VIVIR CON HAYDEE

VIVIR CON HAYDEE

Comienzo este último capítulo con una anécdota personal.

En una tarde de junio de 2017 caminé sin rumbo fijo desde el Hospital CIMEQ, en La Habana, y fui a parar a una pequeña cala del litoral habanero, que está a unos 2 km de la institución sanitaria. Allí estuve sentada, frente al mar, 2 horas, quizás más… Pasaba por una dolorosa situación familiar.

Cuando por fin caí en la cuenta de que tenía que retornar, tomé otra calle para el regreso, una que a diferencia de la anterior que terminaba en la cala, topaba con una casa rodeada de un alto muro. El mar debe haber renovado mis fuerzas para seguir luchado por la salud de mi hija. Pero resulta que las coincidencias existen. El 18 de julio de 2020 fui a conocer a Libia Ortiz y resulta que ella vive prácticamente frente a esa pequeña entrada de mar.

A unos 200 metros de su apartamento está la casa donde vivió Haydee Santamaría sus últimos 15 años y donde puso fin a su existencia con un disparo el 28 de julio de 1980. Aquella casa del muro alto era la misma que desde 2014, en que filmábamos el documental Nuestra Haydee1, yo quería conocer. Mi hija venció a la enfermedad. Yo no he conseguido entrar en la casa donde vivió y murió Haydee. Pero en estos días sí he podido acceder a las memorias de algunas de las personas que conocieron a Haydee Santamaría puertas adentro de su vida hogareña, de su entorno familiar. También he podido redescubrir en mis apuntes que es imposible «separar a la Haydee ser humano de la dirigente porque en ella esos dos aspectos estaban fundidos».

Son las palabras de Roberto Fernández Retamar que continúan: «Cuando yo me enfermaba, me enviaba medicinas, sopa y una carta que firmaba como Juana Pérez. Ella mezclaba un humanismo extraordinario con el rigor y la profunda vocación revolucionaria (…) Haydee decía, por ejemplo, que era importante que a la entrada de la Casa hubiera un búcaro con flores, que esa era una tarea revolucionaria, aunque no lo pareciera (…) Sentíamos un inmenso respeto por ella, pero también cariño y amor».2 El humanismo y la sensibilidad eran dos de las características esenciales de la personalidad de Haydee Santamaría, cualidades que ella desplegaba en todas las direcciones: en la lucha por la justicia y la libertad de Cuba, en su labor cultural después del triunfo de la Revolución y en el ámbito de la familia y las amistades. Aquí vienen sus palabras a explicar esta idea mejor que nadie:

Me impresionó ver morir a un enemigo3, ver caer a aquél al que veníamos a combatir, tanto que me paralicé, pensé que aquel hombre tenía madre, hijos tal vez, mujer, y no había nacido ni bueno ni malo, me impresionó tanto que por mucho tiempo no olvidé aquella caída. Soy enemiga ya no de matar por gusto, soy hasta enemiga de, por gusto, ser violenta. No lo hacíamos por gusto, sino por una necesidad, hay que hacer un gran esfuerzo. Lo que no se puede perder ante eso es la sensibilidad, hay que seguir con la misma sensibilidad y calidad humana porque, aunque se haya matado por una necesidad, es un dolor matar. En la clandestinidad si había que poner una bomba, escogía al que tenía más calidad humana para que no sintiera placer en poner una bomba, para que le doliera, pero que la necesidad lo llevara a ponerla.4

Uno de sus compañeros en la lucha clandestina, Gerardo Pérez Puelles recuerda: “Haydee vivió en la clandestinidad, por etapas, en casas de familias colaboradoras del Movimiento. Era asombroso su buen carácter y su optimismo y la forma en que influía en esas familias para imprimirles seguridad. Trabajaba en la casa, ayudaba en todo, era servicial y agradecida con la familia donde estuviera y así captaba la amistad de esa familia y era así en todas las casas por las que pasó.”5

Por temperamento me cuelo en la casa de cualquiera. Cuando voy al extranjero, los líos que me busco son grandes porque quiero visitar a la gente, quiero ir a la casa del guía que me ponen, conocer a sus hijos. Me encanta eso. Es que soy del interior, de un central azucarero, ustedes saben como son la gente de un central, que se levanta por la mañana y a todos les pregunta cómo amanecieron, qué comieron, como están… En un central te dicen lo que van a cocinar y si tienen un poquito de esto o de lo otro…6 Yo les puedo asegurar qué distinto es todo cuando pasa algo en un pequeño pueblo o cuando pasa en la gran ciudad y les digo esto acordándome de días y años cuando pasábamos por profundas tristezas, nuestra más grande alegría era pensar que nuestra familia, que mis padres vivían en un pequeño pueblo y en aquellos momentos no estaban solos, porque había un pueblo junto a nuestros padres… Cuando visito un pequeño pueblo siento ansias de vivir en él, de pertenecer a un Poder local, porque todas las caras se conocen…7

