Un poeta magnífico y un pensador esencial

Que nadie me recuerde sino por todo aquello que olvidé: Lizalde

Ayer por la mañana murió El Tigre a los 93 años, pensador esencial y uno de los grandes de la poesía mexicana contemporánea

En noviembre de 2019, Eduardo Lizalde recibió el cuarto Premio Internacional de Poesía Nuevo Siglo de Oro, en el foro El Tejedor, en la CDMX
Alondra Flores y Reyes Martínez Torrijos
La Jornada

El escritor, poeta, académico y amante de la ópera Eduardo Lizalde falleció ayer por la mañana a la edad de 93 años, informó su hijo, Eduardo Lizalde Farías.

Lucina Jiménez, titular del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, anunció que se realizará un homenaje póstumo para Lizalde en el Palacio de Bellas Artes, en acuerdo con su esposa, Hilda Rivera, y su familia, en fecha aún por precisar.

Lizalde Farías difundió en su página de Facebook: “A todos les comparto una mala noticia: Hoy por la mañana murió mi señor padre Eduardo Lizalde Chávez. Un poeta magnífico y un pensador esencial. Aun no sé la hora ni el lugar donde se llevarán a cabo los actos luctuosos (…) Me queda decir aquí: ¡Que viva la vida!”

La Academia Mexicana de la Lengua, las secretarías de Cultura federal y de la Ciudad de México expresaron sus condolencias por el fallecimiento del escritor, uno de los referentes de la literatura mexicana.

Por su parte, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) lamentó la muerte de Lizalde Chávez, a quien se refirió como un distinguido universitario, académico y doctor honoris causa por la máxima casa de estudios en 2015.

También lo hizo la Facultad de Filosofía y Letras, que, a través de redes sociales, se unió a la pena que embarga a familiares y amigos del poeta fallecido ayer.

Conocido como El Tigre, seudónimo derivado de su poemario El tigre en la casa (1970), obra que lo consagró como poeta universal. Nació en la Ciudad de México el 14 de julio de 1929. Es considerado uno de los grandes de la poesía mexicana contemporánea.

Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Publicó sus primeros poemas en 1948 en el diario El Universal y en 1956 apareció la obra La mala hora. Después otros poemarios, entre los que destacan Cada cosa es Babel (1966), La zorra enferma (1974), Caza mayor (1979), Tabernarios y eróticos (1989), Rosas (1994) y Otros tigres (1995).

A los seis años Lizalde leyó la novela La perla roja, de Emilio Salgari, y durante su infancia también lo acompañó Kipling, tiempo después reconocería como sus influencias a William Blake y Jorge Luis Borges.

Respecto al tigre, afirmó que es una figura fascinante desde los tiempos bíblicos hasta la etapa actual y no creo que haya un escritor que no haya mencionado nunca al tigre. El tigre es la imagen de la muerte, de la destrucción y además de la belleza; es solamente un instrumento metafórico.

La ópera, su gran pasión

Lizalde estudió en su juventud canto en la Escuela Superior de Música y la ópera fue otra de sus grandes pasiones. En algunas ocasiones demostró su voz de bajo barítono en reuniones de amigos. Además, fue un destacado especialista en el género. Sus textos fueron reunidos en La ópera hoy, ayer y siempre: Antología de crónicas.

En su poemario La zorra enferma, escribió: Todo poema / es su propio borrador. / El poema es sólo un gesto, / un gesto que revela lo que / no alcanza a expresar. / Los poemas / de perfectísima factura, / los más grandes, / son exclusivamente / un manotazo afortunado./ Todo poema es infinito. / Todo poema es el génesis. / Todo poema nuevo / memoriza el futuro. / Todo poema está empezando.

En su poema Epitafio, incluido en El tigre en la casa, se lee: Sólo dos cosas quiero, amigos, / una: morir, / y dos: que nadie me recuerde / sino por todo aquello que olvidé.

Al ser homenajeado en la Ciudad de México, en junio de 2015, comentó que cuando escribió El tigre en la casa pensó que era un libro violento, extenso, que sería el más frustrante de sus textos. Pero fue un equívoco, pues tuvo mucho éxito entre los lectores y la primera edición se agotó pronto.

Sobre esa misma obra, el Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz afirmó: “Un hombre –una obra– que ha cambiado nuestro paisaje poético”, y aseguró que la aparición de un poeta verdadero tiene algo de milagroso.

En el mismo reconocimiento de 2015, que se realizó en el Museo de la Ciudad de México, aseveró que todos somos hijos de varias generaciones, de varias lecturas de poetas vivos y poetas muertos. Sin nuestros antecesores no existiríamos. Sólo hacemos un diálogo con nuestros grandes maestros, extraordinarios magos de la palabra y el verso. Eso es lo que podemos realizar. Nos alimentamos siempre de la poesía antigua y de la contemporánea. De las grandes aportaciones de los colegas de nuestra generación.

En 1948 inició con Enrique González Rojo Arthur y Marco Antonio Montes el movimiento Poeticismo. En 1955 ingresó al Partido Comunista Mexicano, del cual fue expulsado junto con José Revueltas, en 1960. En esa época publicó La Voz de México, poemas de contenido social e ideológico.

Eduardo Lizalde fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua en 2006 y tomó posesión en mayo de 2007 con el discurso La poesía mexicana, esplendor e infortunio.

Entre los reconocimientos que recibió se encuentran el premio Xavier Villaurrutia 1970, por El tigre en la casa; el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1974 por La zorra enferma; el Premio Nacional de Literatura y Lingüística 1988; el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2002; el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe 2005, y el Premio San Luis al mérito literario 2009.

En 2009 obtuvo la Medalla de Oro de Bellas Artes en reconocimiento a su trayectoria, en 2013 el décimo Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca y en 2014 el Premio Federico García Lorca, que recibió de las manos de los príncipes de Asturias.

En 1979, el poeta Eduardo publicó Caza mayor (1979). Con permiso de Visor Libros México, La Jornada publica un fragmento de ese poemario.

Escucha, huele, palpa y adivina
los menores espasmos, los supuestos crujidos,
los vientos más delgados.
Al fin, la víctima se acerca,
estruendosa y sinfónica.
El tigre se incorpora, otea, apercibe
sus veloces navajas y colmillos,
desamarra
la encordadura recia de sus músculos.
Pero la bestia, lo que se avecina
es demasiado grande
–el tigre de los tigres–.
Es la muerte
y el gran tigre es la presa.

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