estado de emergencia
El incremento demográfico de la humanidad multiplicó por 10 su población entre 1700 (680 mil habitantes) y 2000 (6 mil millones). La población humana se duplicó en 100 años (entre 1800 y 1900), luego sólo en 70 (1900 a 1970) y casi lo hizo en solamente 50 (de 4 mil millones en 1970 a 7 mil 800 millones en 2020). Sólo dos engendros de nuestra especie alcanzan ese ritmo: los autos y las reses. La revolución industrial por su parte, ocurrió en íntima relación con el uso de energía fósil y las innovaciones científicas y técnicas. La primera etapa tiene que ver con el arribo del motor de vapor alimentado de carbón mineral (1784), la segunda con el petróleo (1859) que dio lugar al motor de combustión interna y a la electricidad; la tercera con la industria nuclear alimentada de uranio, y la cuarta digital con la robótica, la biotecnología, la inteligencia artificial y los sistemas geoespaciales. La demografía, la industrialización y la energética se fueron gradualmente orientando por los intereses del capital, y sus mecanismos de guerra y de monopolización de la riqueza. Hoy la humanidad se encuentra subyugada por gigantescas corporaciones que dominan la mayor parte de las actividades humanas.
Por este conjunto de acciones, la humanidad ha alterado dramáticamente los ciclos biogeoquímicos, climáticos y del agua, ha afectado el equilibrio de los mares (por la sobrexplotación pesquera y la contaminación de los plásticos), y de los bosques y selvas (por la deforestación), y ha puesto en peligro a miles de especies de animales y plantas. Estos impactos llevaron al geólogo Paul Crutzen, Premio Nobel 1995, a declarar nuestra época como el Antropoceno, y a identificarla a partir de que el bióxido de carbono (CO2) depositado a la atmósfera por la industria rebasó los niveles de los últimos ¡400 mil años! Si durante todo el siglo XIX la cantidad de CO2 en la atmósfera osciló entre 277 y 280 partes por millón (PPM), hacia 1950 alcanzó 311 PPM y rebasó 400 PPM en 2019; 85 por ciento de carbón fue inyectado a la atmósfera en las últimas décadas. De ahí se genera el efecto invernadero
que incrementa la temperatura en todo el planeta, y esto a su vez desencadena una crisis climática global que se expresa en sequías, inundaciones, temperaturas extremas, ciclones más potentes e incendios forestales. Todo ha sido documentado por unos 2 mil académicos agrupados en el IPCC (siglas en inglés del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático), auspiciado por Naciones Unidas desde 1988.
Si el concepto de Antropoceno sirvió para demostrar los efectos negativos de la acción humana, nuevas exploraciones iluminaron una perspectiva diferente. El recuento de cómo se originó la crisis climática demostró que esta surgió en Inglaterra al calor de la revolución industrial y en los países más industrializados. Hacia 1825 Inglaterra emitía 80 por ciento del CO2 global y en 1900 con Estados Unidos contribuían con 60 por ciento. Entre 1850 y hoy los culpables históricos de la crisis climática son Estados Unidos (40 por ciento), Unión Europea (29) y Canadá, Japón, Australia y el resto de Europa (19). Latinoamérica, África y Medio Oriente representan 8 por ciento. Similarmente las élites con su consumo exagerado y despilfarrador son los principales causantes de la crisis. Las emisiones del uno por ciento más rico son mil veces mayores que los de la población más pobre. Al mismo tiempo se ha descubierto que la crisis se disparó a partir de 1950 en una fase ya conocida como la gran aceleración
(). Durante estas siete décadas se dio la multiplicación vertiginosa de máquinas, edificios, carreteras, presas, minas, centrales nucleares, automóviles, ganado, refinerías, papel, teléfonos, fertilizantes, plásticos, etcétera. La crisis no es entonces antropogénica, sino capitalogénica. Hablar de Capitaloceno
y no de Antropoceno
es entonces una cuestión de justicia histórica (). La conclusión es clara. La humanidad para sobrevivir debe remontar el capitalismo.