Sólo con algunos ajustes en las cantidades aquellas palabras permiten caracterizar todavía la brutal depredación de la naturaleza y la explotación de las grandes mayorías por las potencias imperialistas. En realidad, la situación que describía su profética alerta no ha hecho más que empeorar, pues durante las tres décadas transcurridas se profundizaron las bárbaras políticas neoliberales, que acentuaron la explotación capitalista, el saqueo y la depredación ambiental practicadas por el capital imperialista, causantes del catastrófico calentamiento global y la contaminación.
Fidel fue también el líder mundial que en toda la segunda mitad del siglo XX dedicó más energías de su mente genial a analizar la explotación capitalista e imperialista y sus consecuencias. Entre ellas el gravísimo problema del calentamiento global que, junto al peligro de guerra nuclear, formó parte sustancial de sus preocupaciones hasta los últimos días de su vida. Desde su alerta en Río hasta las Reflexiones de la etapa final los hechos dan la razón al comandante. Lo constatamos en el desarrollo de la COP-26. Como denuncian la mayoría de los movimientos sociales asistentes, con particular énfasis los representantes de los pueblos originarios, es muy poco lo que los países desarrollados, principales causantes de esa situación, han hecho hasta la fecha por detenerla y revertirla. De hecho, pese a lo amenazante que se ha tornado el fenómeno, no se ha cumplido ninguna de las metas de reducción de emisiones contaminantes fijadas en el famoso Acuerdo de París, que entró en vigor en 2016, por no hablar de los anteriores de Kyoto. Al contrario, ya se alcanzó un aumento de la temperatura de 1.1 grados Celsius respecto de la era preindustrial, la más alta registrada en 2 millones de años. Tampoco los compromisos alcanzados por ahora en la COP26 alcanzan para evitar, antes de mediados del siglo XXI, un aumento en las temperaturas superior a 2 grados Celsius y una alteración del clima de efectos terriblemente catastróficos. Crecientes y más frecuentes olas de calor que matarán a muchas personas, pérdida de bosques y desertificación; derretimiento de glaciares, polos y el permafrost de Groenlandia; sequías extremas y prolongadas, lluvias e inundaciones de magnitud inédita, aumento de la temperatura y la acidez en los mares, inundación irreversible de amplias zonas costeras y desaparición de pequeñas islas a consecuencia del aumento del nivel del mar, ciclones tropicales y tormentas más frecuentes e intensos, migración de importantes masas humanas; extinción de decenas de miles de especies y pérdida de cientos de nichos ecológicos, ambos de consecuencias difícilmente previsibles pero con seguridad desastrosas para la vida. En verdad estos fenómenos ya están aquí y forman parte de nuestra cotidianidad. Sólo que se harán cada vez más habituales y se agravarán de manea exponencial, creando una situación invivible para millones de seres humanos.
Reuniones como la COP26 sirven para crear conciencia de la magnitud y grave amenaza a la vida que todo lo anterior significa y para arrancar ciertas concesiones, pero no van a solucionarlos. Sólo un gigantesco trabajo pedagógico unido a grandes movilizaciones populares pueden forzar a los gobiernos a actuar en este crucial tema para la humanidad. La clave la dio Hugo Chávez: no cambiemos el clima, cambiemos el sistema.