Los artistas populares se escudan con su profesión: “limpia” y sin compromisos

Seguirá cantando… Chente

Alonso Arreola

 

Nunca nos gustó el timbre de su voz, aunque sí su carácter, a decir verdad. Menos nos gustaron sus actuaciones cinematográficas. Aunque bueno… nunca hemos visto una de sus películas completa, a decir verdad; sólo fragmentos en mañanas dominicales cuando, cambiando ociosamente de canal, caímos en esa televisión irresponsable que no deja de insistir con lo peor de nuestra filmografía.

Tampoco lo vimos en concierto. Nunca, a decir verdad. Cantante dotado, compuso muy poca música. Casi nada. Si aparecía en entrevistas, apenas escuchábamos media respuesta. De alguna manera –tal vez injusta– lo relacionábamos con una parte de México que nos parece retrógrada, machista, ligada a poderes jurásicos… a decir verdad. Priista hasta donde recordamos, Vicente Fernández cantó a políticos de mala fama sin criticar sus mecanismos. ¿Era su responsabilidad hacerlo?

Mucho se escudan los artistas populares en una relación desinteresada con su profesión, que deben mantener “limpia” y sin compromisos. Pero consciente o inconscientemente perpetúan un sistema de clases polarizado, lo que beneficia al repertorio –en el caso de la música ranchera, por ejemplo– sustentado en la tragicomedia. Eso pasa, a decir verdad, porque muchos de estos artistas van huyendo, ferozmente, del pasado humilde en que nacieron y con el que presumen conectarse.

Del triunfo a las fortalezas acorazadas, autos de lujo, vestuarios extravagantes y una vida cercana a la realeza, el paso es mínimo. Tal como hacen boxeadores o futbolistas, muchos intérpretes de música folclórica navegan impolutos en el cariño del pueblo, preocupándose poco por la ética o la moral institucionales. Esa distancia, incluso, los beneficia, los dota de un cariz novelesco sin responsabilidades sociales.

Ahora bien, a decir verdad, no podemos generalizar ni aseguramos que don Vicente Fernández haya sido esa clase de figura. Sólo confesamos que eso nos pareció siempre. Somos sinceros. Lo recordamos argumentando que no aceptaría el trasplante de un hígado cuyo origen pudiera ser homosexual, recibiendo premios de dictadores o tomándose fotos con una jovencita a la que tocaba “distraídamente”. Sí. Pero también lo recordamos cantando con una energía y potencia encomiables, a decir verdad.

Lo que hemos dicho hasta ahora no tiene que ver con el género vernáculo en sí mismo, por supuesto. Esa música merece todo respeto. Nos gusta la evolución de su brillo, dotación y fuerza; la manera como nos representa. Escucharla en voz de sus mayores exponentes es siempre placentero, recordatorio de lo que puede ser una aplanadora aérea, a decir verdad. Incluso aceptamos algo: si recordamos alguno de estos temas, primero nos llega en la voz de don Chente.

Entendemos, finalmente, lo que significó la figura del Charro de Huentitán, así como la pompa de sus funerales en Tlajomulco de Zúñiga. Muerto en pleno amanecer guadalupano, resulta imposible no sorprenderse con la imagen del féretro ensombrerado, rodeado por los brazos de la viuda mientras su hijo Alejandro canta, flanqueado por Cristo y la Virgen. Es imposible no impresionarse con los exponentes que desde el escenario de la Arena VFG pasan del violín al canto poderoso y desgañitado. Es comprensible, justificado, que miles de personas hagan fila por horas para ver su cajón y cantarle por todo lo cantado. Se entiende que de la tristeza pasen al jolgorio aprovechando la resignación, la contradictoria naturaleza del mariachi.

Muy por encima de las películas y programas de televisión, quedarán sus discos. En ellos seguirá cantando pues, a decir verdad y por lo que se mira, su público seguirá aplaudiendo unas cuantas generaciones más. Nosotros volveremos de vez en cuando a su voz, para ver si algo nos va gustando. Le reconocemos aquí el esfuerzo de hacerse solo, desde abajo, para conquistarlo todo. Descanse en paz Vicente Fernández. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

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