Como de costumbre, todos engordados y parados que no permitían el toreo en el que el toro arranca de lejos y se da el encantamiento. Ante esto, el torero español Antonio Ferrara cambió los papeles y se puso a torear al público que tenía ganas de embestir, y vaya que embistió. La faena de Antonio fue magistral. El toro que le tocó mancebo desde el principio y el diestro español rápido lo captó y se puso a picar al toro, con su sabiduría de horas y horas de torear y le dio un pequeño piquete. Y, en ese momento, empezó la gran faena: el torero de picador; el torero abanderillea espectacularmente. La plaza era un manicomio. Siguió toreando a la afición al brindarle el toro al diestro español El Choro, que estaba en su silla de ruedas. La emoción en su punto, el toro siguió así, más toreo y la gente parada le gritaba: ¡Torero, torero! El remate de la faena fue entrar a matar caminando. El volapié fue perfecto.
El triunfo fue apoteótico. Vueltas al ruedo después de las banderillas y otras dos vueltas al ruedo al terminar su faena.
La corrida, como menciono, tenía un marco formal y otro subyacente. La corrida que era Guadalupana se inició con una banda militar tocando el Himno Nacional. Lo cual empezó a generar un no sé qué, en los aficionados, en una plaza llena hasta el reloj. Aficionados a los toros que somos de lo fugaz como intérpretes en términos de la realidad, intentamos apresar el sentido y salir de la soledad y dejar atrás la verdad y apresar por un instante lo absoluto.
Sin embargo, los aficionados nos enfrentamos brutalmente con el revés del tiempo y del espacio, su vuelco, aquello que se inserta en el ombligo del sueño, el lugar en que los hilos del sueño se entretejen para dar sustento al no sentido
.
Ese ombligo incognoscible donde los hilos del sentido se enmarañan en la imposibilidad de desenredarlos, ese centro, el no sentido, que es tanto aceptar que la clausura es hermética, sin que presenten fisuras donde lo irracional hace su aparición.
Aquello que se nos va, que se nos escapa, aquello desconocido de la lectura, como polvo de huellas de la memoria verbales susceptibles de diferirse. Por poco que falta el contacto y vuelva a aparecer el hueco, la incompletud, el vacío y la desilusión.
Los aficionados llenaron la plaza para ir a ver torear a Morante de la Puebla y resultaron toreados por Antonio Ferrara.
“La tarde sonrió de alegría:
Pasó por su puerta
–y luego, sombría: Pasó por tu puerta.
Dos veces no pasa”. (Fragmento de Era una mañana
, de Antonio Machado).