Entrevista con Silvia Tomasa Rivera

El poema que conduce al silencio

Entrevista con Silvia Tomasa Rivera

Ricardo Venegas

La poeta Silvia Tomasa Rivera nació en El Higo, Veracruz, el 7 de marzo de 1955, es miembro del SNCA desde 1994, obtuvo el premio de Poesía Paula de Allende UAQ 1987 por ‘El tiempo tiene miedo’, el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines 1988 por el libro ‘Por el camino del mar, camino de piedra’, el Premio de Poesía Alfonso Reyes 1991, el Premio Nacional de Obra de Teatro para Niños 1991 por ‘Alex y los monstruos de la lomita’ y el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 1997 por ‘Alta montaña’, entre otros.

 

¿Cómo has escrito tus libros de poesía?

–Cuando voy a escribir un libro, primero concibo la idea que toma forma después de mucho tiempo de traerla en mi mente. Un poema puedes concebirlo en un día. Pero para un libro necesitas varios meses, porque te trae dando vueltas en la cabeza. Hasta que entras en un proceso de sensibilización y aislamiento mental donde conservas la idea hasta que encuentras el silencio, un factor muy importante en la creación poética. No tengo un tema específico en la poesía. La vida, el amor, la muerte. En los últimos años he trabajado con temas sobre etnias, haciendo poesía acerca de los mitos prehispánicos. En el libro En el huerto de Dios toqué el tema religioso. Y es una conversación poética con Santa Teresa de Ávila.

Eres una pionera en el tema de la rebeldía que hace treinta años era algo poco visto en este país, se ha dicho que en tu poesía habita el deseo de trascender y el deseo de la carne, ¿qué opinas
de esto?

–No creo que sea una trascendencia como poeta, sino hacia lo divino, que es algo tocante al tema del libro. Por otra parte, creo que son lo lectores quienes hacen que los poetas sean leídos después de su muerte. Es la gente la que reconoce a los poetas, no las instituciones.

Tienes una marcada convergencia con Teresa de Ávila respecto a la rebeldía, ¿cómo nació la escritura de En el huerto de Dios?

–Siempre he admirado la obra de Teresa de Ávila. Escribir sobre ella representó un reto muy grande para mí, porque siempre he hablado de Dios pero nunca había tocado el tema concreto de la religión, y Teresa de Ávila era en, principio, religiosa, y escribía en los conventos que fundaba en el siglo xvi.

Evodio Escalante dice que “es un libro de la entrega amorosa absoluta, que es el amor místico de larga tradición en las letras hispánicas”, ¿se puede ser más libre a través de esa entrega?

–Claro. El amor místico te lleva a una libertad espiritual. Existe una entrega total. El verdadero amor es libre. Quienes le ponen atavismos y nombres son las personas. Los sentimientos son libres. Por eso la poesía es libre, porque nace de un sentimiento.

¿Por qué una exponente femenina de la mística católica?

–Porque siempre la he admirado por su valor, su literatura. Las Moradas se me hace un libro muy profundo. Y su forma de convencer a la gente para llevarlos a la fe. Debemos tener fe en algo. Una persona sin fe puede ser muy vulnerable.

¿Cómo observas el tono de la poesía actual? ¿Hemos silenciado o reprimido a esa poesía que denuncia el dolor?

–Decía Roque Dalton que los poetas de México mueren de muerte natural. Efectivamente, no hay denuncia en la poesía que se escribe actualmente. Ahora los tiempos son distintos. Ahora se habla del abandono y de cosas, problemas que atañen a la ciudad. Me parece que los poetas de hoy están olvidando un poco la naturaleza. Se han olvidado de la tierra, lo que nos conecta con el origen. Han olvidado completamente a la divinidad, que va más allá de ser o no religioso. Es como si todo lo observaran y no lo generaran.

En un poema dices: “Sin miramientos,/ limpia y húmeda,/ entré en tu boca/ como un racimo de uvas.” «Vitalidad, veracidad y frescura” dice José Joaquín Blanco que caracterizan a tu poesía. ¿La poesía sigue siendo verdad y belleza?

–Sigue siendo verdad. La belleza también es un concepto de cada quien, de la definición que cada quién tenga de la poesía. Hay a quienes les gustan los poemas malos y mal escritos. Hasta los premian, no hay definición para la poesía ni para la belleza ni para la vida ni para la muerte.

Para muchos escritores el entorno del cual se rodean es definitivo para su producción literaria. ¿Cómo vive una poeta en la montaña?

–Viví mucho tiempo en la montaña, pero ya no. Tener la montaña cerca es el mejor lugar para escribir. Un tipo de vida diferente porque el tiempo se maneja diferente. Ahora, con la cuestión del narcotráfico ya no se puede vivir en la montaña. Todo el país se ha tornado un peligro. Pero las raíces viajan con uno. Escribo en diferentes lugares, diferentes ciudades. Este último libro lo escribí en Ávila. He escrito también en un pueblo que se llama Mandinga. También en el mar. Actualmente estoy en la ciudad, pero estoy escribiendo sobre la montaña. Para escribir se necesita un revuelo de emociones, un estado alterado de conciencia. Los poetas trabajamos desde las emociones y podemos salir a flote con un poema.

 

Esta entrada fue publicada en Mundo.