“La impresión que yo tengo es que valoraba mucho la amistad”, relata Georgina Leyva (Sonia en la clandestinidad). “Si tu compartías sus sentimientos de independencia y justicia, ya formabas parte de su círculo de amistad. En 1961 la oposición secuestró a Camacho8 , había mucha especulación en torno a si era un secuestro o si él había traicionado. Estaba desaparecido. Yeyé se enteró y dijo: ¿Sonia está aquí? Entonces no se ha ido, o está secuestrado o muerto. Tenemos que darle respaldo a Sonia. Yo valoré eso como un gesto muy importante. Camacho estaba preso en Opa-locka, EE.UU. Fue una demostración de la confianza y de cómo Yeyé nos había conocido bien”.9 Otro de sus dones, la valentía. Haydee la puso al servicio no solo de la causa revolucionaria sino de todo lo que ella entendiera por un principio justo y otra vez será así en cualquier terreno. En cierta ocasión, al enemigo lo enfrentó también por amor:

<(…) llamé a Chaviano10 y le dije: usted una vez acabó con lo que era mi vida y en aquella ocasión consideré que usted era un monstruo construido por la sociedad. Si usted acaba con Armando11 , si usted acaba con mi vida otra vez, lo voy a matar, porque lo mismo que no me he dedicado a perseguirlo y matarlo y me he dedicado a luchar por una nueva sociedad, me dedicaré a perseguirlo.12

Silvio Rodríguez tenía 21 años cuando la conoció: “Yo hablaba poco delante de ella porque me abrumaba su presencia. Pero su trato fue tan humano, desenfadado, fraterno, a veces tan maternal, que empezó a borrar esa sensación que al menos yo tenía cuando la veía de un respeto casi solemne. Ella se dio cuenta y empezó a tratarnos de una manera campechana”. Haydee se armó de valor para cobijar y promover a Silvio y a muchos otros jóvenes que empezaban a hacer un nuevo tipo de canción en Cuba en los años 60 y que eran incomprendidos y rechazados por una parte de la institucionalidad cultural. Es una historia muchas veces contada: “Nunca se quedó callada, nunca se guardó una interrogante, aunque a veces ya ella sospechaba la respuesta. Ella indagaba: ¿Y por qué tú dices esto? Yo le respondía. A veces le daba explicaciones que no le daba a nadie porque ella me preguntaba de una manera tan abierta, franca, tan poco inquisidora, que realmente me apetecía darle explicaciones que no le daba a otra gente.”13 Esos diálogos los presenció Libia Ortiz, porque tanto Silvio como muchos otros frecuentaban la casa de Haydee y Libia vivió allí durante 20 años: «Conocerla creo que fue el premio más grande que me dio la vida. En realidad, a quien conocí fue a María14 , no a Haydee. Yo estaba en EE.UU., en la casa de Yuyo del Valle15 . Yo era empleada, cuidaba los tres niños del matrimonio, era muy jovencita y no tenía mucha educación. Salí de Medialuna directo a trabajar en la casa de Yuyo en La Habana y de ahí a Miami. Y allí llegó María. Después de 1959 vine a saber que era Haydee Santamaría. Un día ella estaba leyendo debajo de un almendro en el patio de esa casa en Miami y me dijo: cuando tenga mis hijos tú me los vas a criar.» Y así fue, Libia Ortiz tiene ahora 80 años. En 1959 regresó a Medialuna y Haydee la mandó a buscar un año después: «Mi hermana me pasó un telegrama porque cuando Haydee estaba embarazada de Abel ya me andaba buscando. Vine cuando Haydee tenía 7 meses de embarazo. Y me dijo: si no tienes donde estar, te puedes quedar aquí conmigo. En esa etapa ella trajo también a un niño de la Sierra Maestra, Celedonio, que tenía como 10 años y era poliomielítico. Lo conoció cuando subió a la Sierra y le prometió a la familia que cuando triunfara la Revolución, se lo llevaba. Y lo trajo para darle atención médica, pero también vivía con nosotros, hasta que mejoró y regresó con su familia».16 También a Leonor González, Haydee le propuso llevarla con ella a La Habana para que estudiara: “Era mi madrina y muy amiga de mi mamá”, cuenta Leonor desde el portal de su casa en el batey del Central Constancia. “Yo tenía 11 años cuando triunfó la Revolución y no quise separarme de mi mamá. Pero Yeyé siempre me atendió. Ella era una persona muy humana y no solo conmigo que era su ahijada, con todos.”17 No sería Leonor, pero sí otros niños y jóvenes los que vivirían con Yeyé como familia, por ejemplo, los hermanos Yajaira, Ricardo y Jesús, hijos de la guerrillera venezolana Trina Urbina, también una chilena, una uruguaya… “Yo cuidaba a Abel y a Celia y también a los otros que venían los fines de semana” -cuenta Libia. “El hecho de yo trabajar cuidando a sus hijos lo veía como algo normal. Empecé a verlos como familia. Ella siempre me decía: Libia, ayudándome a mí, estás ayudando a la Revolución. Quizás me lo decía pensando en la posibilidad de que yo quisiera irme a hacer otra cosa, pero yo nunca se lo dije porque nunca lo sentí. Lo que sí me obligó a ir a la escuela, porque yo cuando vine de Medialuna tenía tercer grado. Yo nunca me cuestioné nada, para mí era la casa llena, en algunas etapas había alguien más que ayudaba en la casa. Ella siempre me llamaba y me decía que no acostara a los niños muy temprano para poder verlos cuando ella y Armando llegaran. Me dejaba a mí establecer la disciplina de los niños en la casa, los horarios, etc. Había algo gracioso porque yo me fajaba con ella cuando llegaban regalos para los niños y ella los obligaba a regalarlos casi todos y quedarse solo con un juguete o una muñeca. Y ella me decía: con uno que tengan basta, un día tú me vas a entender. Y les regalaba el resto a los niños de los alrededores. Y en el caso de los latinoamericanos, creo que ella sentía mucha lástima por esos muchachos y por eso se hizo cargo de ellos. Así yo lo vi en aquel momento. Ella consideraba que tenía las posibilidades para hacerlo.”

