Contra los privilegios y la dominación: La pedagogía crítica de Henry Giroux
José Rivera Guadarrama
Para el pedagogo y crítico cultural estadunidense Henry Giroux, la educación que se brinda en las escuelas, en todos los niveles, no debe limitarse a fórmulas, recetas o métodos alejados de la cultura inserta en las regiones donde se imparte. Al contrario, con su propuesta de pedagogía crítica, lo que plantea es que la educación debe ser tomada como una práctica ética y política, cuyo propósito sea involucrar a los alumnos a desempeñar diálogos críticos, junto con el análisis y la comprensión de los problemas locales y globales que los oprimen.
Giroux considera indispensable partir del reconocimiento de que estos centros educativos también reproducen la lógica del capital a través de las formas ideológicas y materiales de privilegio y dominación, que estructuran las vidas de estudiantes de diversas agrupaciones basadas en la clase social, el sexo y la etnia.
Dichos métodos pedagógicos, indica Giroux, contienen una especie de silencio sobre las peores formas de coacción, porque niegan la misma idea de que los estudiantes están vivos. Estas “pedagogías de la represión”, como las llama, se limitan a enseñar a los alumnos a responder exámenes basados en estándares objetivos. Y están diseñados, sobre todo, para limitar la posibilidad de pensamiento crítico del alumnado. Por lo tanto, quienes argumentan que la educación debe ser neutral, en realidad están abogando por una versión de la educación en la que nadie quiere hacerse responsable de sus procesos y resultados.
Es así que, para él, la educación debe ser entendida como un conjunto de experiencias sociales, un espacio ético a través del cual se haga posible repensar las circunstancias de los espacios educativos y, a partir de ese reconocimiento, se reformulen los procesos de enseñanza con propósitos integrales.
La pedagogía crítica
Las aportaciones teóricas de Henry Giroux son abundantes. En conjunto, su obra es conocida como pedagogía crítica. Mediante ella, pretende superar la consideración reduccionista de que las escuelas no deben ser partícipes de desarrollos democráticos, identitarios, colaborativos y críticos.
Giroux nació en 1943 en Providence, Estados Unidos, y su formación educativa ha sido en escuelas públicas. Las principales referencias teóricas que lo han llevado a desarrollar sus análisis de la educación incluyen a Paulo Freire, de quien retoma las concepciones de cuestionar la realidad social desde la pedagogía. A esto se suman los escritos de Antonio Gramsci, así como de los representantes de la Escuela de Frankfurt, sobre todo de Theodor W. Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse y Walter Benjamin.
Con esas bases ideológicas, las propuestas de la pedagogía crítica van en el sentido de revelar cómo se producen la dominación y la opresión dentro de los diversos mecanismos de la enseñanza escolar en todos sus niveles. Para Giroux, las escuelas también son lugares culturales y políticos, representan áreas de adaptación y réplica entre grupos culturales y económicos con diferente nivel de poder e incidencia social.
Partiendo de ese contexto, Giroux considera que la función de los educadores debe ser desde un lenguaje crítico que, al mismo tiempo, los capacite para comprender la enseñanza como una forma de política cultural. Así, su tarea en la formación educativa en los alumnos deberá tomar muy en cuenta las relaciones de grupos sociales, sexo y poder en la producción y legitimación de sentido y experiencia en la transmisión de los saberes.
En el libro Los profesores como intelectuales: hacia una pedagogía crítica del aprendizaje (1990), Giroux establece la manera en que las escuelas, alumnos y profesores interactúan diseñando y reconfigurando diversas formas de integración o disgregación social. A partir de estas dinámicas, su interés estará en plantear formas pedagógicas que formen a los alumnos con pensamientos críticos.
En lugar de definir a las escuelas como extensiones del lugar de trabajo, o como instituciones de vanguardia en la batalla de los mercados internacionales y la competencia extranjera, estos centros educativos deben considerarse como esferas públicas democráticas que
se construyen en torno a formas de investigación crítica que ennoblezcan el diálogo significativo y la iniciativa humana.
De ahí la necesidad de contemplar a las escuelas como esferas públicas democráticas para una pedagogía crítica viable. Esto, indica Giroux, significa que las academias se han de ver como lugares multiculturales dedicados a potenciar, de diversas formas, a la persona y la sociedad. Estos centros formativos son lugares públicos, en donde los estudiantes aprenden los conocimientos y las habilidades necesarias para vivir en una auténtica democracia.
