A lo largo del tiempo diversas imágenes han conformado la noción de lo que representa la mexicanidad, que se compone de dos raíces fundamentales: la indígena y la española, enriquecidas con piquete negro y oriental. Hay infinidad de aspectos como tradiciones, arte popular, vestuario, gastronomía, música, entre otros, en los que se refleja lo que suele considerarse representativo de lo nuestro.
Una de ellas es la imagen del charro. Esta añeja tradición se conformó los primeros años posteriores a la Conquista, cuando los españoles establecieron las primeras estancias de ganado mayor. Aunque estaba prohibido que montaran indios, mestizos, negros y mulatos debido a la necesidad de ayuda para controlar a los animales, en la medida que crecían los rebaños los naturales y los integrantes de las castas tuvieron que ser utilizados, por lo que desarrollaron gran habilidad en el manejo del equino.
Así, mezclada con costumbres nativas, religión e influencias traídas de otros continentes, se gestó una nueva cultura en el campo mexicano que habría de conocerse como charrería. Su práctica combina la equitación con diversas formas de jaripeo, actividades ecuestres y actividades tradicionales de la ganadería. Con gran arraigo, de ser un trabajo pasó a placer, diversión y actualmente es un deporte y, sin duda, un arte que se puede considerar como el deporte nacional por excelencia.
En el Centro Histórico, que como menciona el dicho si no lo encuentra en el Centro es que no existe
, hay tiendas que venden todo lo relacionado, la más famosas es la talabartería El Caballo Mexicano, en José María Pino Suárez 27. La fundó en 1913 el señor Braulio Santos Burgoa y es la más antigua en manos de una misma familia, que a lo largo de tres generaciones ha atendido a la gente de a caballo.
El amplio establecimiento es como un pequeño museo que ofrece todo tipo de productos, tanto para el jinete como para el caballo: sillas de montar –algunas trabajadas con plata y finas pieles repujadas que son una obra de arte–, lazos, sombreros, espuelas, ropa charra, vaquera y de equitación, albardones, botas y más. También dan mantenimiento y reparación a las monturas.
Como toda talabartería de abolengo, cuenta con amplio surtido en toda clase de artículos de piel como portafolios, bolsas, carteras, billeteras y lo que se le ocurra. El Caballo Mexicano ha buscado fomentar en los hijos de los artífices el interés por continuar el reconocido oficio de sus padres y contribuir a preservar y engrandecer la bella e inigualable artesanía talabartera de nuestro país.
Como que el pozole va muy bien con la charrería y con este mes patrio, así es que vamos a El Pozole de Moctezuma, restaurante casi clandestino, está dentro de un modesto edificio de departamentos situado en la calle Moctezuma 12, a unos pasos del Eje Central. Es el templo del pozole guererrense. Toda la semana hay blanco y los martes, jueves y sábado es verde, una joya de la gastronomía nacional. Es atendido por la familia Álvarez Garduño, cuyos integrantes amorosamente continúan con la tradición que inició la abuela hace más de 60 años, cuando llegó de Guerrero y comenzó a cocinar ese platillo para paliar la nostalgia de sus paisanos.
La preparación es rigurosa, lo que evita que caiga pesado
, ya que ahí hacen el nixtamal y lo despican, esto es, descabezar cada grano; la carne de puerco que lo acompaña –maciza, pata, cachetito u oreja– es de primera. Tanto el blanco como el verde, elaborado con mole de pepita de calabaza, tiene su ritual previo a la degustación: en la mesa le presentan el aliño –cebolla picadita, chile, orégano y limón, que se agregan en ese orden–. Después viene el aderezo: aguacate, chicharrón en trocitos y ¡sardina!, que se combinan al gusto, así es que cada plato es una creación personal.
Como es de esperar, hay un excelente mezcal y para botanear puede comenzar con unos taquitos de chorizo de Tixtla, Guerrero, y otros de sobrante y faltante
, que es una combinación de sesos y lengua que no tienen pierde.