Amo a mis hijos como amo a nuestro sol y nuestras palmas, porque son la alegría de nuestros momentos ingratos. Ingratos son momentos como la pérdida del Che, porque el trabajo para mí no es un momento ingrato. Lo único que en aquellos momentos me daba tranquilidad era ver a mis hijos y hablar con ellos.18

En 1978 una joven pareja llegó a convivir con Haydee en su hogar del reparto Flores. “No teníamos dónde vivir y ella nos ayudó a preparar un apartamentico minúsculo en la guarnición al lado de su casa”, cuenta su sobrina Niurka Martín Santamaría. “Mi tía era de una bondad tremenda, cuando tú estabas con ella te sentías protegida. Te daba consejos, te contaba historias, pero también te cambiaba la vida en unos minutos. Era mi tía, aunque yo supiera todo lo demás de su trayectoria. Cuando tuve mucha ira por cosas que me pasaron, estar con ella era como la paz, presentarle un problema a ella era saber que se iba a resolver. Eso era así con toda la familia. Y armarme esa casita así…”19 En otro punto de La Habana, el periodista Enrique Román da continuidad a la frase de Niurka: “… un día ella misma se puso a cargar muebles de su casa para nuestro apartamentico”. Román la conocía desde mediados de los 60 pero fue en esos años finales de la vida de Haydee cuando más cercano a ella estuvo: “Niurka y yo nos casamos en 1978. Por alguna razón que no sabría explicar, tuve una gran comunicación con Haydee. Era muy característico de ella coger una idea y llevarla hasta las últimas consecuencias. No era una mujer de oficina y además tenía varias responsabilidades. Así que poseía un estilo muy peculiar de organizar las cosas, por ejemplo venían grupos, no solo los jurados del Premio Casa de las Américas, y se hacían actividades y se les daba una comida, pero no se hacía en un restaurante o en la Casa, sino en las casas de los trabajadores. Ella iba a la Casa a los Consejos de dirección y se sabía cuándo tenían que empezar pero nadie sabía cuándo terminarían. Y al final se aparecía René, el chofer, con cazuelas y espumaderas que ella mandaba a buscar a su casa, y se ponía a cocinar para todos, a hacer espaguetis. Podía ser muy divertida, le encantaba cocinar, todos las Santamaría concinaban bien, y creo que mis hijas lo heredaron. Hice una química con ella y me contaba cosas, por ejemplo que iba los 13 de agosto a cocinarle a Fidel. Haydee era la gallina con sus pollitos. Para donde ella iba, todos iban. Y se hacían las cosas como ella las organizaba.Tenía un cuarto con literas que lo había preparado para que los amigos de sus hijos pudieron ir a jugar y, como la casa estaba en un lugar un poco apartado, que estuvieran hasta que quisieran y pudieran quedarse a dormir”20. En esos años, estaba muy cercano el final de Haydee: “Ya ella estaba en un momento de mucho desequilibrio psíquico y emocional, su conducta en los últimos tiempos fue muy oscilante, podía ser una fiesta, lo mismo nos invitaba de pronto a la playa, muy contenta, y después podía deprimirse”, relata Román 40 años más tarde. Y recuerdo entonces las numerosas veces en que se sintió atraída por la muerte:

