El acto lo coordinó Eduardo Matos y participaron Vicente Quirarte, Javier Garciadiego, Felipe Leal, Gonzalo Celorio, Natalio Hernández y Elisa Speckman. También habló la destacada lingüista Ascensión Hernández Triviño, esposa de León-Portilla.
Quienes estuvieron recordaron diversas facetas de ese ser excepcional cuya voz era una luz que revelaba el pasado y esclarecía el presente, sabio, brillante, generoso, una auténtica conciencia moral de nuestro país. En Miguel León Portilla convivía el enorme historiador, filósofo, lingüista con el hombre sencillo, afable, con gran sentido del humor, amoroso y profundamente humano.
Su magna obra nos permitió conocer la riqueza y profundidad de las culturas prehispánicas, apreciar un lado luminoso de nuestra herencia ancestral que nos dio identidad y orgullo. Nos descubrió la filosofía, religión, poesía, cantos; en pocas palabras, la cosmovisión de los antiguos mexicanos y develó la grandeza que guardaba. Su rico legado será faro de muchas generaciones por venir.
Vamos a recordar una vez más la historia de esta noble institución que ha enriquecido la cultura nacional. Se creó en 1943, mediante un decreto que emitió el presidente Manuel Ávila Camacho. El objetivo era agrupar a los científicos, artistas y literatos mexicanos más sobresalientes con el propósito de preservar y difundir lo mejor de las ciencias, las artes y las humanidades.
Entre los primeros 20 integrantes podemos mencionar a José Vasconcelos, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Alfonso Reyes, Carlos Chávez, Antonio Caso y Mariano Azuela; en 1971 su número se incrementó a 40.
Su obligación era impartir conferencias gratuitamente en la sede de la Ciudad de México, que ocupaba una parte del antiguo convento de La Enseñanza. En 1988, al colegio se le otorgó todo el espacio del vasto inmueble y cuatro años más tarde se inició una profunda remodelación para integrar la construcción que había estado ocupada por una diversidad de dependencias que lo habían deteriorado.
El responsable de llevar a cabo la obra fue el destacado arquitecto Teodoro González de León, miembro de la institución. El convento que diseñó en el siglo XVIII el arquitecto Ignacio Castera, tras la aplicación de las leyes de exclaustración pasó a manos gubernamentales. Entre otras, fue cárcel, sede de la Suprema Corte, escuela para ciegos y casa de estudiantes.
La restauración que realizó González de León fue notable, ya que respetó la construcción de Castera, amplió espacios, le dio luz y adaptó instalaciones de vanguardia.
Al pasar por ahí –Donceles 104– no deje de asomarse a la moderna y preciosa librería que está en la entrada del recinto. Tiene todos los libros de los integrantes a precios módicos y siempre hay buenas ofertas. No deje de admirar la impresionante puerta de bronce y pida que lo dejen asomarse a ver los patios. Es una arquitectura deslumbrante que conjuga el ayer y el hoy. Muy cerca, en Palma 23, esta la preciosa casona porfiriana que alberga el restaurante El Cardenal. Esta fue la primera sede después de su traslado de la calle de Moneda, donde comenzó el negocio hace medio siglo.
Pregunte si tienen el libro que publicaron donde se cuenta su historia, es interesantísimo y un modelo para los que quieren salir adelante en el difícil negocio de los restaurantes.
Ahí va a entender por qué ofrece esa comida mexicana exquisita y de gran calidad. Los quesos, la nata, las tortillas, el chocolate, entre otros ingredientes, son de la casa. Tiene el rancho más limpio y bonito que se imaginen en las afueras de la ciudad, con unas vacas como de anuncio suizo.
Al asunto: empezamos botaneando con un tequilita y el tradicional molcajete con salsa verde, queso, aguacate y las tortillas de seda
recién salidas del comal. La comida abrió con la sopa seca de elote y la de verdolagas con pollo. Los platos fuertes: el chile relleno a la oaxaqueña y el robalo a la talla. Como quedó un huequito, nos animamos a compartir el pastel de chocolate de la casa.