La joven Inés divide su tiempo en dos profesiones, como voz de doblaje de películas japonesas de terror y como cantante profesional –soprano– en un coro. Luego del duro episodio, durante un viaje turístico a México, en el que misteriosamente pierde la vida su pareja sentimental Leopoldo (Daniel Hendler), un hombre manipulador y posesivo, comienzan a acentuarse en Inés las crisis nocturnas en las que padece la presencia de un personaje extraño que se apodera de su voluntad y le distorsiona la percepción del mundo real. Ese ente, jamás materializado del todo, consigue filtrarse hasta sus cuerdas vocales, obligándola a emitir ruidos disruptivos durante sus participaciones en la coral, lo que crea interferencias repetidas en la cabina de sonido. No sólo está en juego ya la credibilidad profesional de la joven, sino también su precario equilibrio emocional al no poder distinguir los desvaríos mentales, cada vez más frecuentes, de sus episodios de lucidez marcados ahora por la intranquilidad y la angustia. El visitante incómodo que habita sus sueños busca abandonar el universo onírico, salir a la superficie del mundo real, convirtiéndose en ese prófugo que señala el título de la cinta y que perversamente consigue trastornar toda la existencia de Inés.
Los personajes que gravitan en torno de la joven y sus delirios son interpretados por buenos actores y actrices cuyos papeles no logran, sin embargo, una definición y complejidad suscepßtible de sacar el mejor partido de sus talentos. En su papel de madre de Inés, Cecilia Roth ( Todo sobre mi madre, Almodóvar, 1999) promete más de lo que finalmente cumple. Es una mujer narcisista progresivamente deshumanizada en la fantasía de su hija, que semeja más una caricatura que una voluntad verdaderamente inquietante. En cuanto al nuevo amante de la joven, el enigmático Alfredo (Nahuel Pérez Vizcayart, 120 latidos por minuto, Campillo, 2017), posible elemento de liberación moral y erótica de Inés, su presencia es muy episódica, carente de densidad suficiente y atractiva, casi un fantasma más en la galería de apariciones que tanto aterran a la joven y en la que incluso vuelve a figurar el inefable Leopoldo de las primeras tomas. Queda en definitiva el retrato muy redondo y bien logrado de la propia Inés, quien al término de sus pesadillas insomnes, sus delirios de vigilia, busca encontrar una nueva definición para su vida –una existencia más autónoma y más liberada de los yugos del amor fallido y las presiones maternas. Esta paciente indagación sicológica en el ánimo trastornado de la protagonista, no habría sido posible en la cinta de horror que sugeria el texto original. Elaborar una narrativa propia y muy distinta, en clave de un thriller intimista, es la arriesgada apuesta artística de Natalia Meta, quien, sin admitirlo del todo y colocando su cinta muy a tono con las realidades actuales, ofrece aquí una original variante feminista de la ruda novela en que se inspira.
Se exhibe en Cineteca Nacional, Cinemex, Casa de Cine y Cinemanía.