Ejemplo vivido en persona: una serie de amenazas aparecieron de súbito en la pantalla de mi computadora mientras escribía unas líneas. Al mismo tiempo, con todo el volumen que da mi aparato, una voz imperiosa me ordenaba telefonear al número indicado debajo de los letreros para recibir ayuda y salir de la trampa donde habíamos caído mi computadora y yo. Después de apagar el sonido que me ametrallaba los oídos, traté de escapar por cuanto medio se me ocurrió tratando de hacer desaparecer los diversos letreros que se encimaban unos sobre otros para informarme de un virus desconocido que me atacaba. Apoyé sobre escape y nada desapareció. Al contrario, las amenazas iban en crescendo, más peligrosas cada vez para la salud de la computadora y todos los ficheros de los que se me predecía la vulnerabilidad y su pronto desvanecimiento en el vacío de la nada. Telefoneé a varias personas que me parecen más capaces que yo y, sobre todo, más calificadas en la informática. Por desdicha, ninguna de estas personas estaba disponible esa mañana. Apagué y desconecté el aparato habitado por el sospechoso virus. Volví a encenderlo y todo seguía igual: los mismos letreros amenazantes seguían encimándose.
Una buena hora más tarde, después de perder mi tiempo y de paso también la cabeza, me decidí a marcar el número telefónico indicado en la pantalla. Ocupado varias veces, al fin logré escuchar una voz humana al otro lado de la línea. Lo meloso de la voz, los elogios que hacía de mi inteligencia al escoger la marca de mi aparato, las alabanzas sobre mi computadora y su futura posible duración… si yo seguía sus instrucciones para sacarme del atolladero, debieron haberme prevenido sobre la honestidad de mi interlocutor. Trop poli pour être honnête (demasiado cortés para ser honesto). Amedrentada por tantos peligros, seguí sus instrucciones envueltas en un palabrerío de lenguaje entre informático, paternal, servil, prometedor como la luna, ofreciéndome seis meses de atención gratuita, después de pedir mis datos, de darme su nombre y asegurarme que estaría siempre a mi disposición para atender cualquier problema de electrónica, de informática, de virus, de salud, sentimental… Logré interrumpirlo para preguntarle cuánto iban a costarme sus servicios gratuitos. Tuve que repetir mi pregunta antes de que me respondiera: 100 euros. No pienso pagarle
, dije. La voz del tipo endureció para decirme que el virus no se iría sin su auxilio. Colgué.
Logré abrir la página donde trabajaba encimándola sobre las amenazas. Fue peor: a medida que escribía, desaparecían líneas enteras. Abrí la ventana. Vi a mi vecino, Sam, un ingeniero en informática. Ya hace unos meses, Sam salvó todos mis ficheros que extrajo del disco duro muerto de mi vieja computadora. Solicité su ayuda. En menos de dos minutos, Sam expulsó el virus: el pirata que pretendía ayudarme. Mago genial de la informática, Sam me dijo que el virus es lanzado por las mismas personas que proponen su ayuda gratuita
. Esto se denomina toma de rehenes
informática.
Ya no sólo en la calle se ve uno agredido. Ahora, las agresiones llegan a nuestra intimidad a través de los aparatos, sometiéndonos a la guerra comercial. Y nadie está a salvo. Habrá que habituarse a vivir con muchos virus en el mundo moderno.