La filosofía de Jeanne Hersch: Asombro, razón y libertad

La filosofía de Jeanne Hersch: Asombro, razón y libertad

Alejandro García Abreu

La gran pensadora y filósofa suiza Jeanne Hersch (Ginebra, 1910-2000) escribió, entre diversos libros, ‘El gran asombro. La curiosidad como estímulo en la historia de la filosofía’, en el que percibe a los filósofos como guardianes de una óptica sobre lo real, que permite ejercer activamente la razón y la libertad.

 

Un ideal de claridad

El origen es el asombro. Es fundamental de la condición humana, como la interrogación. Jeanne Hersch (Ginebra, 1910-2000) –hija de intelectuales judíos de Europa del este que militaron en favor de la justicia social, filósofa, escritora y traductora, extraordinaria discípula de Karl Jaspers, asistente a las universidades de Ginebra, Heidelberg, París y Friburgo de Brisgovia, donde atendió a las clases de Martin Heidegger, y doctora honoris causa
por la Universidad de Basilea– contó que en
los tiempos antiguos los filósofos “eran al mismo tiempo sabios, matemáticos, geómetras, astrónomos. Se interesaban por los eclipses del sol y de la luna, por los números y los cálculos, por las figuras geométricas y sus propiedades.” Reinaba la curiosidad. La pensadora suiza escribió: “Pretendo únicamente mostrar, a propósito de algunos ejemplos elegidos a lo largo de más de dos mil años de pensamiento occidental, cómo y ante qué cosas ciertos hombres fueron presos del asombro, de aquel asombro del que nació la filosofía.”

En El gran asombro. La curiosidad como estímulo en la historia de la filosofía (traducción de Rosa Rius Gatell, Acantilado, Barcelona, 2010), publicado originalmente en 1981, Hersch evidenció el modo en el que se condujo en sus trabajos de historia del pensamiento: percibió a los filósofos como “depositarios de una perspectiva sobre lo real” que permitió un “ejercicio activo de razón y libertad”, según Carmen Revilla Guzmán –profesora de filosofía en la Universitat de Barcelona– en Logos. Anales del Seminario de
Metafísica 
(Ediciones Complutense, Madrid, volumen 44, 2011).

Raymond Klibansky –coautor con Erwin Panofsky y Fritz Saxl de Saturno y la melancolía–, compañero de estudios de Jeanne Hersch en el círculo de Karl Jaspers en Heidelberg –recordó Revilla Guzmán–, escribió en Le philosophe et la mémoire du siècle [El filósofo y la memoria del siglo] sobre aquel entonces: “Había dos estudiantes que han llegado a ser bastante conocidas, una era Hannah Arendt y la otra, a mi juicio mucho más importante, Jeanne Hersch, filósofa de Ginebra. Las dos, y Jeanne Hersch sobre todo, en cierto modo, han continuado su pensamiento –y Jeanne Hersch tal vez lo ha superado también, permaneciéndole fiel.” Czes?aw Mi?osz contestó explícitamente cuando se le preguntó qué había aprendido de Hersch: “El mantenimiento de un ideal de claridad.”

 

Grandes mentes

El pensamiento y la avidez de conocimientos son las claves. En El gran asombro. La curiosidad como estímulo en la historia de la filosofía, la autora escribe:

Saber asombrarse es lo propio del hombre. Se trata de suscitar de nuevo este asombro. El lector reencontrará –así lo espero– su capacidad de asombro en el asombro ajeno. Sabrá reconocerlo y dirá: “Sí, es realmente así. ¿Cómo no me había asombrado todavía ante algo semejante?”/ Así es en el hombre el proceso creador, capaz de inducir al lector a filosofar por sí mismo./ De paso, espero transmitirle también un mínimo de medios que le permitirán expresar su asombro, o al menos leer los textos de aquellos que se han “asombrado” antes que él.

Sobre los pensadores del pasado asevera: “Su radical asombro filosófico, que en sus tiempos era algo totalmente nuevo, prueba ciertamente la fuerza creadora y la capacidad de invención del hombre. Es esto lo que les permitió plantear sus extrañas preguntas.” La escritora continua: “Eran grandes mentes, […] filósofos capaces de asombrarse, capaces de ir más allá de lo que parece evidente en la vida cotidiana para plantear preguntas fundamentales.”

Jeanne Hersch reflexiona sobre el presente en Tiempo y música (con un saludo de Czes?aw Mi?osz, traducción de Rosa Rius Gatell y Ramón Andrés, Acantilado, Barcelona, 2013): “El presente es la única dimensión del tiempo que nos da una cita real con el mundo.” Para Hersch sólo en el presente, “y haciendo uso de nuestra libertad responsable, podemos intervenir en la reali dad empírica del mundo tal como nos es dado; podemos actuar sobre él”. Cambiarlo. “Esto nos resulta imposible si se trata del pasado, imposible también en el futuro, simplemente porque el mundo pasado no está ahí, y el mundo futuro tampoco.”

Jaspers y Hersch

“La carencia, la fisura, la ausencia”, escribe Hersch en un homenaje a Karl Jaspers en su sexagésimo cumpleaños, incluido en El nacimiento de Eva (prefacio de Jean Starobinski, traducción de Rosa Rius Gatell, Acantilado, Barcelona, 2008). Ambos supieron que la tarea del conocimiento es inacabable: “jamás he llegado al final”, confesó Jaspers. Hersch se presentó, dijo Revilla Guzmán, como un “océano de signos de interrogación”. La hendidura fue su punto de encuentro.

 

 

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