Javier Lozano Barragán nació en Toluca el 23 de enero de 1933. Hijo de un segundo matrimonio de su padre por viudez, de madre normalista y devota, con 16 hermanos en total; el joven y corpulento Javier además de egresado del seminario de Zamora se ordenó sacerdote en 1955.
Entre 1954 y 1958 obtuvo la licenciatura y el doctorado en teología dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana. En su etapa juvenil fue simpatizante de la teología de la liberación y del concilio, que estaban en boga.
Con más de 25 años viviendo en Roma poco se le recuerda. Fue fiel operador del papa Juan Pablo II y protagonista implacable contra el progresismo católico. Enarboló el conservadurismo religioso y combatió con severidad toda corriente de innovación eclesial en materia moral. La teología de la liberación fue uno de sus blancos de crítica preferidos.
Lozano Barragán fue un hombre culto e inteligente. Supo acomodarse a las oscilaciones eclesiásticas. Fue determinante su paso por el Celam en Bogotá como director del Instituto Teológico Pastoral. Allí entabló amistad y alianza con Alfonso López Trujillo, colombiano, obsesionado en combatir a las comunidades de base, las pastorales populares y el progresismo teológico latinoamericano. Lozano se distinguió por ser un permanente hostigador de la pastoral y orientaciones impulsadas por Samuel Ruiz en Chiapas.
Otro rasgo del cardenal Lozano fue su fascinación por el poder. A su paso por Sudamérica le impactó el ascenso de las dictaduras latinoamericanas, trabajó en una teología castrense que conciliara la visión de la guerra fría de los regímenes militares con la doctrina católica. Quiso dar nuevos contenidos a la consigna castrense de implantar una civilización occidental y cristiana, según el Pentágono. Su trabajo fue rebautizado por sus críticos como la teología del centurión
.
Javier Lozano fue un serio aspirante a suceder al Ernesto Corripio como arzobispo primado de México. De la mano del delegado papal Girolamo Prigione, la balanza se inclinó finalmente por Norberto Rivera. Fue un duro golpe, pero el papa Wojtyla lo recompensa y lo integra a la estructura curial en Roma para formar parte de la élite de poder vaticana.
Javier Lozano, con bagaje cultural, roce internacional y cierta arrogancia, no fue muy popular entre sus hermanos obispos. Contrastaba con el nivel general de sus pares episcopales en México. En algún momento se sentía el Octavio Paz
en el episcopado.
Como miembro de la curia vaticana gozó de sus privilegios. Allí se rencontró con su amigo colombiano López Trujillo, ahora como presidente del Consejo Pontificio Para la Familia creado por Juan Pablo II. Lozano integra este consejo que representó una línea estratégica de la política moral del Papa. Su misión era coordinar los movimientos Provida a escala mundial, cobijarlos y potencializarlos para garantizar la protección de la vida y la familia
. Lozano Barragán y López Trujillo impulsaron Provida en México y lo vinculó con organizaciones internacionales y empresarios estadunidenses para financiar su funcionamiento. En repetidas ocasiones Jorge Serrano Limón reconoció su apoyo.
Su conservadurismo institucional lo llevó a levantar polémicas declaraciones que incluso fueron matizadas por la propia sala de prensa del Vaticano. En 2009, sentenció que tanto los homosexuales como los transexuales no entrarán al reino de los cielos, porque todo lo que va contra la naturaleza y la dignidad del cuerpo, ofende a Dios; y no lo digo yo, sino San Pablo
. Desató reacciones y extrañamientos críticos. En seguida Federico Lombardi, vocero del Vaticano, matizó al cardenal mexicano recordando que el nuevo catecismo es abierto a la dignidad humana de los homosexuales siempre y cuando guarden castidad. El 30 de noviembre de 2000, ante la pandemia del sida, Lozano en una reunión internacional que encabezó en Roma, expresó: Para prevenir el contagio a través de relaciones sexuales, el mejor remedio es la castidad en el matrimonio y fuera del matrimonio, aunque esto signifique ir contra corriente en una sociedad pansexual, como la contemporánea
. Dicho posicionamiento, por absurdo, dio la vuelta al mundo, levantando todo tipo de reproches tanto de periodistas como del ámbito académico en disciplinas médicas.
Lo entrevisté varias veces. Pese a las diferencias, siempre fue amable y respetuoso. Una de las primeras en Roma, creo en 1992, fue un desastre. Recién bajado del avión, mi equipaje fue extraviado y me presenté de manera muy modesta ante la entrevista con el cardenal. Él estaba formal, radiante y maquillado. Quizá pensó que era una entrevista para la televisión y su decepción fue mayor con mi cara fatigada por el largo viaje. Me desdeñó como a un reportero improvisado y no escuchaba mis preguntas. Fue un monólogo. Habló y despotricó contra el filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976). Por más que quería revirar, él insistía en el nihilismo y la crisis de valores de Occidente. Pese a mis esfuerzos, regresaba con ofuscación contra Heidegger, causante de la descristianización. Resignado, terminamos. Me despedí con ironía, para reafirmar su impresión sobre mí, le dije: Monseñor, gracias. Y si me llego a encontrar a ese tal Heidegger, por Dios que le parto su madre
. Javier Lozano Barragán sólo sonrió.