En ‘Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos

La filosofía de los jardines de Santiago Beruete

Alejandro García Abreu

En ‘Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos’, el antropólogo, doctor en filosofía y experto jardinero español Santiago Beruete analiza los efectos de la jardinería desde la botánica hasta la filosofía

 

a Carla Brau y a Jaume Lladó Rebón

Poesía

Santiago Beruete (Pamplona, 1961) –antropólogo, doctor en filosofía y experto en jardinería– convirtió un proverbio chino en un precepto: “si quieres ser feliz toda tu vida, hazte jardinero.” Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos (Turner, Madrid, 2018) constituye un “tratado de la lozanía”, un discurso amplio y profundo. Ahonda en elementos del arte del jardín, de la botánica y de la ecología, y les otorga atributos (entre paréntesis). Cada una de las propiedades de sus temas de estudio constituyen elementos poéticos. Sustenta el discurso en cuatro interrogantes.

 

Saber

En la primera parte se cuestiona: ¿qué puedo saber? Explora la narrativa concéntrica de los árboles (El tiempo), estudia la filosofía oculta de las plantas (La verdad), aborda la transición del pensamiento en “Pastoral para incrédulos” (El paso del mito al logos), escribe sobre raíces (La identidad), visita el Sacro Bosco de Bomarzo (El ser), describe la impresión causada por una naranja (La sustancia), evoca los jardines de plantas venenosas (La realidad), reflexiona sobre la “botánica para alienígenas” (El antropocentrismo) y relata la historia de una orquídea (Las apariencias). En “Buscando la belleza esquiva de las orquídeas”, Beruete alude a un poema de Matsúo Basho: “La orquídea de noche en su perfume esconde el blanco de
su flor.”

 

Actuar

La pregunta correspondiente a la segunda parte es: ¿cómo debo actuar? Plantea un kit de jardín vertical (El espíritu crítico), piensa en el “negro sobre verde” (La bondad), realiza una apología de las malas hierbas (La libertad), discurre sobre las enseñanzas de hoja perenne (La virtud), recurre a la parábola del antijardín (La paz interior), plantea una guía de campo del “turista espiritual” (La superstición), recuerda a “la mascota de María Antonieta” (La igualdad), rememora una historia basada en hechos reales: el jardín de los Mowglis y la “inquebrantable fragilidad de los sueños” (La desobediencia civil) y cultiva la mirada (La belleza). Medita: “El contrapunto a la efímera belleza de las flores con que se adornan las tumbas es la vocación de permanencia de los epitafios esculpidos en las lápidas.”

 

Qué esperar

La tercera parte implica la interrogante: ¿qué me cabe esperar? Especula sobre las “simbiosis antirrománticas” (El amor), trae a la memoria el olvidado arte de criar malvas (La muerte), habla del mercado de las flores (La plusvalía), se refiere a la “claustrofilia” (La memoria), piensa en la urbe en “Cómo plant(e)ar la ciudad” (La utopía), cuestiona el nutrimento de “la tierra que nos nutre” (El mal), teoriza sobre la clorofila y la tecnofobia (La alienación) y delibera sobre el “semillero jardinosófico” (La sabiduría). Beruete propone “acuñar el término jardinosofía para designar un género de obras filosófico-literarias que, desde los lejanos tiempos de Epicuro, Lucrecio y Virgilio, celebran el gozo intelectual y sensorial de los jardines”. A ese término le dedicó Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines (Turner, Madrid, 2016).

El periodista logroñés Álvaro Soto celebró el trabajo del antropólogo: “la naturaleza aparece como el último refugio físico y mental”. La escritora, cartógrafa e historiadora Nathalie des Palmes citó –en “Jardin. L’art de la cohabitation harmonieuse” [Jardín. El arte de la convivencia armoniosa]– el siguiente pasaje de Beruete, perteneciente a Jardinosofía:

 

He dedicado muchos años al estudio del arte del jardín, pero esta obra sería muy diferente si no hubiera construido uno con mis propias manos. La experiencia de convertir un humilde trozo de tierra en algo parecido a una arcadia, de ajardinar una parcela de terreno hasta entonces baldío, me enseñó algo que no se aprende en los libros.

 

Ser humano

La pregunta elegida para la cuarta y última parte de Verdolatría es: ¿qué significa ser humano? Estudia la mirada femenina en “Un jardín propio o cómo dejar de ser una flor de invernadero” (El feminismo); “Gabinete de maravillas vegetales del Nuevo Mundo” implica la indagación (La curiosidad), se refiere a los “fotófagos” y a los “posomnívoros” (La necesidad), examina el oficio de “jardinopeda” (La educación), celebra “las bellas horas de un insigne jardinópata” (La pasión), advierte: “No entre aquí quien no ame los jardines” (La voluntad), incluye a la erotomaquia vegetal (El sexo), se refiere a los “‘jardinautas’ del aire” (El hábito) y concluye: “Verdografío, luego existo” (El lenguaje).

Santiago Beruete recurre a un proverbio zen –“Un libro es un bosque de hojas”– y a uno árabe –“Un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo”–. Asevera, con cierto sosiego: “En alguna parte de nuestro cerebro, añoramos el bosque.”

 

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