La historia vuelve a repetirse como tragedia: primero fue Vietnam, después Irak y ahora Afganistán. Las condiciones y antecedentes no son iguales, pero las intenciones y los desenlaces son similares. En Vietnam la intervención fue para detener el avance comunista, a pesar de que más de la mitad del pueblo vietnamita había apostado y continúa haciéndolo por un desarrollo diferente al que trató de imponer Washington. Francia y España lo habían intentado previamente.
Irak fue invadido, mediante la patraña de buscar armas de destrucción masiva, sin una estrategia que pudiera prever lo que sucedería a la remoción de su presidente, ni de la lucha fratricida que sobrevendría a falta de un acuerdo nacional, determinado por una rivalidad étnica y religiosa. Y ahora Afganistán, nación en la que durante décadas se intentó imponer un gobierno apoyado desde el exterior mediante las armas, el dinero y la corrupción. El fracaso era previsible, como lo narra en un ilustrativo ensayo el historiador Carter Malkasian. Una historia similar sucedió en diversas naciones de Asia, África y América Latina, en las que se han tratado de imponer condiciones ajenas a su cultura e idiosincrasia al margen de la voluntad de sus pueblos, no precisamente por motivos altruistas, más bien por intereses económicos.
En un acto de travestismo político, hay quienes culpan al mandatario Joe Biden de cometer un crimen de lesa humanidad por retirar las tropas estadunidenses de Afganistán. Paradójicamente, son los mismos que en el pasado han acusado al gobierno de Washington de invadir otras naciones so pretexto de imponer la democracia. Lo cierto es que la decisión de abandonar Afganistán, obedeció no sólo a la soberbia de creer que sería una operación rápida e incruenta, sino a la creciente animadversión de la población estadunidense a costear una guerra que no se le veía fin y, por supuesto, a las súplicas y protestas de familias de los soldados que perdieron la vida. En todo caso, lo criticable es la precipitación, mala planeación y falta de previsión sobre el desenlace.
Durante años, miles de afganos han estado dispuestos a sacrificar su vida contra los infieles
(ingleses, rusos y estadounidenses) que tratan de imponer una cultura y religión diferente a la que millones han profesado durante siglos. Según el escritor y periodista Fareed Zakaria: Fue evidente que el gobierno afgano no tuvo una narrativa que igualara la decisión de esos rebeldes para inspirar a sus tropas
(Zakaria, CNN).
Conclusión: tres diferentes fracasos por diversas razones, pero todos igual de caóticos y previstos. La rúbrica queda a cargo de Zakaria: La verdad desnuda es que no hay una manera elegante de perder una guerra
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