El bosque de la noche: Djuna Barnes y lo insólito
Guadalupe Calzada Gutiérrez
Periodismo no es escribir acerca de temas insólitos; sino hacer insólito lo corriente.
James Joyce
Culta, liberal, irónica, bella y caprichosa, Djuna Barnes (1892-1980), nacida en Nueva York, Estados Unidos, es considerada una de las escritoras estadunidenses más controvertidas de la generación de fines del siglo xx. Educada por su padre, Wald Barnes, músico, pintor y poeta, y por su abuela Zadel, recibe una vasta formación artística hasta que decide estudiar Artes. Dotada de grandes aptitudes para
el dibujo, se dedica al periodismo pero no sólo para hacer ilustraciones, también sobresale como gran entrevistadora y rápidamente entra a formar parte de la vanguardia. Trabaja en revistas famosas, como The Little Review y Vanity Fair. En ese tiempo, Djuna frecuenta la bohemia de Greenwich Village y conoce a Robert Frost, Mina Loy, Eugene O’Neill y Gertrude Stein, con quien, probablemente, comparte el interés por la musicalidad de las palabras y la búsqueda de un estilo de literatura diferente.
Inquieta viajera, Barnes se traslada a París y ahí conoce a los modernistas británicos y miembros de la Generación Perdida. Con ellos se introduce en el mundo de la noche, ese mundo onírico, sensual, urgido de todos los excesos, decadente y al mismo tiempo atrayente que comparte con Henry Miller, Ezra Pound, Samuel Beckett, Ernest Hemingway, John Dos Passos y Sherwood Anderson.
En 1928 publica El almanaque de las damas, una sátira sobre la homosexualidad femenina parisina, escrita con un estilo retórico y audaz; un experimento de la palabra poética como recurso estilístico. En París y luego en Berlín, ya había conocido los importantes movimientos literarios del siglo xx (simbolismo, expresionismo, surrealismo, imaginismo), antes había publicado El libro de las mujeres repulsivas, donde mezcla poemas y dibujos. Probablemente en esta obra denuncia los abusos que cometieron con ella su padre y su abuela, al violarla de niña. Uno de los versos no puede ser más contundente: “Tú, con tus largas y vacías ubres, y tu calma, tu ropa blanca manchada y tus flácidos brazos con dedos saciados arrastrándose en tus palmas…” En este poema se observa cómo utiliza las palabras para marcar su igualdad, su forma de concebirse ante el hombre.
El bosque de la noche es la obra más conocida de Djuna, prologada por t. s. Elliot, quien opinaba que era un ejercicio extraordinario de literatura, “la excelencia de un estilo, la belleza de la frase, la brillantez del ingenio y de la caracterización y un sentido del horror y la fatalidad digno de la tragedia isabelina”. Dylan Thomas se refería al libro como “uno de los tres grandes libros jamás escritos por una mujer”. William s. Burroughs expresó que El bosque de la noche era “uno de los mejores libros del siglo xx”. Lawrence Durrell declaró: “Uno se siente feliz de ser contemporáneo de Djuna Barnes”, esto, aun cuando ella lo acusó de plagio. Anaïs Nin, Truman Capote, Karen Blixen y David Foster Wallace la reconocieron con una de sus principales influencias.
Aunque escribió otras obras, El bosque de la noche es una historia que nos empuja a otra realidad: la de los marginados, seres perturbados, alimentados de la sangre crepuscular, que no envejecen porque la noche devora sus sueños, y donde cada uno se fortalece de su propia debilidad. No es casual que varios escritores hayan querido comparar la retórica de esta obra con la del propio James Joyce.
Djuna Barnes murió cuatro días después de cumplir noventa años. Ana María Becciú, traductora italiana, recopiló toda la obra y escribió una semblanza de la vida de una mujer que agitó con su conducta licenciosa el París de los años treinta; que conoció y experimentó todas las perversidades de una época que oscilaba entre la lucidez y la irrealidad; de una escritora que llegó a ser comparada con Oscar Wilde y Marcel Proust, pero que siempre se reconoció como una gran admiradora de la obra de James Joyce. Sin embargo, vivir hasta los noventa años no fue fácil: se volvió ermitaña y hosca, no salía de su casa y prácticamente no recibía a nadie. Sólo conversaba un poco con un vecino de piso, con la poeta Marianne Moore o con Malcolm Lowry.
Djuna Barnes fue una de las escritoras favoritas de Susan Sontag; hubo entre ellas una amistas epistolar donde ella le escribe a Sontag: “Me han contado que al verme en las calles del Village te abstuviste de dirigirte a mí porque alguien te ha dicho que soy un demonio bastante violento e insultante…” A pesar de esto, jamás se conocieron personalmente. Tal vez, Sontag admiraba en Djuna la sátira, el morbo y el artificio glamoroso que supo combinar para crear un nuevo estilo de periodismo; hacer insólito lo corriente, algo que no sólo manejó en el periodismo sino también en la literatura, una literatura de igualdad ante el hombre.