Hace 14 años veo morir a seres tan inmensamente queridos, que hoy me siento casanda de vivir, creo que ya he vivido demasiado, el sol no lo veo tan bello, la palma, no siento placer en verla; a veces, como ahora, a pesar de gustarme tanto la vida, que por esas dos cosas vale la pena abrir los ojos cada mañana, siento deseos de tenerlos cerrados como ellos, como tú.21

Pero no voy a terminar con un pasaje triste. Detallar la bondad de Haydee Santamaría requeriría escribir hasta el infinito, esa frase qe tanto ella solía emplear. Por lo tanto, concluiré con dos anécdotas optimistas -y en alguna medida graciosas- que, nuevamente, confirman esa indisoluble unidad entre ternura, valor y compromiso con la revolución. Cuenta su sobrina Niurka: “Acababa de triunfar la Revolución sandinista y tenía lugar el acto del 26 de julio de 1979, que contó con la presencia de combatientes y comandantes nicaragüenses. Es ahí cuando Fidel dice: vamos a mandar maestros a Nicaragua. Yo estaba con mi tía y dije: yo voy. Ella rápidamente me dijo: ese es tu Moncada. Cuando me fui a inscribir, tuve que decir que era asmática y entonces me dijeron: no puedes ir. Yo dije: a mí no me pueden prohibir esto por ser asmática, si el Che era asmático y Haydee Santamaría también. Tuve la dicha de que mi tía fuera a Nicaragua a inicios de 1980. Yo estaba en un lugar intrincado y en unas condiciones terribles. Me mandó a buscar desde Managua y pasé con ella un par de días. Cuando yo le conté cómo vivía, en una casa con techo pero sin paredes y que había 8 varones entre 16, 17 y 18 años más o menos y yo tenía 22, me habían puesto como unas telas colgando para darme un poquito de privacidad, ella dijo: hay que comprarte un orinal. Y recorrió todo Managua hasta que por fin me consiguió el orinal. A ella le gustó mucho ese viaje a Nicaragua, por otras muchas razones por supuesto”. Libia fue la última persona que vio con vida a Haydee Santamaría, pero en estos 40 años ha preferido recordar siempre los momentos felices: “Desde el principio no quería que la tratara de usted, me decía: yo no soy señora, soy tu compañera y amiga tuya. Así nos vamos a llevar mejor. Yo no la llamaba Haydee ni Yeyé, yo le decía Hayde. Sus pocos momentos libres los dedicaba a detalles de la vida cotidiana. Yo le decía: ¿tú trabajaste en El Encanto?, por las envolturas que hacía, por la manera en que forraba las libretas de los niños y las mías también, cómo preparaba los regalos. Le gustaba coser e inventar cosas en la cocina, y eso lo hacía sobre todo en los momentos tristes de ella. Siempre necesitaba estar en algo, regaba un jardincito que había en la casa o iba a jugar con los niños en la parte de atrás. Ah y siempre haciendo maldades. Eso era en el poco tiempo libre que tenía porque a veces me pasaba días sin verla. Ella me decía: déjamelo todo escrito, las cosas de la casa, pero también personas que llamaban o venían a pedirle ayuda para distintos problemas, pedían camas o refrigeradores o sillas de rueda. Todos esos recados yo tenía que dejárselos escritos que ella los revisaba a la hora que llegara, me rectificaba la ortografía y después se ocupaba de resolver todos esos problemas. Me decía: anota bien todo, toma el nombre y la dirección. Resolvió un montón de casos. Muchas personas hoy tienen un techo gracias a ella”. Libia y yo nos tomábamos un café y mirábamos las fotos de su boda, cuando llegó su hijastra, a quien ella ha crió desde los 5 años: “Mucho gusto, Haydee”. A Libia le he preguntado si me acompañaría a recorrer la casa de Haydee Santamaría, en caso de que pueda yo lograr ese objetivo: “Nunca he vuelto a entrar. Sí, tal vez lo haga, pero no en estos días”. Como una de las frases que escribí para el documental Nuestra Haydee cuando la joven que investiga su vida se impone el desafío de conocerla y comprenderla, digo con ella: ese es ahora mi propósito.

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