–Cuando estudiaba prevalecían las enfermedades que un maestro mío, el doctor Celis, había calificado como la patología de la pobreza
. Él había hecho un estudio sobre cuáles representaban las principales causas de muerte en los pacientes que llegaban al Hospital General, y las había comparado con las de sus pacientes en su consultorio particular, y con asegurados de compañías de seguros. Comparó los tres grupos y se encontró con que los pacientes del Hospital General se morían de enfermedades agudas infecciosas, de tuberculosis, de alcoholismo, de amibiasis, enfermedades que él clasificó como patología de la pobreza
. Eso era en 1950, ahora la cosa ha cambiado, no sólo tenemos esas enfermedades, sino que han empezado a surgir otras, las crónicodegenerativas, frecuentes en los países desarrollados. Nosotros tenemos las dos. Ahora la obesidad y la diabetes y sus complicaciones cardiovasculares constituyen el problema de salud número uno en México; es lo que le cuesta más dinero al país.
–Se necesita seguir investigando y contar con instalaciones necesarias en materia de salud. ¿Se cuenta con los recursos suficientes para llevar a cabo esa tarea?
–No lo son en ninguna parte del mundo. En todos lados se podrían usar más recursos y favorecer la salud. En ningún lugar es suficiente, pero hay países en donde hay más que en otros. Nosotros estamos entre los que menos dinero disponen para combatir los problemas; tenemos el récord de menor gasto en salud de los países hispanohablantes y también tenemos el de la menor inversión en desarrollo de la ciencia y la tecnología. Estamos en un ‘honroso’ último lugar, y no hemos salido de ahí. La Ley de Ciencia y Tecnología dice que se debe gastar uno por ciento del producto interno bruto, cifra inferior a la que recomienda la Unesco, 1.5 por ciento. Nosotros gastamos .3 por ciento, estamos en la tercera parte del mínimo que deberíamos gastar según nuestras leyes.
“Los científicos en México somos menos de uno por cada 10 mil habitantes, ¡menos de uno! En Japón hay 40 por cada 10 mil, 80 veces más; en Alemania, como 60. Diría que somos un grupo casi en extinción, porque la población en general crece más aprisa que la de científicos. Nosotros graduamos como 2 mil o 3 mil doctores al año, España a 6 mil y tiene 40 millones de habitantes, nosotros tenemos 110 millones.
“No nos hemos dado cuenta que el desarrollo de la ciencia y la tecnología en nuestro país puede contribuir a mejorar la calidad de vida. Nosotros ahorita no hemos logrado ingresar a lo que se llama la sociedad del conocimiento; es decir, no hemos aprendido cómo se hacen las cosas, y entonces tenemos que comprárselas a quienes sí saben hacerlas. Esto nos hace dependientes, mucho más que en la época de la Colonia, cuando el ejército español nos tenía conquistados; ahora las conquistas ya no se hacen con ejércitos, se hacen con información, con el conocimiento. Si queremos salirnos de esta dependencia no hay más que una forma: a través del conocimiento, y éste se tiene que adquirir, se tiene que generar e incorporar.
“Cuando yo empecé a hacer ciencia no había nada, no había nombramientos de investigador, no había institutos de investigación ni recursos para apoyar proyectos, nada. ¡Ah!, ahora, a fines del siglo XX y principios del siglo XXI, hay todo: tenemos nombramientos, Conacyt, otras estructuras que nos apoyan en la universidad, en el Politécnico, reconocimientos, ya cuenta que un individuo pueda agregar a su currículo que ha trabajado, que ha publicado, tenemos el Sistema Nacional de Investigadores –que antes tampoco existía, se creó en 1985–. Ya hay los elementos necesarios para que diéramos el salto y nos incorporáramos a la sociedad del conocimiento. Lo que no existe son los recursos para aprovecharlos.”