Los cuentos desde el maldolor de Rodolfo Hinostroza
José Ángel Leyva
En 1987, con el relato titulado “El benefactor”, el peruano Rodolfo Hinostroza recibía el Premio de Cuento Juan Rulfo (1982-2012), convocado por Radio Francia Internacional. Dicho galardón lo obtuvieron también otros reconocidos narradores, como los mexicanos Ignacio Padilla, Rafael Ramírez Heredia, Eduardo Antonio Parra, el cubano Miguel Barnet, el chileno Miguel Littin o los argentinos Laura Massolo, Marcos Crotto y Samanta Schweblin, quien fue la última ganadora del certamen, con “Un hombre sin suerte”, en 2012, año en que le fue retirado el nombre del escritor mexicano y el financiamiento a dicho concurso. Para entonces, Hinostroza (Lima, 1941), quien había pasado su primera infancia en el pueblo andino de Huaraz, gozaba ya de reconocimiento por su breve pero eficaz obra poética: Consejero del Lobo (1965) y Contranatura (1971), con el que ganó en 1972 el Premio Internacional de Poesía Maldoror, promovido por Barral Editores, en Barcelona. En 2002, la Universidad de San Marcos publicaría una nueva edición con una errata celebrada por el autor: Maldolor, en vez de Maldoror. Con esa línea de afinidad afectiva y estética con el Conde de Lautremont-Ducasse, Hinostroza afirmaba que su poesía, en efecto, hablaba al y desde el latido de los muertos.
Ambos poemarios concentraban una determinación experimental y un discurso refrescante en el horizonte latinoamericano, pero sobre todo en el ámbito peruano, apabullado por la sombra de César Vallejo que, no obstante, había dejado florecer voces como las de Blanca Varela, Adolfo Westphalen, Jorge Eduardo Eielson, y las más cercanas generacionalmente al propio Hinostroza como Antonio Cisneros y José Watanabe, que han tenido una proyección fulgurante en los últimos decenios, y a la cual se suma la obra de Eduardo Chirinos (1960-2016), fallecido el mismo año, pero meses antes que Hinostroza.
El psicoanálisis fue no sólo tema sino guía en su vida y en su relación con la palabra, con la escritura, motivo además de distanciamiento con la poesía y acercamiento a la narrativa. Las sesiones psicoanalíticas comenzaron en Perú con su amigo Max Hernández y continuaron en Francia con el lacaniano Philippe Levy. Esas experiencias del diván aparecieron en Aprendizaje de limpieza, publicado en 1979, una obra en la que vierte sin ambages la experiencia del largo proceso psicoanalítico y deja ver al lector luces y sombras de su inconsciente, incursiones por ámbitos de censura y represión, motivos de ocultamiento y vergüenza, formas de nombrar los monstruos de la infancia y el olvido. Un libro a caballo entre el lirismo confesional, el diario, la aspiración del ensayo o el relato. Es aquí donde se hacen más notorias las costuras de un alma híbrida e inquieta, de un espíritu de búsqueda que se
anuncia en sus dos poemarios iniciales, que lo
pondrían en sitios visibles de la poesía latinoamericana.
Nos conocimos en el año 2002, casi a la par que con su coetáneo y compatriota Antonio Cisneros. Ambos deudores de la energía literaria y del impulso surrealista de Emilio Adolfo Westphalen. Para entonces, Hinostroza deambulaba por la gastronomía y la astrología, de las cuales había aprendido no sólo a degustar y a usufructuar, sino a cultivar y comunicar. Había sido además autor de las guías para turistas de Perú, Bolivia y México, país al cual conocía muy bien. Fui testigo de sus dotes culinarias en un restaurante de existencia efímera en la colonia Roma, en Ciudad de México. Nuestros encuentros fueron siempre cálidos y fraternos en distintos momentos, circunstancias y lugares. Era un personaje reconocido en el medio literario, a pesar de su tendencia al aislamiento y a cierta melancolía.
La mayor proximidad se dio en una entrevista publicada en la revista La Otra y en el libro Voz que madura (buap, 2018), donde narra su trayectoria literaria y hace énfasis en los significados de su psicoanálisis y de su Aprendizaje de limpieza, despreciado y repelido por la sociedad psicoanalítica peruana. Tiempo más tarde tendríamos una conversación sobre su libro Primicias de la cocina peruana. Ensayo gastronómico, cuyas recetas compartía con su hermana Gloria, con quien había fundado años atrás el restaurante El Mono Verde. Esa obra le mereció varios premios, como el Gourmand Award, en Pekín, 2006, el de la Academia Nacional de Gastronomía de España y el Latino Book Award, ambos en 2007, luego de su viaje a China. Tuve la fortuna de coincidir con él ese mismo año en República Dominicana y recibir de sus manos Primicias de la cocina peruana. Una joya editorial, sin duda.
