Fernando Savater y el itinerario de Montaigne
Alejandro García Abreu
Vestigios
“El descubrimiento del manuscrito de Königinhof, que nos da a conocer los vestigios de una época antigua y de un valor absolutamente incalculable, nos hace concebir esperanzas de que se produzcan otros descubrimientos similares”, escribió Goethe, citado por Victor Klemperer (Landsberg, 1881-Dresde, 1960) en Literatura universal y literatura europea. “Este descubrimiento estaba tan relacionado con los afanes personales a los que había dedicado fases muy importantes de su vida”, aseveró el doctor en filología por la Universidad de Múnich.
Conjeturo que, como a Goethe –según Klemperer–, a Fernando Savater (San Sebastián, 1947) lo llenó de inspiración “una época de un valor absolutamente incalculable” para disertar sobre el ensayo. Y, como la de Goethe –conforme a Klemperer–, la labor de Savater también estaba vinculada con “los afanes personales” a los que había dedicado parte de su vida.
Años atrás, Savater recibió de Círculo de Lectores el encargo de dirigir una colección de ensayo contemporáneo. El arte de ensayar. Pensadores imprescindibles del siglo xx (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014) contiene las “justificaciones” que Savater antepuso a cada uno de los veinticuatro volúmenes de su colección. Escribió textos breves sobre Miguel de Unamuno, Bertrand Russell, Rudolf Otto, Max Weber, György Lukács, Julien Benda, José Ortega y Gasset, Sigmund Freud, Theodor w. Adorno & Max Horkheimer, Leo Strauss, Albert Camus, María Zambrano, Claude Lévi-Strauss, Benjamin Lee Whorf, Octavio Paz, Hannah Arendt, Elias Canetti, Thomas Szasz, Marshall McLuhan, Raymond Aron & Isaiah Berlin, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault, Yukio Mishima y Jacques Monod.
Tanteos reflexivos de la realidad huidiza
Destaca la nota preliminar, “El ensayo como género”, texto laudatorio en el que Savater expone axiomas. El género se eleva a la cumbre del pensamiento. Cita a Paul Valéry: “‘Las obras de arte nunca se acaban –dijo Valéry–: sólo se abandonan.’ En el terreno de la escritura, este carácter perpetuamente inacabado de cuanto el artista emprende, a lo que sólo la fatiga o la desesperación ponen punto final, tiene su plasmación más nítida en el ensayo.”
Recurre a Michel de Montaigne (1533-1592) para definir el ensayismo: “Montaigne, que juntamente inventó el género y lo llevó a sus más altas cotas de perfección, denomina ‘ensayos’ a cada uno de los tanteos reflexivos de la realidad huidiza que le ocupan: son experimentos literarios, autobiográficos, filosóficos y eruditos.”
Para Savater el itinerario de Montaigne “no se orienta según un mapa completo establecido de antemano, sino que se deja llevar por intuiciones, por corazonadas, por atisbos fulgurantes que quizá le obligan a caminar en círculos.” Explora su sistema creativo:
el maestro es Montaigne, gran merodeador en torno a cualquier punto y a partir de cualquiera, experto en divagaciones, dueño del arte de la asociación libre en el plano especulativo, a quien nunca faltan registros en el perpetuo soliloquio acerca de sí mismo al que con astutos remilgos nos convida. Por supuesto, el inacabamiento del ensayo pertenece al plano temático, no al formal. Aunque el ensayista no agota nunca la cuestión que aborda, puede extenuarse en cambio puliendo sus líneas expresivas y añadiendo puntualizaciones circunstanciales a sus argumentaciones. Así Montaigne retocó sus ensayos una y otra vez, casi hasta el día de su muerte…
Apela a la personalidad del autor, al la voz: “Es característica del ensayo –este género lo suficientemente complejo y ondulante como para que sólo de modo ensayístico podamos también referirnos a él la presencia más o menos explícita del sujeto que lo escribe entreverada en sus razonamientos. En el ensayo el conocimiento y sobre todo la búsqueda de conocimiento tienen siempre voz personal.” La presencia del sujeto es la esencia del ensayo, no sólo una característica como dice Savater.
Concluye sobre el repertorio de libros:
los ensayos que se han seleccionado para esta colección no siempre responden a los criterios del ensayo “puro”, si es que tal cosa puede darse, sino que asumen con su nómina la complejidad borrosa que alcanza el género en la actualidad. El único criterio empleado para escogerlos es que sean obras decididamente relevantes, es decir, capaces a su vez de engendrar nuevas vías fecundas de ensayismo. Todos ellos son piezas abiertas, no clausuradas sobre sí mismas: no representan la última palabra sobre los temas tratados, sino la primera de una nueva forma de enfocar cuestiones principales de la época contemporánea.
Su visión del ensayo es valiosa al unir sus cavilaciones sobre el género con los autores distinguidos que componen la colección. Es una referencia exquisita del arte de ensayar.