Los años previos a 1921 en la vida de Nahui Olin son casi un completo misterio; a partir de documentos apenas es posible deducir una formación artística e intelectual en San Sebastián, España. Si bien los vínculos con artistas no están tan bien trazados aún, hay evidencia clara de que antes de 1921 Carmen Mondragón ya poseía una habilidad notable con el lápiz y la tinta, de sus caricaturas se conservan varias de su etapa española. Tomás Zurián ha hecho notar que muchas de ellas son caricaturas negras
, donde ese color rellena las formas, mientras las líneas son blancas. Estos dibujos demuestran la habilidad para manejar la línea que para entonces ya poseía Carmen, así como su capacidad para dotar de personalidad a sus retratos y el sentido del humor que no perdería nunca en su pintura. Posteriormente, haría una serie de caricaturas donde su uso de la línea ya no es tan pulcro y se concentra en intentar recrear escenas. Hoy son consideradas crónicas o testimonios de los murales pintados en San Pedro y San Pablo, y la Secretaría de Educación Pública.
En su pintura, Nahui Olin se nos revela como amante de la calle, de la fiesta y de las grandes aglomeraciones, donde son protagonistas los placeres escondidos, ya sea debajo de un árbol, en el parque, o en la cadencia de una pareja, en un salón de baile. Las plazas de toros, el Zócalo, el circo Orrín, el teatro Lírico, Tacubaya, las recauderías, tepacherías y otros tantos lugares fueron plasmados con intensos colores por sus manos. A pesar de ello, suele figurar en las historias de la Ciudad de México sólo como la vieja loca de la Alameda y no como una de las cronistas de la vida erótica de la ciudad. Pero no sólo narró los placeres de la urbe, fue todavía más a fondo con los propios, mostrándose en pleno acto sexual o amoroso con una diversidad de hombres. Pero quien piense que su obra es mera ocurrencia o calentura, tan sólo debe detenerse un poco en ella para encontrar las citas a la cultura grecolatina, como la escultura de la Venus Calipigia y, si mira con más calma, incluso Perséfone o Latona.
Su labor poética está a tal punto involucrada con la esencia de su vida, que los libros fueron editados bajo su cuidado; es decir, diseñó las puestas en páginas, algunas tipografías y portadas, y seleccionó las fotografías que incluiría en el interior. Si bien los primeros dos los editó en conjunto con el Dr. Atl, los tres siguientes (y algunos más, inéditos) son ya totalmente producto de su imaginación, desde el texto hasta el tipo de letra, por lo que también podemos decir que incursionó en el diseño editorial.
Por último, está la más inexplorada de sus facetas artísticas, la de compositora. Hasta ahora se consideran perdidas sus obras y sólo se sabe de dos ocasiones en que las presentó. La primera fue en 1929, en su departamento de la calle 5 de Febrero, adonde invitó “a oír su primera composición ( Mon esprit est une harmonie) primera parte de un concierto que se va a adecuar para orquesta”, si tal adecuación tuvo lugar es un misterio, al igual que la composición primera. La segunda, un recital de piano, en una exposición de pintura que le fue organizada en San Sebastián en 1933, donde se sabe que tocó piezas de reconocidos compositores y propias. No nos queda más que la esperanza de conocer algún día estas creaciones.
Poco se invita a mirar o leer la diversa obra de esta mujer, así que estas líneas no han tenido otra intención que la de animar una búsqueda en Google o en el catálogo de una biblioteca el nombre de Nahui Olin o Carmen Mondragón con el fin de acercarse no a lo que se dice de ella, sino a lo que su obra dice. Se hará evidente que con Nahui, ni los dichos se cumplen, pues en su vida hubo mucho oficio y poco beneficio.
* Egresada de la maestría en Historia del Arte por la UNAM