Los cuentos de un poeta
Sabía de su relevancia como dramaturgo, e incluso de su novelística, pero ignoraba su importancia como cuentista. No fue sino hasta mayo de 2016 cuando me envió su cuento “Memorándum” para publicarlo en la revista La Otra cuando descubrí ese otro filón de su escritura; le manifesté mi asombro. Sin demora, el 10 de junio, me envió su libro Cuentos de extremo occidente, publicado en 2002 por la Universidad Católica de Perú, para que le ayudara a conseguir editor en México. Intercambiamos un par de emails más. En noviembre de ese mismo año, el gastrólogo o gastroastrólogo se volvía polvo de estrellas.
Ingrid Sipkes, compañera y viuda del poeta peruano, me hizo llegar Cuentos (In) Completos, que incluía Cuentos de extremo occidente y Cuentos casuales. Relatos de mediana o breve extensión se combinan con otros de mayor longitud que bien podrían ser o son novelas cortas. La particularidad narrativa de Hinostroza reúne cualidades que la hacen atractiva y notable. En primer lugar la capacidad de hilar y construir andamiajes de historias convincentes, con malicia e ingenio, con abundante información extradiegética. A lo largo de la gran mayoría de sus cuentos domina un carácter jocoso, rebosante de picardía muy latinoamericana en contextos que pueden ser europeos o americanos. Hinostroza es en ese sentido un digno representante latinoamericano de su generación, la de los sesenta, inoculada con las utopías revolucionarias y el boom literario, por el Mayo del ’68 francés, por las postvanguardias sudamericanas y sin duda por la generación beatnik. Digno descendiente de Julio Ramón Ribeyro, una de las referencias cuentísticas más veneradas del Perú. No se puede dejar de lado la influencia de Jorge Luis Borges en su capacidad argumentativa y su elaboración ficcional, en su economía verbal, en su erudición.
Además del humor, la hibridez es otra de las propiedades estéticas de Hinostroza y en sus cuentos uno puede advertir el desafío de romper límites, desplazándose hacia la crónica, la biografía y a veces al ensayo, pero sin abandonar los terrenos sagrados del cuento, del relato, en donde se pueden identificar los módulos que tradicionalmente han definido al género: introducción, desarrollo, nudo y desenlace, en el orden que
se elija.
Como su coetáneo Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza trama historias y atmósferas con el trasunto de su propia biografía, de sus viajes, de sus oficios, de sus obsesiones, de su gusto por la historia y, por qué no, por el turismo cultural. Si Cisneros narra que trabajó como guía de turistas, Hinostroza echa mano de su aventura como escritor de guías para turistas. Ambos vivieron su juventud en Europa y fueron marcados por la Guerra Fría y gozaron de un reconocimiento temprano en la república de las letras peruanas. Cisneros da fe de una memoria plena de imágenes y de circunstancias chuscas, casi inverosímiles de tan rocambolescas, en su libro Ciudades en el tiempo. Crónicas de viaje (La Otra/uanl, 2014), nacidas de su columna periodística “Papel para envolver pescado”. Ese mismo espíritu de viaje, el cosmopolitismo irremediablemente peruano, limeño, para ser justos, la ironía y la observación detallada del asunto están presentes en el narrador Hinostroza, quien se alinea con los astros dionisíacos y la gestualidad burlona de Aristófanes.
El humor de Hinostroza dialoga, desde su irreverencia, con la seriedad conceptual y formal de Proust o de Borges, con el filo detectivesco de Vargas Llosa, como lo evidencia Quién mató a Palomino Molero, pero insistiría con que se mueve en la constelación del enorme cuentista que es Julio Ramón Ribeyro, y lo hace con la solvencia del poeta trasgresor que no traslada su lirismo al cuento o la novela, que no impone el rictus del drama a sus relatos o la autorreferencialidad descarnada de Aprendizaje de limpieza y, sin embargo, concita todas las expresiones en su intención narrativa. Como él mismo lo afirmaba en la mencionada entrevista:
Todas esas cosas me vienen por el hecho fatal e irreversible de ser poeta. Yo le achaco toda la culpa a la poesía. Creo que ha determinado en mí un espíritu libre que busca permanentemente, y trata de convertir sus aficiones en profesiones. Como me ha gustado siempre cocinar y comer, entonces lo he transformado en profesión y ahora soy cronista gastronómico […] Creo que hay ideas para casa cosa. Algunas ideas sirven para novelas, otras para teatro, otras para cuento, ensayo, poema. Son tan raras las buenas ideas, llegan tan de tarde en tarde que es conveniente dominar varios géneros para poder desarrollarlas todas, cada una en su género.
Concuerdo en que hay una imaginación proveniente de los veneros del poeta, de un surtidor verbal que, no obstante sus orígenes, toma distancia del canto para contar y fabular con ánimo trasgresor e irreverente, erótico y mordaz. Rodolfo Hinostroza sólo volvería a publicar un tercer libro de poesía: Memorial de Casa Grande que, en sí mismo, es una versión versificada de su historia familiar y en la que domina un tono narrativo. Parece evidente que tras el psicoanálisis, Hinostroza dio rienda suelta a su capacidad escritural en detrimento de la poesía y en beneficio de la dramaturgia y de una cuentística notable, misma que pronto verá la luz en una edición mexicana bajo los sellos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y la Universidad Autónoma de Aguascalientes: Cuentos (In) Completos.