Red privada y otras zonas oscuras del periodismo y el poder
Rafael Aviña
Dentro de la pobre sustancia que caracteriza a Netflix, acaba de estrenarse un Erelato a medio camino entre el cine de conspiraciones, el thriller neo noir irónico y desesperanzador, y el documental periodístico, que hace alusión a un crimen que conmocionó la vida pública del México de los años ochenta, época en la que se incubaba ya ese huevo de la serpiente que hoy es moneda corriente: el poder del narcotráfico en nuestro país y el asesinato de comunicadores incómodos, tanto para el crimen organizado como para funcionarios gubernamentales del nivel que sea.
No sólo eso, Red Privada ¿Quién mató a Manuel Buendía? (2021), del debutante Manuel Alcalá, es un intento por recuperar un ejercicio hoy casi en extinción: la escritura y la lectura periodística, sobre todo para las nuevas generaciones que, incluso, jamás han tenido entre las manos un diario impreso. Suena aterrador y lo es, al igual que el epígrafe con el que arranca el documental: Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado, frase del visionario escritor y periodista británico George Orwell en 1949 para su novela 1984. Por cierto, 1984 es justo el año del cobarde homicidio del periodista Manuel Buendía Tellezgirón, cuya columna Red Privada se reproducía en más de treinta diarios de la República.
Más inquietante aún es que Buendía era el tipo de informador a la antigua, fogueado en todos los quehaceres del periodismo que, además, pasó de ser un conservador a un progresista y, sobre todo, a reproducir en su columna una suerte de mensajes cifrados y enigmáticos que revelaban a su vez otras informaciones. Él decía, y lo recalca al periodista Jorge Meléndez en el documental: “Mire Jorge: todo está en la prensa, todo. Pero la gente no sabe leer. Hay que leer los periódicos, hay que leer deportes, hay que leer sociales y hay que leer crímenes preferentemente… Ahí está el ojo del verdadero periodista…”
Buendía, quien fuera director de Prensa y Relaciones Públicas del Departamento del Distrito Federal al inicio de los años setenta, denunció situaciones, personajes y ligas nefastas: los violentísimos y ultraderechistas Tecos de la Universidad de Guadalajara, los actos infames del cacique y gobernador de Guerrero Rubén Figueroa, cuyas imágenes de archivo son en sí mismas una suerte de comedia de horror; la sombra siniestra de Manuel Bartlett, aún en activo, o el poder que se fraguaba entre el gobierno y el narco. De ahí y de otras informaciones pudiera desprenderse el porqué del asesinato de Buendía cuando salía en la noche de sus oficinas ubicadas en la Zona Rosa.
En el caso de Buendía, hombre que solía cargar pistola y, como la mayoría de los reporteros de esos tiempos, contaba con placa de la Dirección Federal de Seguridad, aplica otra frase crucial e intrigante –que no está en el documental–, escrita por Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra (1883-85): “El que lucha con monstruos debería evitar convertirse en uno de ellos en el proceso. Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo también mira dentro de ti.” En Red Privada ¿Quién mató a Manuel Buendía?, lo que menos le importa a Alcalá y a sus coguionistas es encontrar al culpable o al verdadero autor intelectual del asesinato. Lo que buscan es sumergir al espectador en esos mensajes cifrados que vemos a diario hoy en día, sueltos la mayoría, pero que unidos originan pistas de la realidad del país, entre el pasado, el presente y el porvenir del que habla Orwell.
Alcalá, coguionista de Alonso Ruiz Palacios en Museo (2018), inspirado en otro caso de nota roja ochentero: el robo al Museo Nacional de Antropología, se mueve entre las sombras, como lo hacía
el propio y enigmático personaje de Buendía, a su vez, profesor de la escuela de periodismo Carlos
Septién y de la Facultad de Ciencias Políticas de la unam. La ambigüedad es la premisa de ambos y para ello, de manera muy inteligente, se vale de la inclusión de fragmentos de Reportaje (1953), de Emilio Indio Fernández, la eficaz narración a cargo de Daniel Giménez Cacho, recreaciones y fabulosos materiales de archivo, como el documental de entrenamiento de los reclutas de la Dirección Federal de Seguridad. A su vez, la maqueta para mostrar los últimos instantes del periodista, notables aseveraciones de colegas contemporáneos y hombres de la política y la intelectualidad nacional. Y para más, el documental está montado como un thriller de suspenso, detrás de lo cual se encuentra el talentoso Yibrán Asuad (Ya no estoy aquí, Sanctorum, Una película de policías, como mayor ejemplo) en coedición con Jonás García Fregoso (El Chapo, Sr. Ávila).
Javier Valdez, Miroslava Breach, Rubén Espinoza et al.
