El lamento ciudadano por la muerte de esos dos jesuitas ha sido cierto, profundo y dolido. La misión evangélica llevada a cabo por ellos es más que respetable. Con todo el rigor de crítica posible, la pareja de curas no merecía este fin. Tampoco gravitará en este asunto la cristiana misión evangelizadora sobre un pueblo que ha resistido dichas enseñanzas por siglos. Pueblos de montaña que conservan tradiciones, rituales, fiestas y creencias ancestrales aun en medio de sus muchas carencias. Pobladores de una región bellísima a los que el gobierno federal ha descuidado. Pero, de manera por demás señalada, los ha relegado el gobierno del estado de Chihuahua, sus componentes municipales y policiacos.
La sucesiva serie de mandatarios, primero priístas y después panistas, debían aparecer, ahora, en los lugares estelares de este drama. Son ellos los que han estado ausentes e incumpliendo con su deber. Un deber que exige evitar toda postración de los niveles de vida y garantizar su seguridad colectiva.
Lo fácil, y hasta gracioso, es voltear, enseguida, a enfilar los explosivos cañones sobre la Federación y su conductor. Ciertamente, algo hay de responsabilidad evadida en esa remota microrregión por este nivel de gobierno. Pero hay que saber que el actual Presidente es de los pocos, por no decir el único, que ha estado presente y consternado, por la precaria situación de esos pueblos originarios.
En concreto, ¿qué es lo sostenido por el tropel de reclamos llevados, como siempre, al extremo? El acento se pone al afirmar, tajantemente, el fracaso rotundo de la estrategia contra el crimen. La fórmula abreviada de abrazos no balazos es ridiculizada por infantil y provocadora de mayor violencia. El alegato enfila al supuesto crecimiento del poder criminal y su destructiva presencia impune en todo el territorio.
Se exige, de inmediato, cambiar de estrategia o, de plano, negar que se tenga alguna. Parecen, opositores y críticos, implicar, por la urgencia de acabar con las inaceptables matachinas. Se solicita, desde los más influyentes círculos, responder con enérgicas acciones. El resultado, hay que recordar, lo conocemos: aumento indetenible de la mortandad y bajas colaterales
. Lo cierto, señores alborotados, es que, a partir de la violencia heredada, (Peña Nieto) con sus terribles números, se han disminuido, de manera consistente, los asesinatos y demás crímenes (secuestros). Y estos agregados que disminuyen, son los que cuentan. Son esas estadísticas las que sostienen la validez de la estrategia seguida.
No pueden olvidarse, o dejarse de lado, los varios componentes diseñados para redondear la pretensión de evitar, hasta donde sea posible, el acceso de los cárteles a la juventud. Por eso las becas a secundaria y preparatoria con sus inaceptables deserciones. Por eso el programa Construyendo el Futuro con su doble efecto en desarrollo y como antídoto contra el crimen. El mismo programa de sembrando vida tiene su flanco de alivio. La Guardia Nacional, con sus engrosadas filas disciplinadas, es un pivote de enorme significado para el combate frontal, pero contenido, en toda la nación.
El diario examen de los resultados ya es de reconocible resultado. Esas juntas cotidianas implican, además de pormenorizada e informada conciencia, la oportunidad para emplear los recursos indispensables. El procesamiento de información de variadas fuentes activa el uso metódico e inteligente de los muchos medios, ya instalados, para hacer eficiente el trabajo de campo.
Aunque se nieguen los logros combinados de la estrategia seguida, se deberá perseverar en su cometido. No son electorales tales programas de base popular aunque tengan efectos de ese corte. No se visualiza otra ruta a pesar de la supuesta aura autoritaria.