La educación como proyecto democrático
Para lograr dichos objetivos, indica, lo que los educadores tienen que hacer es lograr que lo pedagógico sea más político, atendiendo tanto a las condiciones a través de las cuales enseñan, como a lo que significa aprender de una generación que está experimentando la vida en una forma muy diferente a las representaciones que ofrecen las versiones modernistas de escolaridad.
Giroux reconoce que estas posturas son de herencia freireana, mediante las cuales va apuntando a que los proyectos de educación popular, contextualizados en el presente, deben enfrentar la relación que ha existido entre el Estado y la institucionalidad educacional, en especial en la esfera pública, que no ha apostado por mayor coherencia e integración de sus políticas educacionales. Es importante esta concepción de Freire acerca de la biografía del sujeto y de su lugar, ya que constituye una propuesta pedagógica que incorpora al sujeto, junto con su historia personal, sus tradiciones culturales y populares en función de un aprendizaje apropiado desde la vivencia de los sujetos participantes en los procesos educacionales. Así, el sujeto se convierte en protagonista de su educación.
Dentro de los factores que influyen en la transmisión de los conocimientos está el contexto social e histórico. Considerando lo anterior, en su ensayo La pedagogía crítica en tiempos oscuros (2013), Giroux resalta que el rol de una educación crítica no es entrenar a los estudiantes sólo para trabajar, sino además educarlos para cuestionar de manera crítica a las instituciones, las políticas y los valores que dan forma a sus vidas, las relaciones con los demás y la diversidad de vínculos con el mundo en general.
En oposición a los puntos de vista cada vez más dominantes de la educación y la pedagogía, él busca “apoyar una pedagogía transformadora, enraizada en lo que podría denominarse un proyecto de democracia renaciente e insurrecta. Una pedagogía que cuestione el tipo de trabajo, las prácticas y las formas de producción que se representan en la educación pública y superior”.
Por lo tanto, lo primordial es que la pedagogía crítica debe brindar las condiciones para que los estudiantes logren entender cuál es su poder, que dominen las mejores historias y legados disponibles de la educación, para que así aprendan a pensar de manera crítica y estén deseosos de hacerse responsables de la autoridad.
Educar para el compromiso y la responsabilidad
La obra de Henry Giroux está comprometida con la tarea de denunciar las prácticas ideológicas y sociales que en las escuelas suelen ser un obstáculo para que todos los estudiantes se preparen para asumir un rol activo, crítico y emprendedor como ciudadanos.
En otro de sus abundantes escritos, Educación posmoderna y generación juvenil (1996), indica que “en lugar de aceptar el supuesto modernista de que las escuelas deben entrenar a los estudiantes para labores específicas, hoy tiene más sentido educar a los estudiantes para reflexionar de manera diferente sobre el significado del trabajo en un mundo postmoderno”.
En estas circunstancias, las escuelas tienen que redefinir sus programas educativos dentro de una concepción postmoderna de la cultura, vinculada a las diversas y cambiantes condiciones globales que exigen nuevas formas de alfabetismo, una comprensión muy ampliada de la forma como funciona el poder dentro de los aparatos culturales, y una percepción más aguda del modo en que se está configurando la actual generación de jóvenes, inserta en la formación de múltiples y diversas identidades sociales.
Es aquí en donde los educadores deben resaltar el carácter performativo de la educación como un acto de intervención en el mundo. Sobre todo, para establecer que la pedagogía está relacionada con la posibilidad de interpretación, como un acto de intervención en el mundo, y descartar por completo la idea de que sólo está inserta en la reproducción de modelos de competencia, en la simple enseñanza de conocimientos, habilidades y valores a los estudiantes.
Para Giroux es indispensable desarrollar un lenguaje político en el que los valores civiles, la responsabilidad social y las instituciones que los apoyan, se vuelvan centrales para revitalizar y fortificar una nueva era de imaginación cívica, un sentido renovado de entidad social, una voluntad política apasionada y concentrarse en la forma en la que los estudiantes puedan comprometerse con los imperativos de la ciudadanía crítica y de responsabilidad civil.