Sólo en las últimas jornadas se observa un repunte en los casos debido, al parecer, a la entrada de ómicron, pero con bajo índice de muertes. No obstante, para salirle al paso, ya las autoridades cubanas decidieron aprontar la aplicación de la dosis de refuerzo, para que a finales de enero la haya recibido toda la población. Cuba tiene 86.5 por ciento de toda su población vacunada con esquema completo, por lo que ocupa el segundo lugar mundial en ese indicador, sólo por detrás de Emiratos Árabes Unidos. Su vacuna Abdala, desarrollada por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, acaba de ser aprobada por la Cofepris para su aplicación en México. Abdala, así llamada en evocación del célebre poema patriótico del joven José Martí, demostró una eficacia de 92.28 por ciento en la prevención de la enfermedad sintomática causada por el coronavirus durante el ensayo clínico fase III, en el cual participaron 48 mil voluntarios. El estudio también arrojó 100 por ciento de eficacia en la prevención de la enfermedad sintomática severa y en la prevención de la muerte, pues no hubo fallecidos en el grupo. Por su eficacia e inocuidad, el Cecmed aprobó su uso de emergencia en niños de entre 2 y 11 años, primera población infantil en el mundo en vacunarse y en iniciar el curso escolar con esquema de inmunización completo.
No debe sorprender que, junto a Abdala, Cuba haya creado otros dos inmunógenos contra el nuevo coronavirus y que ya tenga dos candidatos más camino de convertirse en vacunas. Tampoco, debe subrayarse, que sea el primer país en lograrlo en América Latina y el Caribe, y en lo que conocíamos como Tercer Mundo. Ocho de los antígenos aplicados en el programa general de vacunación de la isla, que alcanza casi ciento por ciento de la población objetivo, son de fabricación propia. A Cuba la respaldan importantes y mundialmente reconocidos logros científicos en la biotecnología y 30 años de experiencia en la producción de inmunógenos. Entre ellos, merece citarse la vacuna antimeningocócica BC creada por el Instituto Finlay a finales de los años 80, la primera de su tipo a escala mundial para el control de la meningitis B, que recibió la Medalla de Oro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual. Su empleo logró reducir sustancialmente la incidencia de este padecimiento. Otra digna de citar es la vacuna contra la hepatitis B, que logró acabar con los efectos de este virus en menores de 5 años en 2000. También fue la primera de América Latina y el Caribe certificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Igualmente importante fue el logro por la Universidad de La Habana junto a investigadores de centros biotecnológicos cubanos, de la vacuna contra el Haemophilus influenzae b. También obtuvo la certificación de la OMS, requisito necesario para poder proveerla a las agencias de la ONU. Fue asimismo trascendental el desarrollo por la isla de la vacuna pentavalente contra la difteria, el tétanos, la tosferina, la hepatitis B y el Haemophilus influenzae b, segunda obtenida en el mundo y primera desarrollada y producida por un país de América Latina y el Caribe.
Las vacunas cubanas han sido conseguidas bajo una política estadunidense de seis décadas de exterminio sistemático del pueblo cubano por hambre y enfermedades. Pero ya no se trata sólo del acto terriblemente cruel que llamábamos bloqueo, sino de una versión mucho más criminal, restrictiva de la menor participación de la isla en la vida económica y financiera internacional, cuya feroz aplicación empezó Trump y continúa Biden. Las vacunas cubanas son la mejor prueba de que en la isla, a diferencia de Estados Unidos, no hay nada más importante que la vida humana.
Misiles contra la mentira.
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