Niños y adolescentes con libros abiertos o en bolsas de plástico son las escenas usuales del encuentro
La Habana.
En la guagua, una niña de siete años se sienta y abre su libro. Lee historias mitológicas y nada la distrae; quizá se transporta con Odiseo en su viaje o disfruta la conquista de Troya mientras el viento marino le mece el cabello y baja de la fortaleza del Morro La Cabaña.
Vuelve de la sede tradicional de la Feria Internacional del Libro de La Habana (FILH). La pequeña luce fascinada con el impreso que apenas tiene algunas ilustraciones. Es una imagen de la niñez lectora en Cuba.
A media semana, hay unas mil personas en el baluarte en todo momento, de las cuales 40 por ciento son niños. La tarde de este miércoles, la búsqueda de libros que emprenden pequeños y jóvenes es generalizada. Corren, adquieren y transportan todo lo posible en sus bolsas blancas.
Después de descansar algunos momentos, una adolescente arenga a sus compañeros: ¡Vamos, vamos! ¿Se van a quedar aquí toda la tarde?
En respuesta, salen disparados a seguir viendo los módulos a pesar del calor y en sol pleno.
Son los últimos días del encuentro editorial. En todos lados se ve a niños y niñas cargando un texto, mientras sus padres llevan el resto de las compras. Uno de los pequeños afirma: Me gustan todos los cuentos
, y no dice más, no hay más explicación por sus gustos.
Un poco más allá, escolares en uniforme rojo y blanco presumen que compraron tres libros y los levantan como banderas. Se repite la imagen de los niños abriendo sus ejemplares ilustrados y coloridos.
También hay adolescentes, en grupos de cuatro o cinco, con casi 10 libros en las endebles bolsas plásticas que muestran algunos clásicos, libros gruesos. Escenas de intimidad con los textos, de premura por gozarlos, de fiesta alrededor de las letras y los colores bajo el sol de la isla.
Emocionada, una pequeña de ocho años cuenta que le gustan los libros de música, con corcheas
, y anuncia que es lo que estudiará. Su hermana mayor, en cambio, está encantada con las novelas y los libros de arte, mientras un chico de seis años, con su libro microscópico de animales, dice a su abuela: Mira, mira una mariposa
.
La vendedora de El gran libro de Chamaquili, de Alexis Díaz-Pimienta, autor entrevistado en estas páginas (24/4/22), cuenta que ese título es muy pedido, principalmente en ese puesto, que es uno de los dos puntos de venta que tienen en la FILH. Diariamente, venden unos 200 ejemplares, a 30 pesos cubanos cada uno. En lo que va de la feria estima que han sido comprados unos mil 500 de esa obra de Editorial Abril, lo cual emociona a la joven de unos 20 años: Chamaquili es divino. Habla de cómo son los niños cubanos, de sus ocurrencias
.
Un par de visitantes la escuchan y confirman: “¡Es un gran libro! Sus versos nos dicen cómo somos imaginativos a esa edad. Así son los chamaquilis cubanos”.
Hacia el atardecer, los visitantes empiezan a abandonar la fortaleza La Cabaña, mientras refresca la tarde. Niños satisfechos, adultos cansados.
El gasto promedio en libros en esa jornada, aseguran, osciló entre 500 y mil pesos cubanos.