajenos, lejanos. A los otros países caribeños simplemente no los vemos. Con la isla la situación es diferente. Para ella hay un sentimiento de alegre identidad que se expresa en un gran respeto y afecto.
Desde 1902, ha habido momentos estelares en la relación de mutuo respeto y solidaridad. Ese año México reconoció su independencia de España. Mucho después vendrían el respeto a la expedición del Granma y a nuestra singular reprobación a la exclusión de Cuba de la OEA.
Por 500 años Cuba fue la puerta de México. De allá nos llegaron corrientes étnicas africanas que aún subsisten puras en el sur del estado de Guerrero. Por siglos nuestras élites intelectuales yucatecas y campechanas se formaron en la Universidad de La Habana. Geográficamente era más accesible que la hoy UNAM.
Hoy las dos universidades han acreditado la doble titulación en licenciaturas, promover investigaciones conjuntas y fortalecer el intercambio de estudiantes y académicos. A todo esto, debe agregarse la transmisión a nuestro país de la cultura insular de sus tradiciones musicales que imantaron la nuestra. Olvidamos que el cultivo e industrialización de la caña de azúcar vino de Cuba, tanto como la simiente de papaya mejorada genéticamente que se cultiva en Oaxaca y Veracruz.
Opinar aisladamente sobre hechos sucedidos el propio día, olvidando su marco histórico es simplemente mala fe, catarsis de sus propios venenos o en el mejor sumario, lamentable mala fe, fingiendo no conocer el valor de un luminoso pasado. Ningún país nos es tan íntimo, tan próximo, tan nosotros mismos.
Quinientos años de relación inigualable merecen respeto. No sólo por su longevidad, sino por la probada consonancia de ideales. Es inaceptable, y es el eslabón más recio de la relación, que se vulnere el principio de no intervención en la vida interior de los pueblos.
Que se desee que a su soberanía se le mancille mediante injerencismos cuando se tiene techo de cristal. ¡EU hablando de derechos humanos! ¿Y Guantánamo?, para no ir más lejos.
Ahogado por su ego, le parece intolerable que alguien sea distinto a él. Vergüenza que lo inspiren visiones unilaterales y niegue todo examen diferente.
De Cuba no se desconocen sus imperfecciones, las más derivadas de la estrechez inducida por el bloqueo. Son reales sus defectos, reales y lastimosos. Nos duelen tanto como ver los ataques llenos de odio e ira. Pero Cuba es libre de elegir sus ideales y las formas y tiempos de gestionarlos.
Quienes somos actores ajenos a esas definiciones debemos respetarlas. Desde una perspectiva de política internacional nada justifica el intervencionismo de un poderoso en la política interior de un Estado frágil.
Disculparlo sería una expresión de vasallaje intolerable, útil en este momento al gobierno de Biden, que tiene a su país peligrosamente dividido, cada día más profundamente. Necesita más triunfos como su salida de Afganistán. Eso explica el que Cuba le resulte una buena nube de humo ante sus problemas internos. El viejo recurso de defendernos épicamente contra el comunismo es obsoleto.
La relación de toda especie con la isla debe pulirse celosamente dado su incomparable antecedente, pues ésta afectará largamente al futuro. No se juega con los vasos del templo, se les cuida y respeta. Finalmente el juicio corresponde sólo a su pueblo.