Las teorizaciones sobre períodos artísticos e históricos son a la vez fascinantes y bizantinas.

Carlos Monsiváis, Juan García Ponce y las clasificaciones generacionales

José María Espinasa

La exposición ‘Carlos Monsiváis y Juan García Ponce. Vasos comunicantes en el arte y la literatura’, en el Museo del Estanquillo, reseñada aquí con entusiasmo, sirve también como motivo y guía de una reflexión sobre los puntos en contacto y las diferencias entre los miembros de una generación reunidos en distintos grupos o clasificaciones en la vida cultural de nuestro país.

 

Las teorizaciones sobre períodos artísticos e históricos son a la vez fascinantes y bizantinas. A veces tienen un enrome efecto, buscado o no (pienso en las generaciones de Contemporáneos en México, del ’27 en España o de Orígenes en Cuba). Otras son espacio para polémicas y reflexiones. Por ejemplo, las clasificaciones en México de Medio Siglo, Ruptura, Casa del Lago, de la Revista Mexicana de Literatura… son nombres que se traslapan y se complementan. Ahora, entre otros hechos, esa vuelta sorpresiva por su vigor de los museos después de la pandemia, permite volver a esa reflexión. Por ejemplo, la exposición notable que se presenta en El Estanquillo, titulada Carlos Monsiváis y Juan García Ponce. Vasos comunicantes en el arte y la literatura. Cinco años separan al autor de Crónica de la intervención (nace en 1933) del de Amor perdido (en 1938). Se conocieron, fueron amigos, vivieron muchos de los hechos culturales y sociales del siglo xx de manera muy cercana y a la vez tuvieron miradas diferentes y no pocas veces encontradas. La muestra resulta emocionante: ver a los jóvenes autores en el marco de una amistad y un tiempo común y a través de esas fotos, pinturas, documentos, videos y grabaciones se nos muestra un período muy rico en nuestra cultura.

A Juan García Ponce le cuadra como anillo al dedo la pertenencia a la Generación ya sea de La Casa del Lago o de la Revista Mexicana de literatura (de la que fue director) –cuyos ejemplares, por cierto, son una ausencia en la exposición–, mientras que a Carlos Monsiváis no le funcionan tanto. El grupo formado por Juan Vicente Melo, Inés Arredondo, Huberto Batis, Salvador Elizondo y el propio García Ponce, con una posición muy cohesionada ante el arte y la literatura, parece muy diferente del que forman José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. Sin embargo, me parece claro que, más allá de las diferencias, el diálogo y la amistad entre todos ellos es eviente, de la misma manera que en artes plásticas el grupo formado por creadores que van desde Pedro Coronel y Enrique Echeverría hasta Arnaldo Cohen, en un abanico de dos décadas, es también muy cohesionado y se le conoce con el nombre, aceptado y sin embargo discutido, de Generación de la Ruptura.

En las exposiciones de pintores el contenido de la muestra suele girar en torno a sus obras, mientras que cuando la exposición trata de escritores, el punto de partida es más fetichista: gira en torno a fotografías y documentos. La foto en que se ve a ambos, Juan y Carlos, sonrientes y juveniles, es emocionante. A quienes los conocimos treinta o cuarenta años después de esa imagen nos emociona ver sus rostros juveniles. Igual sucede con los muchos proyectos editoriales en los que estuvieron inmersos ambos, y muchas de las cosas que en las revistas y suplementos de la época se discutieron siguen siendo materia vigente hoy, cuando las publicaciones en papel se están viendo desplazadas por la web.

El diálogo que se propone en la muestra es muy atractivo: la visión popular de Monsiváis, presente en la otra muestra actual en El Estanquillo, Carlos Monsiváis, el música, contrasta con la mirada –llamémosla así, pero con la conciencia de que las palabras no son del todo adecuadas–, elitista y exquisita de García Ponce, pero no se contradicen, se complementan, sobre todo vistas cincuenta años después.

Eso también ocurre con ciertas obras. Habría que leer Crónica de la intervención en paralelo a Días de guardar Amor perdido. La muy extensa obra de ambos se fue dando en el tiempo, desde finales de los cincuenta hasta la muerte de ambos (García Ponce en 2003, Monsiváis en 2013).Los hermanaban muchas cosas, por ejemplo su afición por los gatos.

La continuidad y calidad del proyecto de El Estanquillo permite seguir la crónica de aquellos años. La exposición de Monsiváis y sus contemporáneos se desenvuelve en otras como la que hoy se comenta, y se podrían hacer o se han hecho ya sobre Pitol y Monsiváis, Vicente Rojo y Monsiváis, o sobre García Ponce y algunos pintores, o sobre sus empresas culturales (como la ya mencionada Revista Mexicana de Literatura y el suplemento La Cultura en México).

La famosa intención propuesta por Alfonso Reyes y continuada por Contemporáneos, Octavio Paz, la generación de Medio Siglo y subsecuentes, de ser contemporáneos de todos los hombres, lo que en realidad significa es ser contemporáneos de sí mismos, y García Ponce y Monsiváis fueron claramente contemporáneos uno del otro, más allá del nombre genérico que se imponga en el futuro.

Es probable que si lo que más vemos en una primera aproximación generacional son las ideas coincidentes que cohesionan a un grupo, con el tiempo lo que más sentido tiene sean sus diferencias y la manera en que se expresan. No sé, por ejemplo, si Monsiváis publicó en la Revista Mexicana de Literatura; pienso que sí, pero no tengo manera de comprobarlo al no poder consultar en estas circunstancias una colección de esa revista (urge una edición facsimilar en la red). Por cierto, en el Museo Carrillo Gil se presenta una muestra sobre Juan José Gurrola, otro activo participante en aquellos años, que dialoga con la de El Estanquillo y que el espectador tampoco debe perderse.

 

 

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