El 15 de mayo de 2017, el periodista Javier Valdez fue asesinado a tiros mientras se desplazaba a bordo de su camioneta en Culiacán, afamada plaza operativa del cártel de Sinaloa y su cabecilla Joaquín el Chapo Guzmán. Ello sucedió luego de que Valdez entrevistara a Dámaso López, uno de los narcotraficantes que se disputaban el liderazgo de ese cártel tras el encarcelamiento del Chapo. Según la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos Contra la Libertad de Expresión, los responsables del crimen de Valdez estaban plenamente identificados. Hasta la fecha, el asunto sigue sin resolverse.
El caso de Valdez y de otros tantos, como los homicidios de los profesionales de los medios Moisés Sánchez, Rubén Espinosa, Miroslava Breach y más, son el eje de la trama de otro inquietante documental de Coizta Grecko, escrito por su hermano Témoris Grecko: No se mata la verdad (2018). Témoris, corresponsal de guerra en Siria, donde sufrió secuestro y fue testigo de la ejecución de un compañero, bajo la realización de Coizta, se interna en esos laberintos de horror, mentiras, corrupción y burocracia detrás de la muerte de varios periodistas dedicados a cubrir las relaciones de poder entre el Estado y el crimen organizado, en una suerte de crónica negra de esos sanguinarios tres años que van de 2015 a 2017, cuando la muerte violenta de periodistas se recrudeció de manera insoportable desde los estados fronterizos del norte a la zona sur de la República Mexicana.
Asimismo, uno de los capítulos del inclemente documental de Julien Elie, Soles negros (2018), se concentra en el asesinato del fotoperiodista independiente y corresponsal de la revista Proceso, el citado Rubén Espinosa, ocurrido en la Colonia del Valle, más tarde difamado por los medios, y cuyas imágenes terminaron por exhibir al entonces gobernador de Veracruz, Javier Duarte, coludido con el crimen organizado. Otro documental, Mensaje interrumpido (2020), de Jaime Fraire Quiroz, con guion de Raúl Cuesta, narra la historia de cuatro periodistas que arriesgan su vida para revelar historias de narcotráfico, corrupción y crimen organizado en un país limitado por la censura, la violencia y el abuso de poder. Así, a partir de la irresponsable decisión del gobierno de Felipe Calderón de iniciar una “guerra contra el narco”, los periodistas quedaron, igual que los civiles, en medio de un fuego cruzado. Aquí se relatan historias que suceden en Puebla, Reynosa, Coahuila y Oaxaca; la de un periodista independiente, un reportero gráfico, una periodista radiofónica y una fotorreportera que rastrean desde la oscuridad que los rodea.
El pasado se conjuga en tiempo presente
Más oscuro que la ficción misma es el caso de Bancazo en Los Mochis (1989), de Francisco Guerrero, que aportó un giro dramático cuando uno de sus protagonistas fue acusado del asesinato de Manuel Buendía. La publicidad del filme empezó por retirar el crédito de Juan Rafael Moro Ávila. Más tarde, se decidió no estrenarla en el exDistrito Federal y luego se quitaron escenas suyas, censuradas en su paso por televisión. Bancazo en Los Mochis, filme de suspenso protagonizado por Eduardo Yánez, se inspiraba en un caso real ocurrido en 1988, en Sinaloa: delincuentes mantuvieron comunicación telefónica con varios medios periodísticos de radio y televisión y consiguieron de las autoridades todo lo que pidieron, incluyendo avioneta, rifles y camión blindado.
Como lo muestra el documental Red Privada, Moro Ávila colaboraba con la policía secreta y fue designado para llegar en el momento del homicidio de Buendía la noche del 30 de mayo de 1984. En un inicio fue acusado de ser el autor material y, más tarde, de escapar de ahí con el verdadero asesino. Minutos después, fueron sustraídos de las oficinas de Buendía, por orden del titular de la Dirección Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez, miles de expedientes donde, al parecer, se relacionaba a varios altos funcionarios del gobierno en complicidad con el narcotráfico.
Moro Ávila, poblano descendiente de Maximino Ávila Camacho, el hermano incómodo del presidente Manuel Ávila Camacho, le gustaban las motocicletas, las artes marciales, la marihuana y las prostitutas. Trabajó como actor de cine, doble de escenas de acción y se incorporó a la policía judicial muy joven. Al ser detenido su carrera fílmica se acabó, aunque siguió actuando en obras de teatro en prisión. Él y Zorrilla fueron acusados y enviados a prisión en 1989, responsabilizados de la muerte del periodista Manuel Buendía. Como lo deja entrever Red Privada, fueron parte de un tinglado expiatorio, armado desde la oscuridad en aquel presente, hoy pasado y aún hoy en este futuro… presente.